Los girasoles crecen en mi jardín, cuando me fui solo eran semillas en un sobre. Yo soy los girasoles, que ascienden en dirección al cielo. Ellos me regaron y me apoyaron, igual que a las flores. Las abejas se acercan para recoger el néctar, veo cómo la naturaleza se recompone.
Su madre lloró al ver el tatuaje de la serpiente en el pecho. Su novia lleva un clean look. Fuck you, le digo porque cada año prometía venir a visitarnos y nunca lo acababa haciendo. «J. me dijo exactamente lo mismo que tú, fuck you», me responde. Mi hermana no recordaba lo mucho que hablo, quizá quiero llenar todos los vacíos para no pensar que J. sigue con la novia, aunque cuando le pregunto por ella, solo me responde, sin mucho entusiasmo, que es maja. Él conoció la energía que desprendemos juntos y se quedará con eso para siempre.
No me veo más mayor, me veo más guapa. Es llegar a Barcelona y sentir la vibra, la ciudad me pertenece. Llevo cinco minutos andando y me empieza a hablar un canadiense con cualquier excusa barata. Me dice que tengo un buen apretón de manos.
Pero me despierto a las 4 de la mañana. Demasiado tiempo acostumbrada a otro horario. Y me entra cierta nostalgia. No la dejo recorrer mi cuerpo durante mucho tiempo, la corto. Acabaron en el Irish pub, como en los viejos tiempos, y le imagino invitando a chupitos, con su sonrisaza, que ya no es mía, y con dolor de cabeza al día siguiente. No sé si viven juntos, no quise preguntar.
Crecen las plantas también entre las vías del tren, la luz neblinosa de primera hora de la mañana las ilumina.
Mi hermana tiene miedo y quiere salir de ahí, a cada paso que damos, nos encontramos con puntos calientes, el magma crepita en sus cuevas. A mí ese miedo me produce adrenalina y quiero seguir hasta casi quemarme.