Revista Cultura y Ocio

Hayao Miyazaki

Publicado el 04 mayo 2010 por Diebelz

-Oye, ¿por qué no me pones una de esas películas tuyas? -me preguntó risueño, sin apenas dudar.

Es curioso. Apenas hace una década la pregunta la hubiera formulado yo. Correría puntualmente hacia el salón y, tirándome al suelo, levantaría el mentón y arrugaría con las rodillas la alfombra.

Entonces surgía su rostro tras el costado del periódico plegado y sostenido por sus puños de curiosidad. ¿En qué canal? ¿Otra vez? ¿Hicieron los deberes? Un cruce de palabras mientras se abría el telón y resonaban las melodías de lo que hoy solamente es infancia. Ofuscados y con la vista perdida en aquellos mundos coloreados, siempre creí que mi padre, entre las páginas de política y la sección de deporte, asomaba también su mirada hacia esos mundos que emitía el cajón desastre. Reía con nosotros cuando a Moriarty se le encasquillaba aquél "¡Ja, je, ji, jo, ju!"; fruncía el entrecejo con la presencia de la señora Rottenmeier y acaso también se estremecía con Marco. Y hasta creo que una vez apartó el periódico, depositándolo sobre sus muslos. Claro que al darme la vuelta se sobresaltó y, casi desmenuzando el periódico, perdiendo la tranquila compostura de quien acuesta los pies sobre la mesa, intentó recobrar la postura de ávido lector, capaz incluso de leer los diaros al revés.

-Aquello sí que eran dibujos...no como estos japoneses y de ordenador -decía y dice mi padre.

-Pues... son japoneses -le corregí.

Asentía e, inquebrantable en su sentencia, argumentaba que la estética, los paisajes, el mensaje eran diferentes. Y en eso coincidimos padre e hijo, pues se trata de la obra de Hayao Miyazaki.

Hayao Miyazaki

Varias generaciones nos hemos nutrido de sus visiones. Una frontera movediza acapara a amigos, familiares, conocidos y desconocidos que han visto ciclos enteros o difusos relámpagos de imágenes que pincelaba este director, ilustrador y productor de dibujos animados japonés. Desde su lanzadera de sueños - los
estudios Ghibli- enviaba a millones de personas, vía pantallas de cine o de technicolor, hacia otros mundos no tan diferentes al nuestro. Allá, en horizontes de apocalípticos pasados y futuros, había que sembrar y cultivar la esperanza en inesperados invernaderos. Como lo hacía Nausicaä. Luchar con valentía por el equilibrio del ecosistema que destruyen nuestras sombras, renunciando al espíritu de la venganza, del Mononoke. Los niños y los mayores aprendíamos a elegir la muerte para elevar y apreciar la vida, es decir, nuestro mundo. Un mundo en cuyos rincones viviría entre la intemperie que refleja el mar, aquel aviador que todos conocían como Porco Rosso (que, según Kiram, se parece a cierto profesor de la facultad) y que esperaba en temps de cerises, un beso de sosiego, esperanza y paz. Y mientras, otros volaban hacia islas flotantes que albergaban tesoros incalculables, insertos en mundos cada vez más mecanizados, robóticos, tales como las casas que cada uno alberga y ambulan por verdes praderas. O bien en parques temáticos donde la esencia del pálpito de nuestros pechos, la fragua de un abrazo, de una sonrisa, era inabatible frente a la avaricia, el miedo, y la ceguera que muchos padecen en nuestro maltrecho y anclado siglo XXI.

Miyazaki nos permite soñar con su sueño. El sueño de un simple hombre que aprecia su verde entorno, la fraternidad de los más sinceros abrazos y sonrisas que intentan ahuyentar los odios y temores. Apreciando su paleta de colores, solamente posibles de combinar con la blancura de la vida, Miyazaki nos dibuja algo tan real como posible de cobijar. Mediante su tierna mirada, la profunda música de Joe Hisaishi, el estimado humor y la reflexión, soñamos un mundo enigmático pero a la vez tan real como esperanzador.


-Oye, ¿por qué no me pones una de esas películas tuyas? -me preguntó risueño, sin apenas dudar.

Es curioso. He visto tantas veces las mismas películas y no me canso jamás de verlas. A veces, incluso, viene bien saber que no se han extinguido estos mundos de Miyazaki, que se puede volver. Parpadea un punto azul. Desde la oscuridad del televisor surge un fondo azul y, sobre él, el contorno de
Totoro. Comienza una vieja y nueva aventura.




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