Un amigo y compañero de curso me explicaba no hace mucho su tesis y me pidio que la compartiera y publicara. Tras escucharla, le dije que no podía compartirla, pero que la veía lo bastante interesante comomo para publicarla. Es la siguiente:
En la agonía de su mandato, aunque constituya una paradoja, los demócratas españoles estamos obligados a ayudar a Zapatero. A pesar de ser el presidente de gobierno que más daño ha causado a la ya escuálida democracia española, hay que sostenerlo lo suficiente para que termine su mandato, para que se cueza en la salsa maloliente que él mismo ha fabricado, para que viva en sus propias carnes el creciente desprecio del pueblo español, al que ha arruinado y hecho retroceder tres décadas. Si se marchara ahora, todavía podría reivindicar una porción de razón y de éxito, aunque sea minúscula. Hay que obligarle a que agote su desastre, entre otras razones porque ha causado ya tanto daño a España que es imposible que pueda dañarnos más.
Hay que ayudarle hasta por egoísmo, permitirle que combata la crisis que él mismo ha alimentado, contemplándole mientras aplica ahora las recetas que personalmente odia, impuestas por una comunidad internacional preocupada por el hundimiento de España, que le desprecia como dirigente, que le da de lado y le humilla en los foros internacionales, que le ha obligado a girar 180 grados en su ideología y estrategia, sin que él, vacío, impasible y descarado, sienta vergüenza ante esa humillación internacional. Hay que sostenerle un poco más porque si él fracasa ahora, nos hundimos todos.
Hay que proteger a Zapatero de sí mismo, de su propia prepotencia y de su truculento sentido del liderazgo para que no termine de arruinar el sistema. Nos va la democracia en ello. El sistema está ya demasiado deteriorado y los ciudadanos responsables de España no podemos permitir que ZP siga cometiendo errores, mintiendo, dañando las instituciones y perdiendo a chorros la fe y la confianza de la población en la democracia y en el liderazgo político.
Aunque no nos guste, Zapatero es nuestro presidente y sus errores y mentiras, además de dañar sin remedio a las instituciones y al mismo sistema, también nos dañan a nosotros. Nuestra democracia, con apenas tres decenios de vida y atacada por la voracidad insaciable de los partidos políticos, es demasiado frágil y apenas le quedan unos pocos valores y rasgos democráticos en pie, tras haber sido transformada, alevosa y clandestinamente, en una sucia oligocracia de partidos.
Hay tres colectivos ciudadanos que, por su responsabilidad e influencia, deben implicarse de manera especial en esa defensa de la democracia que Zapatero está a punto de destruir: los políticos, los periodistas y los docentes. Los tres deben cuidar de la democracia en la agonía de nuestro pésimo presidente, sirviendo a la verdad y cumpliendo de manera impecable sus tareas de liderazgo, información y creación de opinión y criterio, vitales para el sistema de libertades.
Zapatero, aunque la Justicia del Estado nunca le haga nada, debería afrontar todo el rigor de la Justicia popular y sufrir al contemplar como se depaupera todavía más su imagen, como los medios de comunicación y el grueso de la sociedad españoles le espetan en el trostro, cuando pierda el poder, su convivencia con la corrupción, los estragos de su política económica, su ineptitud como estidista y el terrible hecho de haber arrebatado la confianza, la esperanza y el futuro a varias generaciones de españoles.
Del mismo modo que entró en la política al amparo de la victoria, tanto en las primarias de su partido, en las que derrotó a José Bono, como en las elecciones del 2004, cuando, con la ayuda de los cadáveres de Atocha y el miedo que infectó a España, derrotó a un engreído y antipático José María Aznar, cuyos comportamientos finales llegaron a ser ridículos, casi monárquicos, del mismo modo debe abandonar el poder bajo el signo de la derrota, atravesando la puerta más pequeña que existe para un político profesional: la del fracaso y el desprecio de su pueblo.
A Zapatero hay que hacerle entender que cada vez que miente y engaña a la población, como hizo al negar la existencia de la crisis o al desmentir, incluso en sede parlamentaria, sus 25 encuentros con ETA, es como si arrojara ácido sobre la democracia. Debemos denunciar sus mentiras con mucha energía y contundencia, pero, al mismo tiempo, utilizando pomada para no lastimar las instituciones, para evitar que Zapatero caiga, como Sansón, derribando el edificio de la democracia y aplastándonos a todos. Hay que decirle que cuando apuesta por dividir la sociedad española en dos partes irreconciliables, está escupiéndole en el rostro a la democracia. Hay que explicarle que la política no es, como él la entiende, un duelo de gladiadores entre los que gobiernan y los que están en la oposición, sino una praxis de responsabilidad dominada por la paz y al servicio siempre de los intereses de los ciudadanos, no de los partidos ni del obseso afán de poder.
Alguien debería explicarle a Zapatero que cuando se ampara en vetos, estados de excepción y de alarma para gobernar y cuando se empeña en aislar a la oposición e impedirle el acceso al poder, no está alimentando la democracia, sino el totalitarismo, o que cuando pacta con gente que no cree en el Estado, que no ama a España y que está alejada centenares de millas de la democracia, como los nacionalistas extremos de Cataluña, Galicia y Vascongadas, no cultiva valores democráticos sino que siembra España de indignidad y barniza nuestra política con una gruesa capa de excrementos.
Apalancado en su ira, aunque disfrazado de talante, Zapatero no sólo está acabando con la prosperidad de España, sino también crispando, tensando y erosionando la convivencia.
Todos debemos sostener a Zapatero, pero de forma interesada, para evitar daños mayores y para asistir al espectáculo de su declive y derrota, un premio que los españoles merecen por haber suportado, durante dos legislaturas, al peor especimen político imaginable, a un ser con una capacidad de destruir inigualable, enterrador de los sueños y de los mejores logros que había acumulado la pobre y maltratada España.
Esto es lo que piensa Sebastian. Yo, sin embargo, creo que debe irse y que el pueblo debe elegir a otros gobernantes en nuevas elecciones, pero sin olvidar jamás los daños gratuítos e irresponsables causados por Zapatero y su equipo de demolición de España, daños que deben pagar y cuyo castigo púbñica deberá servir a la sociedad española para avanzar hacia la regeneración, la catarsis y la refundación democrática que necesita con urgencia.