Revista Opinión

Hasta aquí hemos llegado (III): Siempre es demasiado tarde para los pobres

Publicado el 21 diciembre 2015 por Eowyndecamelot
Un castillo parecido a aquel donde se realiza la acción.

Un castillo parecido a aquel donde se realiza la acción.

Tortosa, Navidades de 1295

(viene de) El aroma a humedad y a agradable descomposición que surgía de los alrededores del río, entre sus cañaverales remojados por el agua dulce, se mezclaba con el olor a sudor de hombres y caballos y a arena removida. En medio de piafares y gritos humanos, entrechocar de hierros y exclamaciones admirativas del público, yo clavaba mi vista en la pareja de contendientes que había elegido para estudiar, y que se situaban algo apartados del batiburrillo de luchas individuales y colectivas, a pie y con montura, que ocupaban la liza. Sin acceso a las gradas (reservadas para nobles, obviamente, y por ende media vacías en aquel día de luchas previas al gran torneo), yo me apretujaba en un pequeño espacio reservado para otros plebeyos como yo, que jaleaban a los participantes en la justa. Alguno debía ser tan famoso que si hubiese sido un político izquierdista de programa impreciso o incluso sospechoso, y Atresmedia le hubiese fichado para hundir a otro partido izquierdista más incómodo, hubiera arrasado en las elecciones.

Pero yo no pensaba en eso. Había decidido tirar la toalla definitivamente en cuanto a la política española del siglo XXI: mientras en España (o Argentina y Venezuela) la gente no supiera protegerse los ojos del resplandor mediático emitido por las elites, mientras tantos de clase obrera no aceptaran que no por despreciar lo que son y a los que son como ellos y admirar y apoyar a las clases altas iban a salir de una miseria que era en este caso más moral que de otro tipo, no había nada que hacer. De momento, yo sólo contemplaba el brillo intensísimo del sol invernal arrancaba destellos a las bruñidas espadas y relucientes escudos. Los dos combatientes se midieron con la mirada antes de hacerlo con sus espadas. Físicamente muy dispares (uno era bajo y algo grueso, aunque ágil como un demonio, y el otro alto y huesudo pero tan resistente como el mismo Satanás) parecían, sin embargo estar igualados en su potencial de lucha. Las espadas se buscaban se encontraban por un instante y se rechazaban de inmediato, como los proverbiales amantes que ni juntos ni separados pueden vivir, una estacada certera de uno de ellos era parada en seco por el otro y utilizada en su contra, haciéndola servir de soporte para un tajo directo al cuello, antes de que el otro impeliera toda su fuerza para rechazarla, hasta incluso hacer perder el arma al primero, que sin embargo la atrapó raudo antes de que su oponente pudiera hacer algo útil para su ventaja. Maravilloso espectáculo. Casi mejor que pasar una noche con…

-… los gentiles caballeros del torneo –una voz me susurró al oído a mis espaldas-. Oh, sí, contemplarlos es una buena distracción para cualquier doncella que no tenga su virtud en demasiada alta estima. Pero, Eowyn, ¿se puede saber que estás haciendo? ¿Sabes la hora que es? ¿No recuerdas que Omar nos ha requerido para un penúltimo ensayo antes de mañana? Suerte tienes que haya sido yo el que te haya descubierto, y no él. Es capaz de mandarte a la tierra de sus padres con un jamón bajo el brazo y un letrero en la frente que diga “Que le den por culo a Alá y a Mahoma su profeta”.

Yo di un respingo. Estaba tan concentrada que había ignorado por un momento que existía un mundo al que volver y una misión que cumplir. Tanto que incluso me costó reconocer a Ferran, que me miraba con los brazos en jarras y una expresión vagamente enfadada, ya que tanto él como yo sabíamos que los cabreos de Omar, aunque momentáneamente explosivos, se esfumaban en instantes sin consecuencias, e incluso con sentidas disculpas.

-Lo siento. Lo había olvidado por completo –comencé a caminar a su lado, intentando seguir sus pasos nerviosos-. ¿Llegamos muy tarde?

-No, en realidad aún tenemos tiempo –me tranquilizó-. Pero la gente quería practicar antes un rato sin la presencia de Omar, y la verdad es que me asusté cuando nadie te encontraba por ninguna parte. Pensé que… bueno…. te habías esfumado dejándonos colgados a un día de la actuación -Ferran dejó que su mirada se perdiera en las coloridas tiendas rodeaban la arena del torneo, sin dejar de caminar.

-No sé cómo puedes pensar eso de mí –su desconfianza me dolió en lo más profundo: yo nunca sería una traidora. Ya había conocido demasiados traidores en mi vida, y sobre todo en mi vidas del siglo XXI, en la cúpula de EUiA. Aunque era culpa mía; no puedo esperar que nadie me conozca si yo no me doy a conocer. Él respondió con contundencia.

-Eowyn, no soy estúpido. He visto cómo mirabas el combate, y no creo que estuvieras disfrutando con la gallardía y la fuerza de los participantes en la justa. O al menos no sólo con eso. Es evidente que añoras tu antigua vida. Que te marcharás, un día u otro. Y que a Omar le romperás el corazón.

Hice una pausa que a Ferran debió de parecerle muy sospechosa. Pero lo que iba a decir necesitaba de una estudiada reflexión previa. Así que me detuve e hice que él se detuviera a su vez, poniendo una mano sobre su brazo.

-Siempre has temido que lastimara a Omar, ¿verdad? Al principio, malinterpreté tu prevención hacia mí. No era celos.

-Había un poco de todo –me confesó él, de nuevo algo cabizbajo-, pero no era el tipo de celos que te imaginas, en cualquier caso. Lo que más me preocupa es que él te ve aún como la niña que fuiste. No puede dejar de verte así. Pero ya eres una mujer, y tienes tus propios planes…

Me estrujé las manos. ¿Qué podía responderle, cuando no sabía quién era yo, qué deseaba, por qué estaba allí en el fondo, hasta qué punto planeaba imposibilitar el quedarme en un lugar en el que, quizá por primera vez en mi vida, había encontrado mi verdadero sitio?

-El futuro no está escrito, Ferran. Sólo hay algunas líneas trazadas. Mi libro del destino dice que probablemente fracasaré en todo lo que emprenda y que moriré abandonada por todos en cualquier camino astroso. Pero no explica los detalles. No sé si me quedaré mucho tiempo o poco con vosotros, pero te puedo asegurar que Omar sabe de mí todo lo que tiene que saber, y nada de lo que yo haga le sumirá en la tristeza. Verás, no creo que yo sea tan importante como Omar como tú crees. Pero él sí lo es para mí, y ese sentimiento seguirá ahí, a través de todos los años. Yo siempre estaré para él, sin esperar que él lo esté por mí, y él lo sabe. Él es para mí lo más parecido a una familia que tuve nunca. Y eso no se borra así como así, aunque no seamos de la misma sangre, o quizá justamente por eso: a mí la única sangre que me engancha es que la que se vierte en el campo de batalla por una causa justa, o por un plato de lentejas con chorizo, que también es una causa de lo más justa.

Ferran sonrió, a su pesar.

-Quizá me preocupo demasiado por él. Ya sabes, a veces sería capaz de matarle, pero otras no soy capaz de soportar verlo abatido. Pero cambiando de tema: ¿entonces, qué es exactamente lo que te hacía estar tan concentrada en el torneo? A mí puedes explicármelo. Hay alguno de esos caballeros que te gusta, ¿no es cierto? Quizá ya te lo hayas llevado a la cama. Venga, quiero detalles.

Suspiré.

-No seas monotemático, anda. Sólo es que me gusta ver una buena lucha. Antes, siempre intentaba aprender de los que son mejores que yo. Además, esas armas… qué bien forjadas, con tecnología punta, tan brillantes y cuidadas, con acero de la mejor calidad, qué belleza. Si yo hubiera tenido ese material a mi disposición cuando me dedicaba a ese negocio…

Ferran se encogió de hombros.

-Somos pobres, Eowyn. Gente del pueblo. No podemos desear lo que no está a nuestro alcance ni nos corresponde.

Sí. No podemos vivir por encima de nuestras posibilidades, pensé yo. Ser pobre no se convierte en una desgracia, sino en un castigo. Un castigo pagado en muchas ocasiones con la infelicidad perpetua y/o con la muerte. Un círculo vicioso. Porque hemos de conformarnos con lo que tenemos incluso en el contexto más mercantilizado de la historia, cuando por todas partes nos llueven mensajes de que la felicidad está justamente en adquirir aquello que no nos está permitido, cuando el más mínimo paso adelante en nuestra profesión o mejora en nuestra forma de vida trae aparejados gastos inasequible y riesgos enormes. Y eso, año tras año, hace mella. Yo nunca fui consumista (si es que ese apelativo se me puede adjudicar cuando me hallo en mi época medieval) pero desde hace un tiempo… no puedo evitar vivir permanentemente frustrada por esos pequeños lujos que no puedo concederme, por ese toque de carne que falta en mi comida, por esa leña que no puedo comprar para mi fogata mientras el frío me cala los huesos, por esa espada de calidad que me habría hecho destacar en los torneos y conseguir un trabajo bien remunerado, lejos de mi antiguo señor y perpetuo enemigo, lejos de los templarios… Yo sabía que con un poco más de monedas, sólo un poco más, hubiera podido comprar un futuro. El problema es que no tenía ese poco más.

Un castigo que algunos creen que se merecen por no poder ser iguales que aquellos a los que veneran porque la vida les ha dotado de oportunidades. Debe de ser por eso que siguen votando al PP.

-Bien, ahora ya no importa, Ferran –atajé la conversación-. Todo eso pertenece al pasado.

Dejamos atrás el recinto exterior del castillo de Tortosa, con su liza y sus coloridas tiendas, donde tendría lugar al día siguiente el torneo que amenizaría las Cortes que, con un poco de retraso, se celebrarían en la fortaleza a partir del día siguiente, cuando comenzarían a llegar los primeros invitados, nuestro querido monarca incluido. Todos, menos uno: el único convidado que ya estaba allí, el mismo que estaba contemplando las luchas previas al día grande en su palco, rodeado de algunas de las familias más destacadas de las Terres de l’Ebre. Nos dirigíamos a la residencia de nos alojábamos todos los de la compañía menos Omar y Ferran, que en su condición de trovador destacado y supuesto sirviente personal, tenían habitaciones en un torreón. Pero en aquel momento oí una voz detrás de mí. Y creo que antes de orí las palabras que me dirigía, ya que había llegado el momento. El momento que tanto había esperado. El momento que tanto había temido.

Ferran y yo nos volvimos. El que hablaba era Roger, de la tropa de Omar, un hombre bajo y corpulento de ojos azules apagados, que nunca sonreía excepto cuando, borracho, contaba chistes extremadamente procaces, y que era un virtuoso del laúd. Era un tipo solitario que intentaba escabullirse de todos los ensayos que podía para observar en silencio a las bellas y bulliciosas criadas del castillo, a las que sin embargo, nunca osaba dirigirse.

-Asha –dijo, mirándome-. Omar dice que te reúnas con él en el palco. El señor te ha visto de lejos y quiere conocerte.

Asha es una egipcia de cabellos negrísimos como el carbón y ojos como el azabache, que destacan en una piel mucho menos oscura que lo que es habitual en las mujeres de su raza. Pero la mayor particularidad de Asha es que lleva siempre el rostro cubierto, aunque su dios y su profeta no se lo hayan pedido explícitamente. Se dice que prometió no despojarse nunca de su velo, no casarse, tener hijos y una vida normal, hasta dar muerte al malvado pirata cristiano que asesinó a todo su familia después de someterles a las más terribles torturas. Una historia conmovedora. Y completamente falsa, aunque desgraciadamente sólo en aquel caso concreto (o si no preguntádselo a Felipe González, gran luchador contra la opresión de la disidencia política, que se pasa la vida viajando a México y a Araba Saudí). En realidad, Asha era Asha debido a la imaginación combinada de un artista llamado Omar y una aspirante que respondía al nombre de Eowyn, aunque tampoco era el suyo verdadero, si es que algo verdadero existe en la vida. Los ojos de la mujer que se escondía debajo de Asha eran de un mucho más aburrido color avellana; su cabello, de un anodino castaño claro que no era rubio ni era moreno ni era nada; y su rostro, el mismo que quedaba oculto bajo el velo, además de ser bastante menos hermoso debido a la carencia de afeites, también era terriblemente, y peligrosamente, más conocido. Y su historia, desde luego, mucho más cotidiana.

Me volví lentamente hacia Roger, intentando vencer mi parálisis, y asentí, siguiéndole. A aquellas alturas, había creído que nunca llegaría ese temido momento, que lograría soslayarlo. Pero, a pesar de la imprudencia que yo sabía que estaba cometiendo, no puede evitar ir a ver aquel día las previas al torneo, tal porque era muy probable que fuera la última vez que presenciara algo así, así como el resto de las cosas del mundo: en aquella batalla, alguien tenía que morir para que yo recobrara la paz, y tal vez esa persona era yo misma (con lo que de seguro que reencontraría todas las paces del mundo, la verdad). Sólo que no podía morir antes de tiempo. Eso sí que habría supuesto un lamentablemente error.

-No te preocupes –Ferran me apretó la muñeca un instante para tranquilizarme-. No te reconocerá. Le prometí a Omar que lograría transformarte tan completamente que ni tu madre sería capaz de saber que te había parido alguna vez. Ignoro por qué tienes que fingir delante de todo el mundo, y sobre todo delante del señor, que eres una persona diferente a la que eres, espero que me desveléis el secreto algún día, pero yo siempre cumplo mis promesas

Pensé que Ferran habría podido llevarse bien con Guillaume. A ambos les gustaba el espectáculo, los disfraces, el fingimiento, los chascarrillos. A ambos les gustaba reírse, hacer el ridículo. Les gustaba la vida. Yo asentí, para tranquilizarle a él, y sobre todo para tranquilizarme a mí misma, que bien lo necesitaba. Me temblaba todo el cuerpo como si la temperatura hubiera alcanzado cotas siberianas. Creo que hubo un momento en que detuve. Sencillamente. Me quedé parada, sin poder dar un paso más. Hasta Ferran, volviéndome a coger de la muñeca, y soltando una carcajada distendida como si estuviéramos bromeando, me empujó hacia la arena frente al palco donde él me esperaba, sentado al lado de una radiante Isabel, la mujer que un siglo antes había sido mi amiga.

-¿Así que eres tú la morita de triste historia? –fue las palabras con que me recibió-. Es curioso. Renuncias a ser una mujer, vivir como una mujer, a mostrar tu rostro e incluso a hablar, pero a pesar de estos decentes propósitos llevas una vida poco honorable, cantando y bailando y hacinándote con hombres, ¿Acaso esperas encontrar a aquel malvado que te lo arrebató todo por estos caminos de Dios? ¿Es eso?

Di un paso hacia él y le hice una cortés reverencia, para asentir a continuación. Omar, a su lado, mantenía una imperturbable cara de póquer que dejaba bien a las claras sus cualidades como actor. Porque él conocía toda la historia y se había comprometido a ayudarme cuando yo se la había relatado. Por aquel día, hacía ya tantos años, en que una niña con ojos llenos de ilusión se cruzó en su camino.

-No sé de qué te servirá mi ayuda -me había dicho la primera vez que entré en su casa, después de escucharme cantar-, pero aquí tienes mi mano.

-No volveré a poner en peligro a nadie. No podría soportarlo –le había contestado con fiereza.

-No vas a hacerlo –había objetado-. Esta misión es tanto tuya como mía. He estado sirviendo a ese hombre durante años, sin saber que había destrozado tu vida, que no te había dejado nunca encontrar la paz. Que te había obligado a dejar relegado el talento para la poesía y la música que Alá te concedió para convertiré en una mercenaria sin corazón. Nos engañó a todos, con su falso afán de proteger el arte.

Ellos siempre engañan. Ya deberías saberlo, mi querido Omar…

Él había continuado sin hacerme caso.

-Si él muere, serás libre. Y podrás ser quién deberías haber sido desde el principio..

-Para eso es demasiado tarde.

-¡Nunca es demasiado tarde! –casi había aullado-. No toleraré que lo digas.

Y sin embargo sí era demasiado tarde. Siempre es demasiado tarde para los pobres. Es fácil que te vendan o te engañen cuando no puedes elegir. Los pobres en éxito político (normalmente porque son más honestos que los demás), en dinero, belleza, juventud… o en las tres cosas juntas. Mi tiempo ya pasó. Ahora sólo soy lo que soy: una mota de polvo que se posa de cuando en cuando en las líneas, inconcretas, pero seguras, que el Destino ha garabateado para mí. Como si ni siquiera fuera importante para el propio Destino.

-Y –mi viejo enemigo continuaba con su perorata-: ¿qué piensas hacer cuando lo encuentres? Mi pequeña morita, ¿qué sabes tú acerca de matar?

Mantuve fija en él la mirada de mis falsos ojos negros.

-Ya veo que nada… No eres más que una mujer. ¿Sabes? Tengo curiosidad por ver tu rostro. Quizá toda esa historia que cuentan sobre ti es en realidad una gran mentira –creo que estuvieron a punto de caérseme las bragas al suelo; de haber llevado, claro: la ropa interior medieval es bastante más complicada o, según como, más sencilla. Y, a juzgar por el salto mortal que parecieron dar las pupilas de los ojos de Omar, sus calzones estaban a punto de seguir el mismo camino. Sin embargo, no se movió un milímetro. Ni yo-. A lo mejor tu rostro está terriblemente desfigurado, y por eso lo ocultas. No hay ninguna venganza, sólo vergüenza. Sabes que yo soy lo suficiente poderoso para ordenar que te arranquen ese velo de la cara. Lo sabes, ¿verdad?

No sé cómo hubiera reaccionado a aquello, pero cabe la muy realista probabilidad que no hubiera sido de manera demasiado honrosa. De haberme atrapado en aquella tesitura, yo no habría tenido ninguna posibilidad. Y Omar, Ferran, Roger, las chicas y los demás, tampoco. Pero sucedió algo providencial; mientras mi maestro pensaba a toda prisa cuál sería la manera más inteligente de reaccionar, Isabel posó sus dos manos el brazo de su amigo, y dijo, con una dulzura que yo apenas recordaba.

-Mi señor, me duele ver que perdéis el tiempo con esa muchacha. No es más que una pobre juglaresa sin importancia, con las manías propias de la clase inferior. Comprendo que os inspire curiosidad su comportamiento, pero creedme si os digo que la gente baja actúa sin ninguna lógica en sus acciones. No olvidéis –añadió socarrona- que yo conozco a los plebeyos mucho mejor que vos…

Su parlamento tuvo la virtud de hacer arrancar una carcajada a su compañero: que Isabel reconociera con tanta sencillez y aquel punto de ironía que ella misma era una de esas personas consideradas de escasa categoría le resultó de lo más divertido. Yo esperaba que nadie oyera el suspiro de alivio que resonó en todos mis pulmones cuando Omar, recuperado, de su desconcierto, añadió:

-Asha no tiene ningún plan para vengarse del hombre que tanto daño le hizo, mi señor. Creo que de momento sólo espera encontrarlo. Piensa que después Alá proveerá, como siempre hace.

Su interlocutor se rascaba la barbilla, en una actitud reflexiva que se me antojó terriblemente cínica.

-Si es así, tal vez debamos ayudarla. ¿Sabe emplear, el cuchillo, por ejemplo? Habría que enseñarla… Omar, quizá sea yo la Providencia que ella espera. Quizá vuestro Alá, o mejor, nuestro Señor de los Cielos, me haya escogido para ello. Diego, ven aquí.

Un guardia vestido con los colores del escudo del señor, a quien no conocía, se presentó, inclinando la cabeza.

-Imagínate que esa mujer quiere matarte. No creo que sea muy diestra, pero a veces el odio y un buen cuchillo puede hace milagros. ¿Cómo te defenderías? ¡Y tú, morita, atrapa esto!

Me lanzó el cuchillo que llevaba a la cintura. Omar se levantó de su asiento sin poder evitarlo, e Isabel mostró una mueca entre sorprendida y divertida. Ferran, a mi lado, también dio un respingo. Yo trastabillé hacia atrás: el arma no tenía intención de herirme, sino de que yo la cogiera. Al vuelo. Cosa que haría hecho en cualquier otra ocasión. Pero no podía. No podía dejar que él supiera que yo conocía cómo utilizar esa herramienta mortal.

-¡Venga, cógelo! –me animaba entre risotadas, como si estuviéramos en un palea de gallos-. ¡A la palestra, vamos! ¡Diego, tú también! ¡Atácala! ¡Piensa que ella quiere matarte!

Creo que fue en ese momento cuando entendí que requiere mucho más valor a veces no luchar que hacerlo indiscriminadamente. Me gustaría ver a esos que quieren solucionar atentados logrados gracias a las armas que ellos mismos han vendido a la facción terrorista (la misma que prácticamente habían inventado sus aliados antes de que se les fuera de las manos), cuando no directamente de falsa bandera, en una situación así. El cabrón de Diego, un trepa rastrero que sin duda no tenía más misión en el mundo que lamer el culo a su jefe, y seguramente uno de esos soldados que en la batalla sólo pueden ejercer su valor con mujeres y niños, y además disfrutan con ello, comenzó a lanzarme estocadas con su cuchillo, casi tan largo como una espada corta, mientras la lengua le asomaba entre unos labios desagradablemente fruncidos y la saliva le goteaba barbilla abajo de satisfacción. El cuchillo que el anormal de mi ex señor me había arrojado estaba ahí, delante de mí, pero ¿cómo lo recogía y comenzaba a pelear sin demostrar que sabía lo que estaba haciendo, que no era una morita desvalida, si él conocía perfectamente mi manera de luchar? Intenté esquivar los ataques del esbirro de manera tan efectiva como aparentemente torpe, e incluso en una ocasión aposté por caerme de culo al suelo, con bastante poca gracia, y una vez allí intentar rodar sobre mí misma para librarme de los envites de aquel desgraciado. En algún momento había visto la mirada de mi archienemigo, y en ella noté algo que me había preocupado mucho más que el cuchillo que amenazaba con trazar un camino de sangre en mi cuerpo hasta la muerte.

Asombro.

Y aquello sólo podía significar que…

Sorprendida fue también la risotada cuando me vio voltearme trabajosamente en el suelo (he de decir que los meses de inactividad también me ayudaron un poco en mi fingimiento).

-¡Es increíble! Quiere vengarse de un terrible pirata que mató a toda la tripulación de un barco, ¡y no sabe ni siquiera mantenerse a salvo de un guardia que sólo quiere jugar un poco! No te detengas, Diego. Me estoy divirtiendo. Quiero saber cómo acaba esto.

Ferran miraba a Omar desesperado, dispuesto a intervenir para librarme de aquella tortura, sin poder creerse que aquella muchacha torpe que se retorcía por los suelos era la feroz Eowyn de la que le habían hablado tanto. Pero Omar no podía hacer nada. Por él, por mí, por los suyos. No podía arriesgarse a caer en desgracia ante el poderoso noble, si quería mantener la vida y los salarios de su compañía. Y sin embargo, llegó un punto en que no pudo aguantarlo más.

-¡Señor, por favor! Esta mujer es una pieza clave en mi compañía. ¡Si le hacéis daño, no podremos actuar! –exclamó, asustado y suplicante. En aquel momento me recordó a un niño muy pequeño, como cuando me consultaba cómo debía actuar en algún asunto determinado relacionado con su gente: era tan fuerte y decidido como inseguro. Era como yo misma…. Pero el hijo de puta le hizo un gesto a Diego de que lo dejara, y yo me levanté, cuidando de que ninguna pieza de mi disfraz se hubiera salido del sitio y revelado lo que no tocaba.

-Y sin duda también es una pieza clave es vuestro corazón, Omar –exclamó el susodicho con un tono entre taciturno, despreciativo y rabioso-. Está bien. Creo que me he divertido bastante con ella, por el momento. Espero que mañana me muestre sus otras dotes, que sin duda serán también de mi interés. Puedes irte, muchacha. Seguro que tienes mucho que ensayar.

Yo le di la espalda sin molestarme en hacer ningún saludo, y menos una reverencia: hasta ahí podíamos llegar. Había momentos en que me sentía tan enfurecida que podía vender mi tan apreciada vida por un poco de dignidad, y aquel era uno de ellos. Ferran se apresuró a cogerme del brazo y a sacarme de allí, aunque no hacía falta que se esforzara mucho porque yo corría bien deprisa. Una vez en unas dependencias aledañas a los establos, donde quiso introducirme casi por la fuerza, se encaró conmigo.

-¿Qué me estáis ocultando? –yo le miraba casi sin expresión. No contaba con aquel pequeño detalle: que a Ferran no le gustaría que Omar y yo le mantuviéramos ignorante de nuestro plan. Su cerebro chirriaba, sobre mi silencio, como una noria que rodara impulsada por la fuerza de mil bestias. Yo casi podía escuchar el sonido de sus engranajes-. Creo que estoy empezando a entender algunas cosas. Hay cabos que le ligan en mi cabeza. Y créeme que no me gustan nada las conclusiones a las que estoy llegando.

Le miré con tristeza.

-Habla con Omar –le sugerí

-Claro que voy a hablar con Omar. Y luego volveré. Me habéis mentido, Eowyn. Y no puedes imaginar cómo odio que lo hagan

Ferran desapareció con un portazo. Di un paso hacia él, peor era demasiado tarde. Otro más a quien añadir a la lista de mis enemigos, ya suficientemente numerosa, o al menos a la ista de los que me aborrecían. Y pensar que yo quise siempre todo lo contrario… De él, de Omar, de los demás… Como siempre, soñar sueños imposibles.

Pero es que yo sabía que aquel momento llegaría. Lo había sabido meses atrás, cuando Jaume había comprado la encomienda de Tortosa a los templarios y la había adjudicado para su guarda y custodia a unos de sus más fieles vasallos, el mismo que llevaba años medrando en la Corte para que prebendas semejantes se le concedieran, el mismo, tan lleno de odio, locura y celos que se había dejado envenenar por las locas palabras de una mujer que creía estar enamorada y sólo odiaba ser abandonada, el mismo que había jugado un doble juego con la monarquía y con el Temple durante todos aquellos años. Sí, yo lo había sabido y había visto mi oportunidad en la información: un castillo semivacío, aún con escaso personal, imbuido en obras de reforma, al cual su castellano visitaba siempre con una reducida guarnición… Pero esperé. Esperé demasiado. Hasta aquel día, en la masía cercana al mar, cuando, después que el falso leproso y mis antiguos soldados me habían sacado del castillo de mi viejo y gran enemigo, había oído que comentaban entre ellos: las Cortes reales. Tortosa. Un gran espectáculo de Omar. Finales del verano (que, debido a las lluvias que atenazaban las tierras catalanas desde agosto, había tenido que trasladarse a los días de la Navidad, una Navidad extrañamente templada). El castellano que debía de llegar unos días antes para prepararlo todo….

Sí. Había esperado demasiado. Temí perder lo que tenía en aquellos momentos: un trabajo de mierda, con el sueldo más bajo de la historia, en el que continuaba sólo porque había establecido fuerte lazos de amistad con mis compañeros (lazos que sin dudas no serían compartidos, pero que en mí eran terriblemente profundos), y tenía demasiado terror a la soledad, tanto que me impedía progresar, una gran cobardía a pesar de que hubiera tenido que hacerlo sin medios y con armas deslucidas y melladas.

Y tampoco había servido de nada: aquellos compañeros ya se habían perdido, de todas maneras.

Y ahora, llevaba tantos meses fingiendo que era alguien que no era, o dejando de ser quien era, que ya no sabía dónde estaba la realidad y dónde la mentira. A veces quería olvidarlo todo y simplemente quedarme allí, al lado de Ferran y Omar y de los demás. Cantar. Sólo cantar.

Pero ya era tarde. Demasiado tarde. Siempre es demasiado tarde. Siempre es demasiado tarde para los pobres.


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