Las primeras horas del 2018 no dejan de ser tan diferentes al comienzo de cualquier otro primer día de otro año. Mientras unos van a la cama cuando ya el sol comienza a despertar, siempre y cuando no amanezca nublado, y otros despiertan para continuar con su particular rutina de no darle al primer día del año, más importancia que la de cambiar el calendario que está colgado en la pared; mientras todo eso sucede, se escuchan aún los mensajes de felicitaciones por el año nuevo, los buenos deseos para los próximos trescientos sesenta y cinco días que tenemos por delante, y todo esto ocurre rodeado de algunas sonrisas que a veces se esconden en más de un acto de cortesía que está lleno de una gran hipocresía.
La mañana del 1 de enero comienza como cada año: con los tradicionales saltos de esquí en una estación invernal de nombre casi impronunciable, con la misa de un Papa que dicen que es revolucionario, y con la repetición en algunos canales de televisión de esos programas grabados hace semanas de una fiesta de nochevieja que ya no existe. Imagino que los figurantes de esos programas se habrán comido veinticuatro uvas, en lugar de las tradicionales doce que comemos en esta España que algunos indecentes llaman represora desde su cinismo e ignorancia; pero bueno, podremos decir que comenzamos un nuevo año de la manera más saludable, porque lo hacemos comiendo fruta, después de una cena copiosa regada con alguna que otra copa que rebosa alcohol.
Durante este primer día, los resúmenes del 2017 se volverán a repetir, y conoceremos al primer niño o niña que ha nacido en España en el 2018, con unos padres emocionados a los que no maquillan para salir en televisión, para que seamos conscientes de que venir al mundo no tiene photoshop. Y mientras comienzan a transcurrir las primeras horas de este año, e intentamos no hacer mucho ruido por aquello de no molestar a los vecinos que duermen plácidamente después de toda una noche de fiesta, no tengo claro qué día debo dejar de felicitar por este nuevo año que tenemos por delante.
Sea lo que sea, lo que sí tengo claro es que como todo los años, en este primer primer día, se vuelve a poner el contador a cero. Un contador a cero con los muertos en la carretera, un contador a cero con otra mujer víctima de esa maldita violencia machista,… y podríamos seguir enumerando listas de contadores a cero, pero prefiero no hacerlo porque muchas duelen de solo pensarlo.
En fin, habrá que seguir deseando feliz año nuevo en los próximos días, aunque preferiría felicitar por un año viejo en el que no existiese ese indeseado contador.
¡¡Feliz 2018!!
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