Skydiving, por Philip Ringler
Un año más, los valores extremos -extremísimos, en esta ocasión- de la temperatura ambiental, me obligan a hacer un pequeño descanso para reponer fuerzas y recuperar sensaciones estimables. Volveré en septiembre, cuando empieza el declive del verano. Entonces será el momento de encontrarnos de nuevo. Mientras tanto, me dedicaré a leer, demorándome a propósito, La montaña mágica, y me daré algún que otro chapuzón para rebajar mi alarmante calidez corporal, a la manera en que están a punto de hacerlo esos niños de la imagen de arriba: apuntando bien alto en el salto. A veces, mirando hacia abajo es cuando alcanzamos mayor altura.
Sean moderados y agradecidos. Contemplen el azul del cielo, la serenidad de la naturaleza. Disfruten de los días y de sus horas, del silencioso transcurrir del tiempo. De la maravillosa nimiedad de nuestra irrepetible existencia. Exíjanse un poco más como personas. No claudiquen, ni ante la horterada ni ante los cómodos convencionalismos. No dejen que su inteligencia (no se fíen de ella) se les vuelva en contra o les haga daño. Sobre todo intenten, si pueden, evitar dos cosas: la exposición prolongada al sol, y ser quienes no son (se ahorrarán disgustos adicionales, especialmente con ustedes mismos). Algún día, recuerden, mucho más adelante, transcurridos los años, echarán la vista atrás y dirán con desabrimiento: ¡Ojalá fuese aquel verano de 2015, era feliz entonces! Pero eso son defectos de fabricación, designios humanos.
(Me he parecido un poco a Polonio dándole consejos a Laertes. Ustedes perdonen).
Lo dicho. Hasta septiembre.