No me gustan las despedidas, nada, en absoluto. Una despedida de alguien a quien le tienes cariño, o a algo, en este caso, nunca es buena. Nunca. Soy de lágrima fácil y ni puedo ni quiero evitar llorar cuando le veo marchar, o me veo a mí alejándome. Algo parecido a lo que le sucedía a Mónica Naranjo, “Voy llorando en un taxi, no importa la dirección, dejando atrás aquella historia de dos”…
Trenes que se alejan, muros fuertes que se derrumban, días felices que llegan a su fin, etapdas que inevitablemente se cierran…
Por más inevitables que sean todas me parecen duras, se me hacen duras y dolorosas.
Hoy se juega el último partido de su historia en el Vicente Calderón, el estadio actual del Atlético de Madrid, quien vio marcar de cabeza el primer gol de su historia a don Luis Aragonés. Aquel que granizando vio a su hinchada cantar el himno de su equipo, mientras los jugadores se protegían en el vestuario, perdiendo un partido. Hoy muchos aficionados volverán a sus casas tras el último partido entonando a la Naranjo y su dolor en el taxi. Bufanda entre las manos, perdiendo un importantísimo partido en el que no se juegan puntos, un importantísimo ser querido, llorando porque no hay solución, pero se podía haber intentado algo antes del cierre de puertas que le llevará a su desmantelación.
Te vas viejo amigo, y siento decirte que te vayas así. Tan pronto para mí y para tantos otros aficionados. Te empecé a querer hace prácticamente muy poco, 2 años, pero 2 años intensos. Reconozco que mis primeras lágrimas viéndote, por televisión, fueron en ese final de Copa del Rey, en 2013. No fue hasta 2015 cuando me hice atlética. Cambiar unos colores por otros no había entrado nunca en mis planes y sin embargo pasó. Como cuando tonteas y al final te enamoras. En abril de 2015 te conocí en directo, por fuera. Pedí ir de propio y ya notaba algo cuando bajaba por la calle, saliendo del metro, cuando me explicaban lo que se forma cada vez que hay partido. Era como si mi mente lo recrease, sin necesidad de cromas, sin sonido ambiente. Mentalmente ahí estaba el resto de gente que faltaba esa tarde de abril. En ese momento había partido y bajábamos toos camino al Calderón, aunque en realidad solo estuviésemos dos personas.
El bar El Doblete, el túnel por donde pasa la carretera, las puertas de acceso al estadio, la número 8… y parada primero en el museo. Sentí una gran necesidad de entrar y sin preguntar, me abrieron la puerta y ahí estaba, el escudo en blanco y rojo sobre un fondo rojo en una pared inmensa. Por supuesto, me hice una foto debajo.
Todo lo que rodea en pequeña medida al templo lo tienes ahí. Un museo para soñar, para sonreír y ser feliz.
Salimos del museo y recorrimos todo el perímetro del estadio. Foto en la puerta número 8. Para algo es mi número favorito.
Tras recorrerlo todo y marchándonos a seguir la ruta por Madrid fuimos a las taquillas, para recorrerlo absolutamente todo. La puerta de acceso que hay al lado de las taquillas estaba abierta. Se dejaba ver el campo perfectamente. Sobre el césped había una máquina trabajando. Miré a mi amiga sonriente y le dije: “¿Entramos?” Así, como quien le dice de entrar en un bar porque hay buenas tapas y tienes hambre. Sabía que no nos iban a dejar y no se podía pero me sobraban ganas. Poner los pies en el césped del Calderón.. como quien pisa la arena de la playa tras un año sin ir. No entramos y me quedé con las ganas. Unos segundos de emoción sobre el terreno de juego, sin que nos vieran los trabajadores, hubiese sido para contar otra historia. La de veces que he pensado veces en eso desde entonces…
Durante esa temporada tuve 2 veces la oportunidad de ir, de ver un partido en directo sobre las gradas de ese estadio, y por cuestiones profesionales no pude. Me fastidió entonces y me fastidia ahora. No he podido entrar en él habiendo tenido ocasiones. Esta temporada tampoco.
Esta noche se va y yo no habré podido disfrutarlo en toda su esencia. Te voy a echar de menos, sinceramente. Ya hacía tiempo que te quería lo suficiente en mi vida como para no solo tontear contigo. He sentido tristeza al saber que te ibas, y ya lloré por quienes juegan en tu césped. No me iré a casa como la Naranjo, porque en la distancia es diferente, pero me duele saber que no volverás. Ojalá te hubiese podido disfrutar más.
Hasta siempre, Calderón.
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