¿Te ha pasado alguna vez que has entrado en una habitación y te has topado de bruces con un gigantesco elefante que te miraba a los ojos, mientras la gente paseaba a su alrededor como si nada? A nosotros, continuamente. Cada vez más. Y es una sensación desconcertante. Porque no sabes si mirar para otro lado y ponerte a silbar tú también como si nada, o si tratar de hacer ver a los demás que allí hay un paquidermo inmenso, aunque haya pasado desapercibido. Pero, ¿y si resulta que se han dado cuenta, y simplemente lo ignoran? ¿Y si prefieren hacer como si no existiera, por alguna extraña razón que se nos escapa?
Hay temas que es mejor no tratar. Sobre todo en los tiempos que corren. Son como ese proboscidio de trompa gigante, que no cuadra en medio del salón, pero al que ignoramos con obstinación. Quizás porque antes que él, ya pasaron unos cuantos gatos a los que no les quisimos poner el cascabel. Y entonces, para qué molestarse.
gkhaus en Pixabay
Cuando mi madre enfermó y los augurios de todos los médicos eran tan negros, el elefante en la habitación era enorme. Se llamaba "muerte". Y es un elefante gigantesco que nadie quiere ni mentar aquí en Occidente, vaya que se presente antes de tiempo. Cuando es absurdo. Está allí. Delante de nosotros. Contemplándonos. Como siempre desde que nacimos y entramos en esta enorme habitación que es la vida. ¿O acaso se nos había olvidado que si vives morirás? ¿Que todos pasaremos por ahí? ¿Y que no estaría de más hablar de ese elefante para vivir ese trago con más normalidad, como una fase más de la vida, con menos sufrimiento e incertidumbre? Porque no somos adivinos. Y quien se queda, debe lidiar con lo que deja el que se va, incluido su propio cuerpo y sus posesiones. Menudo "regalo" es a veces todo eso, entre "seres queridos", generando trifulcas bienintencionadas (o no) entre quienes se quedan. Simplemente por no haber querido hablar a tiempo del dichoso elefante.
También hay elefantes casi transparentes o incluso invisibles en los dormitorios de muchas parejas y matrimonios. Elefantes de incomprensión, de malentendidos, de apoltronamiento, de aburrimiento, de desidia. Y prefieren mirar para otro lado y guardar silencio sobre ellos, por miedo a lo que diga el otro, o a descubrir que se han convertido, quizás, en desconocidos. Hasta que resulta demasiado tarde ya.
No sólo hay elefantes privados en los salones de nuestras casas particulares. Los hay también enormes en las enormes salas de la vida pública. Y lo peor es que no hablar de esos paquidermos se convierte en dogma, siendo señalado y vilipendiado aquel que osa hablar del susodicho bicho. Así, si se te ocurre decir que hay un problema con la inmigración, aunque sólo sea por cuestiones socio-económicas, porque eres testigo de ello en el colegio de tus hijos, o porque lo has visto en los choques entre bandas de tu barrio, puede que te digan que eres de esta ideología o de la otra. Pero ¡oiga! Que yo sólo estoy contando que estoy viendo ese elefante, dice, por ejemplo, Juan Soto Ivars. Pues no. Ese elefante no existe. Y si lo mencionas, dicen que estarás blanqueando a la ultraderecha o al fascismo. Cuando precisamente es todo lo contrario: si no hablamos con normalidad del problema que ese elefante de la inmigración representa, como si la convivencia entre culturas fuese idílica, lo que hacemos es dar toda la cancha para que luego lleguen los oportunistas, populistas e "istas" de todo pelaje y condición a señalar el problema, y con él la solución, por muy absurda y loca que sea. Pero como han sido los únicos que se han atrevido a sacar el tema, a riesgo de ser insultados por ello, mucha gente, que también veía y se callaba el problema, se sentirá identificada y "comprarán" la absurda solución que apunten, porque es la única sobre la mesa. Cuando lo que deberíamos estar haciendo es hablar del elefante sin complejos, y discutir sobre las muchas soluciones que podrían plantearse, en lugar de dejar que la única solución parezca ser la de los únicos que se han atrevido a hablar del elefante.
También hay elefantes enormes en la búsqueda de la verdad en nuestro sistema de convivencia. Un sistema en el que los medios de comunicación y las plataformas de las redes sociales están en manos de unos pocos. Polarizando opiniones a su antojo. Dividiendo para vencer. Ocultando o manipulando la verdad por intereses espurios. Hasta que, de repente, y casi por casualidad, un "outsider", David Jiménez, un simple reportero de guerra, es elegido para sorpresa de todos, nada más y nada menos que Director del periódico El Mundo. Y le toca vivir en primera persona lo que el resto de los mortales a pie de calle intuimos: privilegios, presiones, tergiversación de la verdad, manipulación de millones de personas por parte de unos pocos, mercadeo para conseguir el dinero de la publicidad...Su idealismo y lo que había vivido en tantos conflictos por todo el mundo le llevan a intentar defender lo indefendible hoy: la verdad y la independencia. A describir ese elefante. Pero contrastando su visión con los propios lectores del periódico en los kioscos, se da cuenta, consternado, que no quieren que les cuenten lo que "los suyos" hacen mal, sino sólo lo que hacen mal "los otros". Vamos, que no les venga con historias de elefantes, y que les cuente sólo lo que reafirme las creencias e ideologías que ya tenían. ¿Cómo contar la verdad con independencia si tus lectores no van a comprar tu periódico si lo haces? Menudos dilemas traen estos elefantes. Y a menuda encrucijada de polarización y división nos aboca esto, si hemos decidido no escuchar al otro, y sólo recibir el trocito de verdad (o de mentira) que nos enfrenta más a los que no opinan igual. David acabó siendo no sólo expulsado del periódico, sino condenado al ostracismo por todo su gremio. Hasta que su tenacidad le llevaron a defender su libertad de expresión primero, a hablar después del elefante sin tapujos en un libro que ha resultado ser un super-ventas, y a preparar incluso ahora una serie de televiisón sobre su experiencia.
Esta semana también va de estos elefantes. Ha habido otro inconformista, que si no ha sido despedido ya de su programa de Radio Nacional de España, poco le quedará. Se trata de Aarón García Peña, director del programa "Poesía exterior". Hace unos días explicaba el poema "Los cobardes" de Miguel Hernández, enumerando los acontecimientos sucedidos en la pandemia, carentes de sentido, de lógica, de justicia y hasta de moral. Y cómo, a pesar de todo ello, "tú, poeta, permaneciste callado". Fue un valiente alegato sobre otro gran elefante de estos tiempos, sobre el que millones de personas prefieren no hablar. El programa ha sido ya censurado de la web, aunque como lo imaginábamos, lo descargamos y lo puedes oír aquí. Y pone de manifiesto el proceso que muchos están viviendo. Algunos se nos han acercado en los últimos meses, atreviéndose a mencionar tímidamente ese elefante:
"¿Sabes que creo que lo de los trombos de mis piernas, al final ha sido por la vacuna?"
"¿Te puedes creer que parece que lo del corazón y el marcapasos, puede haber sido por la vacuna?"
"Me da la sensación que en la reactivación de mi cáncer ha tenido mucho que ver la vacuna, ¿sabes?"
"¿Sabes que parece que se está confirmando que lo de mi regla sin parar durante un mes puede deberse a la vacuna?"
Son demasiados elefantes silenciados en nuestras vidas. No poder hablar de ciertos asuntos por miedo a ser etiquetado de esto o lo otro. Sobre Ucrania y la concurrencia de culpas. Sobre los feminismos que nos rodean y que se enfrentan. Sobre la crisis climática. Sobre el "Black Lives Matter"...Tantos elefantes ignorados y suplantados por verdades oficiales, sea de gobiernos o de medios de comunicación. Y millones de personas tragando, tragando, tragando...Y los elefantes dando vueltas en la sala, mientras tanto.
En casa se han acabado los elefantes invisibles. Estamos ya hartos. Los más hartos: nuestros propios hijos. Y eso nos ha llevado a romper con las ideologías. A dejar de votar a quienes votamos, o quizás no votar a ninguno, ya veremos. A dejar de leer los periódicos que leíamos, a escuchar las emisoras que escuchábamos o a ver las cadenas de televisión que veíamos. Nada de apoyar o silenciar algo porque lo diga "fulanito o menganito". Porque algunos se creen muy progresistas, hasta que se les ve el plumero imponiendo sus verdades o acallando las de los demás, cual dictadores. Nuestra realidad la construimos nosotros. No un "tipejo" o una "tipeja" desde un atril, un micrófono, un púlpito, un sillón ministerial o el boletín oficial del estado. En casa, no hay elefante pequeño al que no examinemos de arriba abajo, cada vez que se nos cruza, sea donde sea. Y eso inmuniza contra la manipulación. Y también contra el miedo.
Visto lo visto, Mey y yo quisimos tener una reunión familiar "monotemática" sobre uno de esos elefantes de los que sólo se habla al borde del precipicio. Cuando hay poco que decidir ya, y mucho cansancio y preocupación acumulados. Que quisiéramos hablar "largo y tendido" con ellos sobre nuestra vejez, sobre nuestros planes para entonces, y sobre nuestra muerte, cuando aún estamos muy sanos, les sorprendió al principio. Pero nuestra insistencia les hizo ver que podría ser importante. Y lo hicimos paseando por los túneles de La Cala un tranquilo día del pasado mes de agosto, Finalmente fue una de las conversaciones más bellas que hemos tenido con nuestros hijos. Porque no se trataba sólo de hablar de posesiones, de testamento, y de logística. Sino de filosofía de vida. De pasión por aprovechar hasta el último aliento, y de que supieran de nuestra propia boca (y ya, incluso, por escrito) todos los detalles de cómo queríamos que fueran nuestros últimos días. Ver que no temíamos a la muerte les tranquilizó mucho. Porque si no temes morir, aunque sea mañana, es porque tu vida ha sido y es plena, y no te angustia tener cosas pendientes por vivir antes de ese momento. Y saber cómo nos gustaría que actuasen ellos entonces, les tranquilizó aún más. Incluso nos reímos "a pierna suelta" cuando descubrimos que los tres habían hablado ya de su mayor preocupación para esos momentos. Temían que con lo "hippies" que somos, nos diera por irnos de viaje con ochenta o noventa años a Nepal, y algún accidente allí nos dejara impedidos para volver. Nos encantó comprobar que nos imaginen con tanta energía y ganas de "comernos el mundo" a esas edades. Y nos fascinó la complicidad que tenemos con ellos ahora. Y cómo una charla sincera puede disipar hasta los miedos más asentados en nuestro subconsciente, siempre que estemos dispuestos a abrir los ojos ante el elefante que toque.
Vivimos tiempos de elefantes tan grandes que no caben en la sala y apenas nos dejan sitio en ella. Hablar de esos elefantes es muy sano. Si quieres probar a mirarlos a los ojos, puedes empezar por algunos de los enlaces de este mismo post. No hacen daño, de verdad. A fin de cuentas son tan dóciles como nuestros miedos les quieran dejar ser. Pero si los ignoras, y les das la espalda, quizás algún día te pueden pillar desprevenido y aplastarte en tu sofá cuando estés adormilado en la siesta. Depende sólo de ti el que proliferen. Por eso no conviene perderles el ojo.
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