No es añoranza. Tampoco morriña. Y desde luego no es nostalgia ni pena. Ni mucho menos. Es sólo ese pequeño nudo en la garganta que te recuerda que, de nuevo, entramos en una nueva etapa. Y ver esta semana los dibujos, los "trabajitos" y las notas de los niños de hace 10 ó 15 años, me recordó intensamente lo que en teoría ya uno sabe. Que la vida pasa. Que los niños son ya hombres. Y que probablemente alguno ya sólo volverá a casa de visita. Esa que ahora es puro silencio y quietud, y que era un auténtico manicomio hace apenas dos meses. Por eso, ahora que se han ido, estamos remodelando espacios y ordenando estanterías. Tirando lo viejo para dar cabida a lo nuevo. Y los recuerdos son inevitables. Pero no dejan de ser eso: simples huellas del pasado. Ni más ni menos.
Andorra-2019
Por supuesto no es fácil. Exige prepararse para el continuo cambio de ciclo y de etapa. Y los hijos, además, deben saberlo muy bien desde muy niños. Que podemos ser una "Familiade3hijos". Y que para muchos esa es nuestra identidad. Pero no. No nos definen nuestros hijos. Tampoco nuestro rol de padres. La vida es más rica aún. Y no se agota en esa etapa con ellos. Por eso no cabe la tristeza. Y por eso, los nuestros saben que los echamos de menos. Que nos acordamos muchísimo de ellos. Que gozamos con su gozo desde la lejanía. Pero que nuestra vida sigue. Que por supuesto no hay "síndrome del nido vacío", porque vaciarlo es nuestra principal responsabilidad vital. Que estamos disfrutando de lo lindo de nuestra nueva y recuperada etapa "de novios". De nuestras escapadas en la "furgo", de nuestras rutas en kayak, o de alguna que otra "cenita romántica". Y les alegra saber que es así. Porque pueden disfrutar de su vuelo sin cortapisas, sin resquemores de lo que dejan en casa. Sabiendo que su vuelo no deja damnificados atrás.
Seguro que más de uno pensará que esto es exagerado. Que no hace falta ser tan contundentes. Que los hijos son para toda la vida. Y que si pueden estar cerquita, mejor que mejor. Que "como en España no se vive en ningún lado". O que "como mi pueblo, no hay nada en el mundo". Olvidando que el mundo cada vez es más pequeño. Que no hay distancias. Pero puede que no nos demos cuenta que, detrás de esos razonamientos, existe un apego sutil. Un aferrarse a lo que consideramos que debería ser la vida de nuestros hijos.Y eso acaba limitando su expansión vital, el despliegue de todos sus dones y talentos, y la misión que han venido a desplegar aquí, para la que nosotros sólo somos meros compañeros de viaje
Eva (Mijas Costa-2019)
Y curiosamente, esa es la paradoja de los tiempos actuales. Se televisa la muerte y el miedo las 24 horas del día. Y no porque de la Covid muera más gente que del sobrepeso o de las enfermedades cardiovasculares. Muy al contrario. Pero te lo repiten a todas horas. Quién sabe qué pasaría si televisasen a todas hora los dramas y las enfermedades derivadas de los que fuman o de los que comen "porquerías". Pero en lugar de "rebotarnos" ante la certeza de esa muerte, por Covid o por la caída de una maceta, y vivir hasta la última gota de vida, nos encerramos en vida para no morir. ¿Seremos tontos? De verdad que no lo entendemos. ¿A qué vienen esas caras de susto que vemos por la calle? ¿A qué vienen esas eternas conversaciones pesimistas? ¿De verdad vamos a prescindir de todo lo que vale la pena en esta vida, hasta que llegue esa vacuna milagrosa, que nos salve de ésta? ¿Y del resto de peligros que amenazan nuestra vida? ¿Nos vamos a poder vacunar contra todos ellos? Podemos meternos en una burbuja los próximos 50 años, y así seguro que no nos morimos. Por favor...Me recuerda mucho a todas esas personas que pasan la vida pensando: "esto para cuando me jubile", "esto para cuando me jubile". Y justo en la semana en que se jubilan, les da un ataque y se van "al otro barrio".
Estos días no hemos parado de oir plegarias para que pase el 2020 cuanto antes, como si las pobres cifras del año 2020 fueran las responsables. Como si fuera otro número demoníaco al que culpar de nuestras desgracias. ¿Olvidarse del 2020? ¿De verdad no hay nada de lo que aprender de lo sucedido? ¿Tan ciegos estamos? ¿No deberíamos acordarnos a cada instante de lo que ha sucedido, para decidir? ¿No habrá que estar muy pendientes para optar en cada instante por aquello que nos trae felicidad y vida, alejando aquellas pequeñas o grandes decisiones que nos matan por dentro?
Samuel (Conil-2020)
Hace unos días nos removió mucho un vídeo de una niña en la televisión Àpunt que se convirtió en viral. Preguntada por el uso de la mascarilla, la pequeña, de apenas unos añitos, contestó: "Es un poquito peor, porque no puedes respirar del todo. Pero, ¡no pasa nada! Es mejor eso que morirte". Lo dijo con tal inocencia, con una voz tan dulce, y con un movimiento de hombros tan convincente, que bien hubiera podido ilustrar cualquier campaña de marketing. Sin duda, muchos se habrán identificado con esas palabras. Pero son la esencia de lo que decimos. No voy a volver a abrazar a mi padre o a mi madre. No voy a volver a ver a mis amigos. No voy a volver a disfrutar de una buena bocanada de aire fresco. Ni de la sonrisa de mis seres queridos. Ni de una escapada. Ni de una locura. No. Es un poquito peor. Pero no pasa nada. Es mejor eso que morirte.
Nosotros lo tenemos claro. Y creo que nuestros hijos también. Estamos en un cambio de fase. En casa y también en la Humanidad. Y surge inevitablemente la pregunta: ¿y ahora qué? Nosotros hemos decidido ser unos activistas del VIVIR. Nos puede llegar la covid en cualquier momento. También un cáncer, un accidente de tráfico, o la caída de un meteorito. Algo, desde luego, nos va a acabar matando. Pero hasta ese momento, que nadie dude que vamos a exprimir este milagro que es la vida, hasta la última gota. Por eso hemos decidido hacernos aún más dueños de nuestro tiempo, de nuestros gustos, de nuestras prioridades, de nuestros rincones y de nuestros seres queridos. Estamos soltando lastre. Estamos quitándonos "perros pulgosos", obligaciones auto-impuestas, y dictaduras del "qué dirán".
El ser humano se afana en buscar vida en otros planetas, en otras galaxias. Incluso se esmera por conocer si hay vida más allá de la muerte. Pero se olvida de lo más importante. Que hay vida antes de la muerte. Y que nadie va a vivirla por nosotros. Que nos toca coger el timón de nuestras vidas con ganas. Y que hacemos el "panoli" si dejamos de vivir para no morir.