Hubo un tiempo en que las relaciones eran para siempre. El “para siempre” no como parte sino como finalidad de la relación. Las generaciones venideras fuimos instruidas en esa idea. La felicidad, el bienestar y demás quedaban supeditados al hecho inequívoco de que lo importante era que el amor o, mejor dicho, la unión perdurase. Es por tanto fácilmente comprensible (que no justificable) que cuando una relación termina, el drama sea de dimensiones épicas. Entendemos como un gran fracaso algo que sucede de manera habitual y (casi) inevitable. Esto es un error conceptual importante. Pero de esa idea hablamos otro día. Mientras tanto puedes intentar leer “los 420 hábitos de las parejas felices”, “lo que realmente diferencia a las parejas altamente saludables” o “cómo edificar un matrimonio sólido e inquebrantable”. Incluso puedes valorar cuestiones bastante trascendentales como la posición que ocupáis en la cama para dormir o, como decía un amigo mío, si ya cagáis con la puerta abierta.
Yo no hago nada de eso. Simplemente asumo que la relación que mantengo se terminará. Igual que tenemos asumido que un día moriremos. La clave no es saber que eso pasará sino lo que puedo hacer hoy para intentar que estemos bien esta tarde, mañana y, como mucho, la semana que viene. Que dentro de un tiempo ella se canse de repetirme lo que tengo que cambiar, yo me canse de que me lo repita, que las condiciones espaciotemporales impidan tener una relación placentera o que ella encuentre alguien mejor (yo eso, no puedo ;) ) no son cosas que deban ocuparme lo más mínimo de mi tiempo. Es como si pasase las tardes evaluando si moriré de cáncer, de un infarto o de una nueva enfermedad que surja fruto de usar algún utensilio tecnológico. Son cosas que vendrán en un futuro cercano o lejano pero de cualquier manera incontrolable a día de hoy (sí, se puede prevenir pero no ha habido nadie que haya esquivado la guadaña). Que un día la gente ya no se quiera o no se aguante no se puede arreglar leyendo manuales para gilipollas. Otra cosa es convivir, que se pueda convivir de manera apacible, muy agradable incluso, eso sí que lo enseñan los libros. Pero supongo que lo que se busca es algo más. Al menos, como ideal de pareja. Que a tiempo de conformarse con el “buen chaval” que lleva detrás de ti desde los 15 siempre se está.
Que las relaciones se acaban no es un presentimiento pesimista. Se acaban. Como mucho “hasta que la muerte los separa” si no los ha separado antes el tedio, la rutina, los celos o las mentiras que se cuentan para alargar las cosas cuando el fin empieza a vislumbrarse. No digo que se tengan que acabar como norma. El matiz es que la tendencia de la relación es el fin pero eso no puede impedir disfrutar cada minuto de lo que dura. Lo mismo que hay que hacer con la vida. Olvidarse del final y disfrutar lo que se vive mientras se vive.
Y, si se termina, recuerda que las relaciones terminan porque no se estaba bien. Nadie pone fin a algo “genial”.