Revista Economía

“¿Has adelgazado?” y otros encantadores comentarios sobre tu peso que no pediste

Por Ms

¡Hola Corajud@! Hoy vengo a hablar de un tema que me persigue cual pedo enconado. Y hablo de esa personita simpática, ya sea la tía del pueblo, tu amigo el que no se corta un pelo, o alguien a quien apenas conoces, que se siente con la misión divina de opinar sobre tu apariencia.

Y no me refiero a cuando creen que has ganado unos kilos, porque ahí, oh sorpresa, se activa el código de silencio universal.

Nadie dice ni pío (excepto las abuelas), porque claro, «no vaya a ser que ofenda».

Pero, ¡ay! si creen que has perdido peso (o, peor aún, lo imaginan en su mente tras no verte en tres días). Entonces el comentario sale disparado, que de no salir, puede hacerle explotar un ojo al mensajero.

El comentario mágico: “¿Has adelgazado?”

Me fascina la habilidad que tiene la gente de notar la pérdida de peso inexistente. Y no solo eso, lo dicen con una mezcla de preocupación y un tono de pena que transmite que tu cara está a punto de arrugarse como una pasa.

Literalmente, no te han visto en menos de una semana, pero por alguna razón sienten que en ese tiempo has decidido hacer una dieta exprés o huelga de hambre como para que la cara se te reduzca a la mitad.

Y en mi caso y de algunos de mis familiares, lo que más me llama la atención es lo rápido que se suelta el comentario cuando padecemos de problemas como el colon irritable. Y lo digo porque tratándose de esto, no nos hace gracia, ni aporta nada que te lo digan y más cuando ni siquiera es cierto.

-“¡Estás más delgad@!”

Te sueltan con los ojos abiertos como platos, mientras tú intentas recordar si, por casualidad, te has dejado la mitad de tu cuerpo en casa.

Lo mejor de todo es la cara de «¿Estás bien? ¿te pasa algo?» como si ese comentario fuese necesario o contribuyese de algún modo.

-“¿Te pasa algo?”

Te preguntan, insinuando que quizá estés a punto de desmayarte ahí mismo, a pesar de que esa mañana te hayas zampado una comida por la que casi explotas.

El doble rasero: lo que se puede y no se puede decir

Si nos ponemos a opinar tan libremente sobre el aspecto físico de los demás, ¿por qué no seguir con la lista completa? ¿Por qué limitarse al peso? Sería tan natural como decir:

  • “Oye, ¿te has fijado en lo marcadas que tienes las ojeras últimamente? Te hacen parecer un panda somnoliento.”
  • “Mmm… ese bigotillo empieza a asomar ¿eh?.”
  • “Tienes la cara un pelín de zombie hoy, ¿no dormiste nada?”
  • “¿Te han salido más arrugillas o es mi impresión?”

Pero claro, eso sería de bordes o cabroncetes.

¡Cómo vamos a señalar que la otra persona no ha depilado sus cejas correctamente o que tiene cara de truño ese día!

Eso es crueldad en estado puro, pero decir que has adelgazado, ah, eso es un cumplido envuelto en preocupación, es pura cortesía social.

El linaje de los comentarios sobre el peso

Mi familia lleva toda la vida en esta carrera de fondo con los comentarios sobre el peso. Cada vez que alguien, ya sea el carnicero, la vecina o el cuñado que se autoproclama gurú del bienestar, deja caer la típica frase de “¿estás más delgad@?”, todos ponemos la misma cara: esa mezcla de resignación y diplomacia falsa que oculta las ganas de devolverle el comentario con algo igual de “amable”.

Porque, oye, ¿qué pasaría si contestáramos con un “Tú también has cambiado, tienes más papada que antes”? Seguramente el Apocalipsis social.

Y ahí estamos, toda la familia, con la sonrisa congelada, diciendo: «No, no he adelgazado, pero gracias por observarme como un halcón».

Mientras tanto, en nuestras cabezas nos mordemos los labios pensando en todas las veces que hemos tenido que oír comentarios sobre nuestro aspecto sin, por supuesto, devolver la cortesía.

El arte de sobrevivir al comentario con elegancia

Lo que hemos aprendido con el tiempo es que no hay escapatoria. El mundo está lleno de comentaristas del peso ajeno.

Así que la estrategia de supervivencia que hemos desarrollado es simple: sonríe, desmiente y pasa a otra cosa. Y, si tienes suficiente confianza, puedes rematar con un “Y tú, ¿te has medido últimamente la circunferencia craneal? Porque parece que te ha crecido la cabeza con tanto consejo no solicitado”.

Pero lo más importante de todo, es que aprendas a no tomártelo en serio. Porque, a fin de cuentas, las opiniones sobre tu cuerpo son eso: opiniones, y nada más.

Mientras tú estés a gusto contigo mism@ (con o sin kilos extra o perdidos), lo demás es ruido de fondo.

Y quién sabe, quizá dentro de otros 30 años logremos, por fin, que estos comentarios se conviertan en un lejano recuerdo de lo que nunca debimos tolerar.

Hasta entonces, aguantemos con una sonrisa… y un ¿y a ti quién te ha preguntado?


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