I
A lo lejos viene el verano con su coppertone de marca,
florido de sol y tumbona se le ve venir, empedrado de pereza, pobre de músculo, con llamas en los píxels, comido por mil fiebres, bebido como veneno
grato con el que ir soportando el mandoble cabrón de los días ahora que
parece que la crisis no tiene pinta de flaquear y que los desvelos de los que nos administran son baldíos. Porque el verano es un
no-tiempo, una especie de limbo en el calendario en el que los
periódicos vienen adelgazados de tragedia o la traen amplificada, pero
juntita en una página, arracimada y estricta. Viene el verano con su panza lúbrica de
gazpacho y de cañas con pincho, contando la historia del sol
encabritando su hueste de dardos sobre la espalda de las turistas.
II
Viene
el verano triste, en el fondo, con su elenco de mafiosos, aristócratas
de lentejuelas en la conciencia y caravanas de jubilados, fichajes de
relumbrón en el fútbol del kiosko, todos conjurados a escribir páginas
gloriosas, muescas de visa y ginger ale en la tripa, que ahí es donde
se esculpen los misterios de la carne, los vicios absolutos y los
pecados frugales. El verano derrama en los paseos marítimos, que son
como una enciclopedia orgánica del capitalismo y de sus daños
colaterales, jóvenes aupados al éxito, sofisticados jóvenes con 3G en el
bolsillo y cincuenta euros en la cartera, que lampan por encontrar el
polvo de la noche en el servicio de un local de copas mientras en los
altavoces se fragua la demolición de todos los cánones, la tenebrosa
advocación del dios hortera de la evanescencia total.
III
Viene
el verano escrito como una epifanía del despilfarro, anoréxico y cutre,
que ya llegará el invierno con sus rigores y todos los maniquíes aquí
sublimados se convertirán en obreros de sus vicios y madrugarán el odio y
la esperanza de que el tiempo, el inexorable, cumple su cometido y los
abandone en la playa del sur junto al chiringuito abastecido de huevos
con bacon y jarras enormes de cerveza. El verano administra venenos
gratos, la herrumbre dulce de la pereza, la desazón sobrellevable de no
saber casi nunca en qué abandonar nuestro ocio exultante: si en la
frívola exaltación del exceso o si en la rigurosa anuencia de la
desidia.
IV
Viene con sus pólenes y con su óxido, quemando el aire, reduciendo mis pulmones a una expresión enferma, pero ah el verano, el dulce vencimiento del cuerpo, la siesta noble, las noches perfumadas de patio y de luna grande en el cielo limpio. Porque en verano el poeta entra en conversación con el cosmos. Como lo oyen. No hay poeta que no sienta esa vibración adentro. No existe otra igual. El invierno azuza sus perros, pero el verano, que se oye venir, a lo lejos, entre los olivos, saca de uno los versos más cósmicos.