Al iniciarse la democracia el periódico El País se convirtió en el más leído e influyente de España.
De cariz socialdemócrata, se hizo enseguida jefe intelectual y guardián de los catorce años de gobiernos de Felipe González.
Obtenía elevados beneficios y amplió su negocio. La empresa matriz, PRISA, creó Sogecable y entró en la televisión con dudosa legalidad: González le concedió una frecuencia en abierto, pero sus protectores/protegidos la convirtieron en cerrada de pago, Canal+.
Paralelamente, con la legalización de las televisiones privadas de alcance nacional en 1989, nacía Telecinco con distintos socios, pero siempre controlada por el político populista italiano Silvio Berlusconi.
Algo parecido ocurrió con Antena 3, fundada por la cadena de radio del mismo nombre, un conglomerado de periódicos regionales y varios grupos inversores, que en 2003 pasó a ser propiedad de la editorial Planeta.
En 2005 Rodríguez Zapatero creó dos nuevas cadenas, La Sexta, que entregó a un trotskista multimillonario, Jaume Roures, que iba a ser su PRISA particular, y Cuatro, que entregó al grupo de El País para contentarlo.
Llegó la crisis. El País, en degradación financiera, le vendió Cuatro a Berlusconi. Y además, este último verano, abandonó su joya, Canal+, enajenándosela a Telefónica-Movistar.
Mariano Rajoy acaba de entregarle nuevos canales a Planeta, Berlusconi, los obispos del Canal 13, y al Real Madrid.
A El País, no. El periódico lanza gritos en enrabietados editoriales porque exige otra nueva cadena.
Hay que ser pantalladura. Tras vender Cuatro y Canal+ El País presenta su exigencia, obviamente, para vender el canal, y amenaza a Rajoy con vengarse en sus ya poco influyentes editoriales.
Venganza irrelevante: Berlusconi y Planeta, pese a recibir los últimos y también inmorales regalos, parecen esforzarse en que pierda las elecciones de los incansables palos que le dan.
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SALAS