Me da igual quién es en realidad Conchita Wurst. Es más, a pesar de la curiosidad innata que todos tenemos por saber qué identidad se esconde tras esta persona, ganadora del Festival de Eurovisión de 2014, he decidido no buscar.
Su aspecto más conocido, si es hombre, si es mujer… de verdad que me da igual; esa barba espesa, esos ojos increíbles, esa melena larga… También me dan igual. Admito que me agradan sus facciones, pero eso también da igual. ¿Canta bien? Pues no me disgusta su voz. ¿Ha tenido que usar dosis de atrevimiento? Pues intuyo que una importante cuota de valentía para estar en donde ha querido estar, sí. ¿Ha tenido miedo? Pues puede también, miedo a posibles rechazos de esta sociedad roñosa y prejuiciosa.
Conchita Wurst.
Que todavía haya quienes juzguen a los demás por su aspecto físico o sus tendencias sexuales es uno de los principales obstáculos que en este mundo nos mantienen anclados y no nos dejan avanzar. Porque si todos hiciéramos lo que quisiéramos sin perjudicar al otro igual estaríamos a años luz de donde estamos.
Ayer, cuando supe quién había ganado Eurovisión, pensé en que me apetecía quedarme solo con eso: con que alguien de Austria ha representado así a su país, rompiendo moldes, tratando de eliminar prejuicios, y que seguramente lo hizo porque es lo que quería hacer.