–¿De verdad quieres? – le preguntó mientras paladeaba con calma su copa de vino tinto.
Ante su vehemente respuesta afirmativa lo miró con la tristeza sentida en todos los evos pasados y futuros.
Se levantó.
–Vamos.
Poco después, con sinuosos gestos limpiaba sus colmillos. Sus ojos reflejaban la misma cansada melancolía. A falta de lágrimas la luz de la luna resbalaba por su rostro hasta el cuerpo de cuello agujereado que yacía sobre la yerba.
Lo miró con indiferencia y se alejó, con el mismo aburrimiento del sol naciente cuando asesina a la noche.