Revista Comunicación
LA LA LAND
data: http://www.imdb.com/title/tt3783958
El éxito de “La La Land” es la reivindicación de lo sencillo. En el Hollywood de los efectos especiales al voleo, la vieja magia de contar la historia de “chica busca chico” sigue hechizando. Ni Ryan Gosling ni Emma Stone son eximios bailarines ni cantantes. Pero nos hacen creer que pueden bailar y cantar en las calles de Los Angeles mientras buscan su destino. Con muchas referencias a lo mejor de las comedias musicales, “La La Land” tiene un costado perverso que tal vez pase de largo: no hay espacio más que para uno cuando luchas por tu sueño. Maldición del eximio artista: como el baterista de “Whiplash”, el camino a la cima es un recorrido de uno. El premio es la soledad.
“La La Land” es, ante que todo, un homenaje a la ciudad de Los Angeles, el lugar donde todo es posible, la tierra donde se puede tomar al Cielo por asalto. En la fábrica de sueños, todos tienen derecho a intentar su oportunidad. En el camino quedan miles, pero eso no detiene el flujo de los que sueñan en sus pueblos campesinos, en las urbes atestadas, en los márgenes de Estados Unidos, los soñadores que piden su lugar en la mesa del arte. A los empujones, ávidos del golpe de suerte, forzando los límites, soñando con ser descubiertos.
Mirándolo bien, triunfar en el arte no es tan distinto que ser exitoso en el amor. También allí se busca a ese alguien en la multitud y se ruega al cielo por si hay algo para nosotros bajo el sol. El romance de Seb y Mia es un paralelo de ese otro romance que tiene el artista con el público: en ambos se busca la aceptación de alguien esquivo, arbitrario, caprichoso. En ambos casos, el protagonista salta al vacío y, con el corazón en la mano, espera encontrar al otro, lanzándose hacia uno, en la mitad de la acrobacia.
Damien Chazelle se permite tiempo para intercalar, en la historia de amor de los protagonistas, sus reflexiones sobre el jazz, columna vertebral de “Whiplash” y central en la trama de “La La Land”. Seb es el amante de un arte que se muere, en un mundo que venera pero no valora la música que ha pasado de moda. Un pop conceptualmente liviano, apoyado en el volumen y las luces de colores, se impone por la ligereza que caracteriza a estos tiempos. El jazz está en otra dimensión pero ya nadie quiere escucharlo. Y los lugares donde se toca y escucha jazz, van muriendo, uno a uno, cayendo en una batalla perdida. La cruzada de Seb es una quijotada. ¿Cómo vivir del jazz? ¿Cómo dedicarse en cuerpo y alma a lo que uno ama?
“La La Land” reflexiona sobre el arte y el mercado, tensión primordial que abruma a nuestros protagonistas. ¿Cómo vivir de lo que uno hace? ¿Cómo no tentarse con lo redituable aunque no sea lo que amamos? Seb y Mia pasan por todas las pruebas que debe pasar un artista: las propias dudas, la indiferencia del arte (el corazón) que uno ofrece, el hastío ante el maltrato de la industria, la desazón por la suerte esquiva. Y la respuesta está en una de las últimas canciones de la película, en la que Mia canta por todos los soñadores tontos sin remedio: “un poco de locura es la clave para poder ver nuevos colores”. Cierto nivel de inconsciencia es imprescindible para ser un Artista (con mayúsculas). No para trabajar en el arte, sino para hacer arte, para ser esos personajes que tuercen la historia y llevan su disciplina a un estadio superior.
Hay una contracara obscura en la historia de “La La Land”: la soledad es el precio a pagar por la dedicación completa para lograr el éxito. Como el protagonista de “Whiplash”, los personajes de “La La Land” eligen una senda para lograr el éxito. Y en ese camino pierden a los que tienen al lado, dejan su amor antes de llegar a la cima. En las alturas, sólo hay lugar para uno. Y la dedicación que exige la profesión no es compatible con las necesidades del corazón. No es que Seb y Mia no se amen (o hayan dejado de amarse): en realidad, aman más su arte.
En una brillante escena, Chazelle resume esta tesis en la secuencia final, con el tema instrumental que es un diálogo implícito entre Seb y Mia luego de cinco años sin verse: lo que fue y lo que pudo ser. Esa pequeña gema eleva a “La La Land” a otra dimensión. Es algo más que un homenaje al musical norteamericano; la convierte en una melancólica mirada sobre las relaciones humanas, una desesperanzada reflexión sobre el amor en el nuevo milenio.
Hay algo en el genio que implica egoísmo. Es la filosa y oscura moraleja de esta película.
La banda de sonido de colección tiene la firma de Justin Hurwitz, amigo de Damien Chazelle y nos regala algunos temas memorables. Mi candidato al Oscar es “City of Stars” (con letra de Benj Pasek y Justin Paul). “Audition” y “Another Day of Sun” (de los mismos autores) suben al podio.
Ryan Gosling demuestra lo buen actor que es, como su presencia cambia el tenor de cada escena. De Emma Stone: tiene los ojos más profundos de Hollywood. Este dueto es clave para sostener la película, en una obra en la que todas las piezas encajan con precisión quirúrgica.
Notable filme, seguramente ganadora de la próxima ceremonia de los Oscars.
Mañana, las mejores frases.