Revista Opinión

Hay gente para todo

Publicado el 25 julio 2019 por Carlosgu82

La señora de edad avanzada entró en el vagón con mucho forcejeo, era una de esas estaciones rudas para salir y para ingresar, pues sus andenes siempre están colmados de gente a toda hora. Me refiero a Capuchinos, una de las cuatro que funcionan como transferencia. En este caso, empalma viajeros desde el centro de Caracas, la estación El Silencio, hasta Zoológico o Las Adjuntas.

A la dama se le habían marchitado los sueños de juventud en la piel, por lo que los surcos de sus arrugas eran notables en el rostro y brazos. Dicen que al color blanco siempre se le notan más los curtidos y ella era bastante pálida.

De seguro gran parte de sus frustraciones las expresaba con el vocabulario soez, por donde volcaba improperios de todas las estaturas, algunas hasta risibles para una mujer cuya edad superaba fácilmente las seis décadas. El primer insulto fue contra un caballero que estaba delante de ella y al cual empujó con fuerzas para poder obtener un lugar en el vagón. El hombre mestizo y de peso corporal se negó a contestarle la comparación con una bosta emitida por ella.

Como no encontró respuesta de aquel viajero, se dirigió a una par con la que hizo ancla, para tormento de unos y gracia para otros. Las dos se engancharon en una discusión estéril, en la cual los insultos eran los protagonistas, como si se tratara de una competencia de vulgaridades. El morbo logró ampliar sus caminos de diversión y las voces del casquillo no se hicieron esperar. Mientras ello ocurría, el gusano de metal visitó varias paradas, pero la entretenida señora no lo advirtió hasta que, de un sobresalto, dijo ¡Mierda, me pasé de estación!

Fue la parte más graciosa del episodio, pues estuvimos riendo a sus expensas hasta llegar a nuestro destino.

Luis Vera Márquez

Febrero 2019


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