Revista Opinión
Los niños se han quedado con mi madre, me dices mientras tomas mi mano. Y lo asumes como una invitación al abismo, una carta en blanco, la excusa para burlar al destino. Como dos criaturas desenfrenadas, os deslizáis hacia el delirio con la emoción de unos adolescentes vírgenes en una noche prohibida. Caen las ropas y se aleja el pudor, el fantasma de la duda queda en la penumbra. Surgen las caricias, improvisadas, resueltas, naturales, sinceras… Crujen los cuerpos al ritmo de los jadeos y suspiros que aumentan la búsqueda del éxtasis. Amparados en la sombra, oyes palpitar con fuerza su pecho y reparas en el escalofrío repentino que sentiste apenas unos segundos antes. Repasas con tus dedos los rincones de su cuerpo, te detienes en los senos, turgentes, perfectos, dispuestos para la exaltación. Pasas la lengua por ellos y pellizcas los pezones, que asumen la dureza de un movimiento pleno de sensualidad. Excitado, sin mesura, apremiado por la complicidad de una piel tersa, bajas las manos por la orilla del vientre, tocas el interior de sus muslos y te entregas a la búsqueda del tesoro levemente oculto aún. Notas cómo sus entrañas se abren y te empujan a liberar el líquido amoroso. Como dos criaturas desenfrenadas, desprendéis una energía incontenible. Extenuados, al límite de las fuerzas, el instante se detiene. Y rogáis para que el alba os permita dibujar en la arena un corazón que las olas transporten hacia el fondo del mar, donde nadie lo perturbe.* Finalista I Concurso de microrrelatos eróticos Ojos Verdes 2016