Anoche, tras la confirmación de que el Atlético de Madrid jugará la final de la Champions League 40 años después de perder su única experiencia en la final frente al Bayern de Múnich de las tres Copas de Europa consecutivas, tuve un sueño. En este sueño, un equipo rojiblanco ofrecía la orejona al cielo lisboeta el próximo 24 de mayo. En este sueño, un equipo históricamente considerado de segunda, ganó su quinto trofeo continental en apenas un lustro tras las dos Europa League y sendas Supercopas de Europa. En este sueño, el primo pobre se merendaba al primo rico, y dejaba a éstos sin su ansiada Décima por enésima vez consecutiva. En este sueño, un equipo que poco a poco se ha ganado el corazón de no pocos aficionados en este país se coronaba como nuevo rey de Europa frente a un equipo con un presupuesto muchísimo mayor.
Si me preguntasen, como aficionado al fútbol español, debería decir que me da igual quién gane el título dentro de 24 días, ya que se quedará en España, pero no puedo evitar que mis mejores deseos vayan hacia el Manzanares. Porque se lo merecen. Porque ya está bien de ver ganar siempre a los mismos. Porque ya está bien de chulear de ser la mejor Liga del mundo y que prácticamente todos los títulos importantes se los lleven los dos equipos de siempre. Porque quizás un ciclo como este no vuelve a verse en la ribera del Manzanares en décadas y bien merece culminarse con Liga y Champions. Pero, sobre todo, porque, si ya sin la Décima, el madridismo está insoportable, con ella será para que pidamos número para ese viaje a Marte que tiene planeado la NASA solo de ida.
Obviamente, no tengo una bola mágica que me diga quién va a ganar este título. Aunque mi corazón esté con el Atleti, la lógica me dice que la ganara el Real Madrid. Pero, al igual que muchos aficionados de este país, incluso no colchoneros, me encantaría ver al Cholo levantar este título, el cual, aunque no sea colchonero, celebraré como el que más. En fin, sé que es un sueño, pero ¿a que pinta bien?