Desde hace treinta años, sabemos que uno de los dos grandes partidos va a ganar, este año además parece más claro que nunca el que lo conseguirá.
También sabemos que la ley electoral beneficia a los grandes y perjudica a los partidos pequeños y que hay que cambiar este bipartidismo imperante. Pero sólo eso se consigue votando.
Hay muchos que apreciamos que se pueda votar. No lo puedo evitar, hoy he salido a las ocho menos cuarto a la calle para ir a un colegio electoral y todavía siento la emoción. Poder votar hoy es algo normal, natural, aunque muchos eligen la opción de no hacerlo, por estar en contra del funcionamiento del sistema. Sin embargo, somos muchos los que sabemos el precio que se ha tenido que pagar por votar y por eso no hemos faltado a ninguno de los comicios.
Porque somos muchos los que sabemos que es un sistema imperfecto, pero también recordamos la España de hace cuarenta años. Y francamente –perdón por el adverbio— no tiene color. Sin ir más lejos, esta entrada de hoy –y la de ayer y la del otro día…— no se podría publicar. La libertad es algo importante y el precio por conseguirla ha sido alto. En este país, muchos muertos. Muchos han sido los que han luchado y caído para que hoy todos podamos votar.
Porque con todos los defectos, este sistema hay que mejorarlo –hay mucho margen— pero es el único sistema, el menos malo de todos los que existen.
Por eso, sólo, con un puñado importante de diputados que quieran perfeccionar esta democracia, que crean que el sistema debe y puede ser más justo y participativo, que se necesita una ley electoral más democrática, que ofrezcan alternativas para salir de la crisis sin que lo paguen los mismos, sólo así, se podrá mejorar lo que tenemos. No hay otra salida.
El movimiento 15-M y la fuerza que ha tomado la calle últimamente son importantísimos, pero tiene que haber quién desde la institución capital, el Congreso, trate de que se aprueben esas reivindicaciones. Si no, la presión se irá desinflando y el tiempo jugará a favor de este sistema tramposo.
Hay que votar, porque no votar es un acto displicente e ineficaz. Se puede votar en blanco, nulo, pero votemos. Lo que sea, pero recordemos que la única forma de cambiar esa democracia imperfecta es con nuestro voto crítico. Todos los otros esfuerzos no canalizados, se pueden perder. Y sería una pena.
Yo voto, y cuando lo hago no se me olvida la emoción con que mi madre volvió a votar, con la que un día, hace ya muchos años, llevé a una señora de ochenta años en un silla de ruedas a votar y con el voto en la mano se puso a llorar. Porque no puedo olvidar lo qué tuvimos que hacer para que hoy todos, todos los que lo deseen, hagan uso del primer derecho democrático: el voto. La posibilidad de elegir.
Que no se parte con igualdad de oportunidades, verdad, Que esta ley está amañada a favor de los dos grandes, desde luego. Pero, si queremos corregirlo no vale escondernos para no votar. Votar es un derecho al que no debemos renunciar. Hagámoslo por los que quisieron hacerlo, lucharon por ello y no han llegado hasta aquí. Hagámoslo con rebeldía, por un mundo mejor. Hagámoslo contra los que consideran que es mejor un sistema autoritario que una democracia (aunque ésta sea imperfecta).
Mañana ya tendremos tiempo de organizarnos y entre todos mejorar esta democracia. En eso debemos comprometernos, pero hoy toca votar. Rebélate.
Salud y República.