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Existen muchas maneras de despedirse. Cuanto menos, la más alegre siempre resulta tener matices melancólicos, puesto que una despedida es la marcha de alguien hacia un destino, quizá sin retorno. Vamos, venimos y volvemos a ir. Ese es uno de los designios del ser humano; las constantes idas y venidas que marcan nuestro pasado, presente y futuro.
Nos despedimos de nuestros amigos, compañeros o familiares diciendo hasta mañana, con la esperanza de un pronto reencuentro. Adiós es el furtivo saludo que empleamos con aquellos que se cruzan de manera breve en nuestro camino. Las lágrimas acompañan a los que amamos cuando nos separamos de ellos susurrando “te echaré de menos”. Pero hasta siempre sólo lo decimos cuando tenemos la certeza de que no regresaremos jamás.
Es difícil contener la emoción a la hora de utilizar cualquier manera de despedirse porque en ella intentas resumir lo que pasa por tu cabeza, corazón y alma, sin olvidar ni un ápice de todo lo que deseas expresar y en un corto espacio de tiempo; algo que a veces resulta imposible.
Pero cuando se trata de un mensaje unidireccional, como es el que se produce en un medio de comunicación, se hace aún más frío ya que careces de respuesta alguna a lo que intentas expresar. Es lo que ocurre en radio, prensa escrita o televisión. Medios que, cada día que pasa, sufren los constantes abusos de quienes detentan el poder convirtiendo en números, fáciles de eliminar, a aquellos que han prestado un servicio tan importante a la sociedad.
Hoy no toca decir adiós, puesto que no es un furtivo mensaje de despedida. No toca decir hasta mañana, puesto que el mañana se torna quimera. Hoy toca decir hasta siempre porque muy a nuestro pesar tenemos la certeza de que no regresaremos jamás. Hoy desaparece otro medio de comunicación, y con él, aquellos que han servido de hilo conductor entre estos humildes estudios y sus casas. Este es, el amargo sabor de la despedida.
Esta es la última crónica, de un día como otro cualquiera.