Revista Viajes

Hay vida (internacional), más allá de los Erasmus

Por Jmbigas @jmbigas
Se cumplen ahora 25 años del programa Erasmus de la Unión Europea. Gracias a él, unos tres millones de universitarios europeos han tenido ocasión de estudiar durante una breve temporada en un país diferente del de su residencia habitual. Y también algunos profesores de Universidad han podido desempeñar su labor durante un tiempo en un entorno diferente del cotidiano.

Hay vida (internacional), más allá de los Erasmus

El río Po, a su paso por la ciudad de Turín.
(Fuente: marcogrimaldi)

Según las informaciones que se conocen, España es uno de los países más activos, tanto en emisión como en recepción de Erasmus. En muchas ciudades de toda Europa, los llamados simplemente Erasmus se han constituido en una clase distintiva, caracterizada, en general, por sus ansias inacabables de fiesta y su férrea voluntad de integración en las costumbres y hábitos del país receptor. Cuando yo estudié (1974-80) en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de Barcelona (ETSIIB, hoy ETSEIB por la catalanización del nombre) de la Universidad Politécnica de Barcelona (así se llamaba entonces la actual UPC), no existía, obviamente, el programa Erasmus. La carrera la estudié en la misma Escuela, en Barcelona, de principio a fin. Sin embargo, sí teníamos algunos recursos que nos facilitaban poder conocer algún otro país europeo durante la estancia en la Universidad. Podíamos conseguir pasar alguna breve temporada (generalmente, durante las vacaciones de verano) realizando algún stage técnico en una empresa de algún país de Europa. Existe una organización llamada IAESTE (fundada en el Reino Unido en 1948, a la que España se sumó en 1951) que en la actualidad afirma gestionar en España unos 300 intercambios anuales. Las siglas significan lo siguiente: The International Association for the Exchange of Students for Technical Experience. Un buen amigo que conocí durante la carrera en la ETSIIB, C., se volvió adicto a este tipo de intercambios, y estuvo en empresas de Francia, Checoslovaquia y Holanda. En Holanda trabajó en Philips y, al terminar la carrera, se fue a Holanda a vivir y trabajar allí. No sé si es hoy ciudadano holandés o no, pero lleva treinta años viviendo en Holanda y ha fundado su familia allí, aunque abandonó Philips y se pasó a algún organismo de la Unión Europea en La Haya. Yo no repetí tanto como él, pero sí utilicé una vez sus servicios. Para el verano de 1978 conseguí un stage técnico en FIAT, en la ciudad de Turín (Torino), en el Piemonte (norte de Italia). En total, suponía una estancia de cinco semanas, desde el veintitantos de Agosto hasta finales de Septiembre.La organización (o la empresa receptora, no lo sé muy bien) gestionaba el alojamiento en destino. El stage tenía una pequeña dotación económica, como contribución a los gastos de transporte y manutención. Recuerdo que, inicialmente, la dotación para las cinco semanas era de 140.000 liras italianas, que equivalían a unas 12.000 pesetas (es decir, poco más de unos 70 Euros actuales). Muy poquito, incluso para la época, pero había que arriesgarse y tirar para adelante y conocer mundo.

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La Mole Antonelliana destaca en el skyline de Torino, junto a
las cumbres de los Alpes, hacia el Norte.
(Fuente: fotogian)

Antes de la partida, recibí una llamada telefónica de A., un estudiante de ingeniería en el ICAI de Madrid, con el que iba a coincidir en toda la estancia. Aun hoy, sigo manteniendo una buena amistad con A., al que conocí personalmente en Italia. El viaje lo íbamos a hacer en ferrocarril. Yo había comprado un Inter Rail, que ya había utilizado ese verano para unos días de vacaciones creo que en Londres. Para viajar a Turín, yo salía desde Barcelona en el Hispania Express y debía cambiar de tren en Cerbère, montando en un expreso con destino Roma. En la estación de Savona debía cambiar a un tren regional, que me llevaría hasta Torino Porta Nuova (la estación central término de Turín). A. seguía otra ruta, pero en algún lugar (que no recuerdo exactamente; creo que era Montpellier) debía montar en el mismo tren. Por si acaso resultaba complicado encontrarnos a bordo del tren, quedamos en conocernos en el andén de la estación de Savona Letimbro, para abordar ya conjuntamente el tren hasta Turín. Para que no hubiera dudas en el reconocimiento, le dije que yo era gordo, calvo y llevaba gafas. Sólo una pequeña exageración para facilitar las cosas. Llegado el día, para Turín que me fui. El expreso Cerbère-Roma iba completamente atestado, con todos los asientos ocupados, los pasillos llenos de gente y de equipajes, y hasta los descansillos ocupados por más viajeros. Resultaba incluso muy arriesgado intentar visitar el servicio, porque si eras afortunado y disponías de asiento, podías haberlo perdido a la vuelta. El stage, lógicamente, se iba a desarrollar en inglés, pero un poco de italiano resultaría necesario para la vida cotidiana. Yo jamás había estudiado italiano, pero tenía la íntima confianza de que eso no iba a ser muy difícil, al conocer bien tanto el castellano como el catalán. Cruzada la frontera entre Francia e Italia por Ventimiglia, el tren empezó a acumular retraso, ya que se movía muy lentamente. Allí aprendí mi primera palabra nueva en italiano: sciopero. Resulta que los ferroviarios italianos estaban de huelga, y el propio maquinista debía bajar de la locomotora para cambiarse las agujas manualmente. Finalmente llegamos a Savona y descendí del tren. Cuando se liberó el andén, nos encontramos A. y yo. Resultó que él, a pesar de vivir y estudiar en Madrid, había nacido en la provincia de Tarragona, y hablaba catalán, como yo, sin ningún problema. En un tren local acabamos llegando a Torino Porta Nuova. El alojamiento que nos habían preparado para nosotros dos era una Pensión en el centro (muy cerquita de la propia estación). Creo recordar que se trataba de la Pensione Barberis, posiblemente en la via Carlo Alberto, regida por un hermano y una hermana, de edad madura y presuntamente solteros. Un alojamiento ciertamente modesto, pero muy conveniente.

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Estación ferroviaria de Torino Porta Nuova, sobre
el Corso Vittorio Emanuele II.
(Fuente: alberghi-in-italia)

Como llegamos uno o dos días antes de empezar el stage, y la fábrica de FIAT estaba cerrada por vacaciones hasta esa fecha, Turín parecía una ciudad fantasma, así de trascendente era la FIAT para la actividad de la propia ciudad. El primer día del stage debíamos visitar al Avvocato Fassò, que era el responsable, en FIAT, del stage. Allí aprendimos que, en Italia, es muy habitual que el nombre de las personas se complemente con su oficio o profesión. Así, la mayor parte de personas de FIAT con las que coincidimos acababan siendo el Dottore X o el Ingegnere Y. La primera sorpresa (agradable) que nos dio el Avvocato fue que la asignación se había actualizado, e iba a ser de 240.000 liras italianas (equivalente a unos 124 Euros de los actuales). Nos encontramos con que el grupo de stagiaires incluía a unos cuantos estudiantes italianos, más algunos extranjeros (polacos, egipcios, brasileños,...). De hecho, la primera identificación que nos dieron a A. y a mí nos hacía pasar por brasileños (de FIAT Automovéis). De acuerdo a las experiencias disponibles (en diversas factorías de la empresa en el área de Turín), cada uno escogió las que resultaban más próximas a su propia especialidad. Yo pasé casi todo el stage en la gran factoría de Mirafiori, con alguna incursión en la mucho más pequeña de Lingotto (reconvertida actualmente en un hotel). Creo que A. tuvo algunas experiencias en la sección de fundición, también. En las cinco semanas que duró el stage, yo aprendí un italiano algo más que rudimentario. Con algunas sorpresas y muchas planchas, especialmente al principio. Montando y desmontando motores en Mirafiori, se utilizaba mucho el cacciaviti (literalmente cazatornillos, el destornillador); y para decir que entendíamos lo que nos contaban en italiano, debíamos decir noi capiamo y no noi capischiamo (como utilicé alguna vez, entre grandes risas de los nativos). La gran densidad de personal en FIAT procedente del Sur de Italia provocó que el italiano que aprendí tuviera un acento indiscutiblemente siciliano. Con algunos del resto de stagiaires compartíamos Pensión (recuerdo a un par de estudiantes egipcios, muy entrañables), pero con otros nos veíamos bastante poco, si no coincidíamos en el mismo departamento de la factoría. Durante la semana, aprovechamos para conocer algo la ciudad, aunque no teníamos mucho tiempo, y Turín no es precisamente una gran atracción turística. Pero es la sede estable de la Santa Sindone (Sábana Santa) y tiene a la Mole Antonelliana como su monumento más singular. Y dimos unos buenos paseos por via Roma y piazza Carlo Felice, por la muy popular via Nizza, o por el Corso Massimo d'Azeglio, que discurre paralelo al río Po, y en cuyas esquinas se insinuaban toda clase de comercios carnales. Un día A. quiso hacer un estudio de mercado, y la respuesta que obtuvo fue contundente: ma io sono un ragazzo (procedente de quien parecía ser una mujer de bandera). Los fines de semana le sacamos partido al Inter Raíl, e hicimos varios viajes por Italia. El primero fuimos a Venecia (viajando en tren de noche, así ahorrábamos en alojamiento). Como el expreso tenía su término en Trieste, donde llegaba a primera hora de la mañana, nos dejó en Venezia Santa Lucia en plena madrugada (creo que en torno a las cinco y media, o algo así). Pero mi recuerdo más nítido de Venezia (donde he estado posteriormente algunas veces más), es ese amanecer sobre el Canal Grande y una Piazza de San Marco casi desierta a esas horas. El Papa Pablo VI había fallecido el 6 de Agosto de ese año, por lo que estaba reunido el Cónclave para la elección de su sucesor. Coincidió que ese sábado en que llegamos a Venezia (26 de Agosto), resultó elegido el cardenal de Venezia (Albino Luciani) como nuevo Papa Juan Pablo I, por lo que las campanas no dejaron de retumbar durante todo el día en los campanarios de Venezia. Otro fin de semana visitamos Roma, y un tercero Florencia y Milán, creo recordar. A., que era y es aficionado a las motos, quería visitar la factoría de Ducati en Bologna. Ese fin de semana yo aproveché para realizar una auténtica locura. Tanto A. como yo mismo éramos fumadores de cigarrillos negros (él de Celtas con filtro, yo de Ducados), de los que era (y es) imposible encontrar en ningún lugar fuera de España. Decidimos que ese fin de semana yo haría un viaje relámpago (en tren, por supuesto) a Barcelona con la misión principal de reaprovisionarnos de cigarrillos negros. Tenía que realizar varios cambios de tren, pero esta vez viajé por la ruta de Lyon, que parecía algo más humana que la de la costa. En un sentido tuve que esperar unas horas (por supuesto, en plena noche) en la estación de Chambéry, y en el otro tuve que cambiar de tren en Lyon-Brotteaux (una estación que fue absorbida por la gigante Lyon Part-Dieu, que se construyó unos años después, para dar acogida al intenso tráfico de TGVs).

Hay vida (internacional), más allá de los Erasmus

La via Roma de Torino, con sus clásicos soportales.
(Autora: Angela de Martiis -all rights reserved-;
Fuente: italiansrus)

El resumen es que salí de Turín el viernes por la tarde y llegaba a Barcelona el sábado a mediodía (con el tiempo justo de comprar algunos cartones de cigarrillos en el estanco junto a la casa de mis padres). Pude comer en familia, pero a las ocho de la tarde debía tomar de nuevo el Hispania Exprés, para el viaje de vuelta. Creo que estuve en Barcelona no más de unas siete u ocho horas, pero cumplí la misión principal. Estaba de vuelta en Turín a primera hora de la tarde del domingo, con mi cargamento de cigarrillos en la bolsa. Avanzada ya la estancia y aproximándose su final, el signor Barberis (el dueño de la Pensión en que nos alojábamos) ofreció a todo el grupo una degustación de vinos en la bodega que tenía en el sótano del edificio de la propia Pensión. Nos dijo que comprásemos panini (bocadillos) para acompañar y empujar, y que él ponía los vinos. En todo el grupo sólo había una chica, de Cerdeña, creo recordar que se llamaba Rosaria, de apariencia casi masculina. Pero para la ocasión invitó a una amiga (también sarda) que resultó ser una muñequita morena increíblemente bella, llamada Rosalina. Nos reunimos finalmente una veintena de personas, y el signor Barberis fue abriendo botellas de vino (una de cada tipo), de diversos colores, fragancias, añadas, unos más dulces, otros más secos. De cada botella nos tocaba un buchito a cada uno, pero al final trasegaríamos prácticamente una botella por barba (si no más), a razón de veinte buchitos. Se me quedó grabada la frase del signor Barberis cada vez que tomaba una nueva botella: La polvere sulle bottiglie significa la vechiaia (el polvo sobre las botellas significa la antigüedad). Sé que existe al menos una fotografía del evento, pero he sido incapaz de localizarla. El resultado fue el esperable, ya que acabamos todos en un estado más bien lamentable. Un grupo acompañamos a Rosalina a donde se alojaba, pero al día siguiente yo era incapaz de identificar de ninguna forma el lugar. Tras arduas investigaciones, más o menos discretas, conseguí averiguar que Rosalina estaba trabajando en el Istituto Bancario San Paolo de Torino, y que se alojaba en la via Nizza (la calle paralela a la estación central) en una llamada Casa delle Impiegate e delle Studentesse (Casa de las Empleadas y las Estudiantes), una especie de residencia femenina de algún tipo. Cuando averigüé los datos necesarios ya era la mañana del día que debíamos tomar el tren de vuelta. Conseguí hablar con ella por teléfono para despedirme, e intercambiamos posteriormente un par de postales y allí se terminó esa singular, truncada y frustrada, presunta historia de amor.

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Parte del rostro de la Santa Sindone,
Sábana Santa o Santo Sudario, que se
custodia en la Catedral de Turín.
(Fuente: conocereisdeverdad)

La misma mañana en que debíamos empezar la vuelta (el jueves 28 de Septiembre) , desayunando en la pensión oímos por la radio la noticia de que habían encontrado al Papa Juan Pablo I muerto en su habitación (Il Papa é trovato morto nella sua camera). Todo su (breve) Pontificado, a mí me pilló en Italia. Volvimos A. y yo via Barcelona, y A. se vino a mi casa para esperar la hora de seguir viaje hacia Madrid. Mi madre le preguntó si le apetecía comer algo, y con una ingenuidad y un candor espontáneos, que han pasado a los anales familiares, le pidió unos huevos fritos a mi madre, lo que más le apetecía tras la estancia en Turín. Para mis hermanos, A. siempre será el de los huevos fritos. De aquella experiencia en Turín finalmente no me quedó más amistad que la de A., pero también conseguí un razonable conocimiento de italiano, una rara habilidad con el destornillador y el bonito recuerdo de Rosalina. Rosalina, una de esas chicas preciosas a las que conoces una tarde, y luego se pierden. JMBA

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