Manolo Galván, a la par moderno y campestre en la portada de Lily
“Un grito solitario”, tituló con la maestría que otorgaba a Armando Matías Guiu su experiencia milenaria cuando escribió para el nº 669 del semanario brugueriano Lily de fecha 30/09/1974 un artículo sobre Manolo Galván (Alicante, 13/03/1947 – Buenos Aires, 15/05/2013), a quien recordamos hoy, que nos hemos enterado, con dos meses largos de retraso, de su fallecimiento en tierras argentinas. El título del artículo de don Armando hacía referencia a su liderazgo del conjunto “Los Gritos”, grupo malacitano que saltó a la fama cuando conquistó en 1968 el por aquel entonces influyente festival de la canción de Benidorm, con su versión del tema de Julio Iglesias (igualmente ganador del certamen) “La vida sigue igual”, un afortunado himno al conformismo perfectamente adecuado a las circunstancias sociopolíticas españolas, en las que el mensaje procedente del modernizado Imperio franquista (y, en consecuencia, imperante) consistía en tomar a cosa de poca sustancia (cuando no directamente a guasa) cualquier atisbo de avance social liderado por una juventud melenuda e inconsciente. Podíamos ganar Eurovisión, los americanos llegar a la luna, los peluqueros podían desesperarse viendo crecerle el pelo a la gente, pero todo se mantenía atado y bien atado. Bastaba ver la televisión para entenderlo. “Los Gritos”, que habían tirado la toalla ya un vez, habían parecido dar con la fórmula del éxito cuando el alicantino Manolo Galván sustituyó al anterior vocalista, dejando a la vez su puesto de tañedor de guitarra. La experiencia como líder del grupo “Los Gritos” (entonces a los grupos se les llamaba “conjuntos”, dato cuyo conocimiento la juventud del Siglo XXI sin duda agradecerá) no superó el trienio y en esos 36 meses, el combo tuvo la oportunidad de debutar en las pantallas cinematográficas, aportando durante la proyección de los genéricos, su interpretación del tema que dio título al film, “¡Cuidado con las señoras!” (Julio Buchs, 1968). La canción, un clásico instantáneo del barcelonés Augusto Algueró y de su letrista habitual, el cartagenero Antonio Guijarro, incluía en sus versos perlas como “Si te dicen “Tengo frío” (refiriéndose a las señoras, claro) ten bastante precaución, pues todas, todas quieren un abrigo de visón”, unas líneas dignas de Peñarroya, el padre de Don Pío, de Pulgarcito. En su siguiente incursión en el cine, “Abuelo made in Spain” (1969), que dirigió Pedro Lazaga a mayor gloria del cómico de Tarazona, Paco Martínez Soria, el conjunto tuvo la responsabilidad de actuar ante las cámaras, si bien es cierto que el director de “La patrulla”, que en menos de una década había pasado de formar parte de un grupo de entusiastas y respetuosos cinéfilos, “Los Telúricos” entregado a la causa del cine, a filmar todo lo que se le pusiera por delante que oliera a comercialidad, sin asomo de escrúpulos, regaló a la historia del cine una actuación de “Los Gritos” interpretando el tema “Veo Visiones”, no es menos cierto que apenas se les entrevé, en una concurrida “boite” del Madrid Ye-yé de entonces, más interesado en destacar la expresión de estupefacción del héroe de la España “sin adulterar” que representaba Martínez Soria y a los estrambóticos bailoteos de una anónima Teresa Hurtado. De manera sintomática, el final de la actuación de “Los Gritos” (y de sus inocentes visiones) coincide con la detención del personaje de Martínez Soria (a quien un desconocido admirador de la radicalidad del grupo le ha pasado un paquete de estupefacientes) a la terminante voz de: “¡Policía y a callar!”Y es que en aquel entonces, el consumo de drogas era considerado en España poco menos que la antesala del infierno, por lo que la fenomenología hippy internacional ligada a la exploración del mundo al que dicho consumo daba acceso presentábase no sólo como una práctica peligrosa física y moralmente hablando, era, sobre todo y en consecuencia, perseguible como delictiva. Así, una canción como “Veo visiones” representaba lo que podríamos llamar el “techo psicodélico” de España. Compuesta en su música y letra por Manolo Galván y Joaquín Alonso Navas, “Veo visiones”, con su escuálida historia de una misteriosa mujer que “hablaba con palabras y acariciaba con sus manos y después se iba”, no llegaba muy lejos en lo que a arrebato visionario se refiere y se presentó en TVE en lo que hoy puede considerarse como un afortunado alarde de realización televisiva, atinada mixtura de innovación futurista-alucinógena y minimalismo exacerbado. Los cuatro integrantes de “Los Gritos”, sentados en sendas sillas, ocupan un set televisivo estrictamente desnudo y sólo unos destartalados efectos de combinación de las propias imágenes con su negativo aporta alguna variedad a la ascética actuación. Manolo Galván, tras dejar el grupo que lideraba, disuelto, entre otras causas, por efecto de aquella broma de mal gusto conocida como Servicio Militar Obligatorio, cayó en las garras de Juan Pardo, un obstinado creador de melodías que siguió con denodado tesón los pasos de The Beatles hasta que detenerse cuando los británicos llegaron a su álbum “Rubber soul”, momento en el que el señor Pardo se apeó de Los Brincos para formar dúo con su compinche Júnior y probar las mieles del éxito. En la primera mitad de los 70, tras recomendarle a Galván que se vistiera con ridículos petos como él y se dejara una barba parecida a la suya, Juan Pardo trató de dar un nuevo impulso a la carrera del ex vocalista de Los Gritos. El alicantino, que consiguió introducir en el vocabulario de muchos niños españoles la palabra “ramera” a raíz de su éxito dramático-musical “Hijo de ramera”, emigró en 1973 a tierras americanas, alcanzando allí su entrañable estilo interpretativo, basado en una especie de balido quejumbroso, un estatus de éxito más que razonable en Argentina (donde se instaló) y Chile.