En otro tren nos ocurrió una anécdota curiosa. En el panel de salidas anunciaban el mismo andén para dos destinos diferentes. Me pareció extraño, pero yo no discuto las decisiones de la compañía así que, puse especial atención en subirme al que llevaba escrito mi ciudad y ocupar mi asiento en el vagón numero 11.La azafata apareció enseguida repartiendo los auriculares para la película que emitían, cosa que no sé bien por qué se sigue haciendo, ya que parece que la única que ve la película soy yo. Bueno, en esta ocasión también el muchacho rubio y guapo que ocupó el asiento del otro lado del pasillo, y eso que la película era malísima.El panel del tren anunciaba con bastante antelación y repetidas veces el siguiente destino en el que tenía parada. El joven, que había estado adormilado, se levantó de repente dando un salto.-¿Dónde estamos? ¿Ya hemos pasado Ciudad Real?-Sí, hace rato- le contesté.-¡No! Tenía que bajarme en Ciudad Real y cambiar de tren. ¿Cómo voy a llegar a Sevilla a tiempo?-Me parece que es la misma vía hasta Córdoba- le dije tratando de tranquilizarle – Busca al revisor, que está junto al vagón cafetería, y cuéntale lo que te ha pasado.-Eso haré, gracias- respondió levantándose y cogiendo su maleta.Pasó el tiempo y varias paradas más y pensé que se habría bajado en una de ellas, pero el muchacho volvió.-He hablado con el revisor y lo hemos solucionado. Luego he cenado en la cafetería – me dijo- Tenías razón, es la misma vía hasta Córdoba, así que también puedo hacer el cambio de tren allí. Esta vez estaré más atento. No sé por qué me he distraído viendo esa película tan mala- continuó hablando – Soy un desastre, solo a un desastre como yo le ocurren estas cosas.-Eso le puede pasar a cualquiera- le respondí pensando que estaba siendo demasiado duro consigo mismo.-No, en mi billete ponía el vagón 30, pero me pareció un error, creí que un tren no podía tener tantos vagones y me subí en el último, en este. Pero resulta que van dos trenes juntos y sí existe el vagón 30 y está en el tren que va a Sevilla. Cuando lleguemos a Córdoba me bajaré e iré corriendo hasta el otro tren antes de que se separe de este – se explicó- Por eso digo que soy un desastre, siempre metiendo la pata, siempre cayéndome, como el personaje que interpreto en mis espectáculos.-¿Espectáculos?-Soy mago- me aclaró – Mezclo la magia con el humor y la gracia está en que todo me sale mal, pero me tiene que salir mal de una forma determinada para que el público se ría. -Claro- asentí interesada- ¿Y actúas en Sevilla?-Sí, mañana- y me dijo su nombre – Me han contratado para un evento, el equipo técnico lo está montando todo para los participantes. Así que cuando llegue esa parte me la encontraré hecha y solo tendré que preocuparme de lo mío. Tengo la gran suerte de que mi vocación es mi profesión.-¿Y vives de ello?-Sí, me da para vivir de ello. He actuado en muchos lugares, viajo mucho, siempre solo en el tren o en el avión. No se acostumbra uno a esta soledad. A veces es muy duro. A veces estás mal pero tienes que salir ahí a hacer que la gente se ría.-Haces que por un rato la gente se olvide de sus preocupaciones. Eso es muy bonito.-Sí, pero cuando no se ríen… lo paso fatal. Una vez, en Francia, el espectáculo salió mal, pero mal de verdad y nadie se reía. Fue horrible. Te analizas mucho, te preguntas qué no habrá funcionado. -Pero te levantas y vuelves a ello.-Sí, mañana, sobre el escenario, volveré a ser un desastre, a tropezar, a caerme, a salirme mal las cosas, pero yo sé que se reirán. Me encanta Andalucía, me encanta Sevilla, Málaga y soy un enamorado de Cádiz. Me encanta la gente del sur. Lo malo es que, en realidad, lo mismo me da estar en Sevilla que en Móstoles, porque no veo nada de la ciudad, solo la estación y el teatro o el lugar del evento.Yo lo miré pensativa. Nunca había conocido a un mago en persona y estaba segura que cuando lo contara, alguna amiga me diría que por qué no le había pedido que me hiciera un truco de magia. También estoy segura de que le habría molestado, o lo habría hecho por compromiso. En aquel momento no era un mago, sino un muchacho que, simplemente, se había equivocado de tren.-Ya estamos llegando a Córdoba- dijo poniéndose en pie demasiado pronto y cogiendo su equipaje – Esta vez no me despistaré. Me voy corriendo. En cuanto pare el tren me montaré en el de Sevilla inmediatamente.Miró que lo llevaba todo y yo me pregunté qué trucos de magia llevaría escondidos en su maleta, que juegos de cartas desastrosos, de esos que tienen que salir mal, pero mal de una forma determinada para hacer reír, tendría preparados para el día siguiente.-Ha sido un placer conocerte- se despidió y en ese momento me di cuenta de que ni siquiera le había dicho mi nombre.-Igualmente- respondí – Suerte para mañana.Me sonrió y desapareció. Estuvimos un rato parados en Córdoba, así que me quedé tranquila, sabiendo que había logrado tomar su tren.
Cogí el móvil y busqué su nombre en internet. Y allí me apareció su foto, con su pelo rubio despeinado, su ropa de los espectáculos y sus trucos preparados para unas buenas risas.