—Lo que pasa es que mi lugar favorito ya no existe. Lo cerraron. Lo recogieron todo y se lo llevaron de la ciudad.
—La Feria —dijo Bacon. Negó con la cabeza—. Tú y esa Feria.
—Tú nunca fuiste, ¿verdad?
—¿Ese es tu lugar favorito de todos los tiempos?
A Sammy le había encantado la Feria, la había visitado tres veces en la primera temporada de 1939, y hasta el final de su vida guardaría una de las chapas que le dieron al salir del pabellón de General Motors y que decía: HE VISTO EL FUTURO. Había crecido en una época de gran desesperanza, y para él y para millones de chavales de su ciudad, la Feria y el mundo que vaticinaba habían poseído la fuerza de un pacto, de la promesa de un mundo mejor por venir.
(“Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay”)
En abril de 1939, la Feria Mundial de Nueva York, "Construyendo el mundo del mañana", se estrenó en lo que antes era un páramo pantanoso en Flushing Meadows, al este de la gran metrópoli. Desde su inicio a las ceremonias de su cierre, la feria promovió uno de los metarrelatos de la última gran era de la máquina: la creencia incondicional en la ciencia y la tecnología como un medio para la prosperidad económica y la libertad personal. Enclavado entre el mayor desastre económico en Estados Unidos y la creciente tensión internacional que resultaría en la Segunda Guerra Mundial, el mundo del mañana era un antídoto muy necesario a la depresión y la confusión de esos tiempos. La Feria trajo la gracia salvadora que toda América necesitaba: Esperanza. (Welcome to Tomorrow)