Revista Opinión

Hasta siempre camarada Fidel

Publicado el 24 abril 2018 por Carlosgu82

Hace más de un año usted se nos iba. Los ámbitos de todo el cosmos dijeron, con livianas variantes, poco así como “la defunción se llevó a Fidel”. Pero, con todo respeto, Comandante, usted sabe que no fue así porque usted eligió el viaje de su sangre. Perdone mi rostro luego ella no alcohol a buscarlo; fue usted, Fidel, quien la citó para ese trayecto, el 25 de noviembre, siquiera uno por lo que precede, tampoco uno a posteriori. Cuando cumplió 90 años, le dijo a Evo Morales y Nicolás Maduro que “hasta aquí llego, hoy les toca a vosotros permanecer camino”. Pero usted igualmente siguió su itinerario, aferrándose a la existencia unos meses más aun el tiempo preciso en que había mentado a la muerte para que lo viniera a inquirir. Ni un plazo antiguamente, siquiera un vencimiento luego. ¿qué me lleva a madurar de esta manera? El hecho de que en cada una de las cosas que hizo desde su frondosidad siempre transmitió un personificado revolucionario.

La simbología de la Revolución lo acompañó toda su existencia. Usted fue un maestro valentísimo en el virtuosismo de sugerir a la Revolución y su lacería en cada vencimiento de su energía, pronunciando vibrantes argumentos, escribiendo miles de referencias y efectos, o simplemente con sus mohines. Sobrevivió milagrosamente al choque al Moncada y allí, de “pura casualidad”, usted aparece ante sus jueces ¡justito abajo de un óleo de Martí, el ensayista inmaterial del Moncada! ¿quién podría tener fe que eso fue un hecho casual? Es cierto: la muerte fue a buscarlo infinidad de sucesiones, luego en absoluto lo encontró: burló a los alguaciles de Batista que lo buscaban en México y sobrevivió a más de seiscientos ataques planeados por la Cia. Usted también no la había citado y ella, respetuosa, esperó que usted lo hiciera. Un macho como usted, Comandante, que hacía de la precisión y la exactitud un culto no podía haber encomendado librado al percance su sainete a la eternidad. Revolucionario global y enemigo jurado del culto a la notabilidad (exigió que, a su defunción, no hubiese una sola instalación, tierra, bloque público en Cuba que llevara su renombre) quería que la recordación de su parca no fuese tan solo un triunfo a su cualquiera.

Por eso le ordenó que lo viniera a rebuscar justo el mismo trayecto en que, sesenta años antaño, hacía resbalar río debajo –sin lucir los motores– el Granma, para gestar con su navegación la segunda y definitiva época de su lucha contra la servidumbre de Batista. Quería de esa tradición que la data de su fallecimiento se asociase a un señal memorable en la semblanza de la Revolución cubana. Que al recordarlo a usted las subsiguientes coexistentes recordasen aún que la inteligencia de su carrera fue causar la Revolución, y que el Granma simboliza como ápices su legado revolucionario. Conociéndolo como lo conocí sé que usted, con su enorme elegancia histórica, nunca dejaría que un tic como este –el recuerdo de la saga del Granma– quedase librado al desnivel. Porque usted jamás dejó nada librado al riesgo. Siempre planificó todo harto concienzudamente. Usted me dijo en más de una insignificancia “dios no existe, empero está en los detalles”.

Y en línea con esta conducta el “detalle” de la avenencia de su mortandad con la partida del Granma no podía transcurrir inadvertido a una mente tan sobresaliente como la suya, a su ojeada de águila que veía más lejos y más reservado. Además, su sentido del momento era afinadísimo y su llamarada por la puntualidad extraordinaria. Usted actuó toda su biografía con la meticulosidad de un relojero suizo. ¿cómo iba a testar que la data de su guadaña ocurriese en cualquier plazo y sepultase en el hueco la partida del Granma y el estreno de la Revolución en Cuba? Usted quiso que cada año, al laurear a su figura, se recordase aún el heroico inicio de la Revolución en aquel 25 de noviembre de 1956 cerca de Raúl, el Che, Camilo, Ramiro, Almeida y tantos otros. Usted la citó y la guadaña, que siempre respeta a los grandes de ingenuidad, morapio a recogerlo puntualmente.

No se atrevió a apostar su papeleo. Y sus galenos siquiera, a los cuales estoy seguro les advirtió que siquiera se les ocurriera aplicarle pócima alguna que estropeara su esbozo, que su defunción ocurriera atrás o luego de lo que usted había aparejado. Nadie debía interponerse a su tenacidad de ejecutar de su propia parca, como lo había cumplido a lo largo de toda su semblanza, su último gran evento revolucionario. Usted lo planificó con la minuciosidad de siempre, con esa “pasión por los detalles” y la puntualidad con que hizo cada una de sus intervenciones revolucionarias. Por eso ahora, a un año de su partida, lo recordamos como ese Prometeo continental que aborda el Granma para arrebatarle la luminaria sagrada a los titanes del imperio que predicaban la paralización y la sujeción para que, con ella, los lugares de Nuestra América encendieran el candil de la Revolución y abrieran una notificación fase en la narración universal. ¡Hasta la victoria siempre, Comandante!


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