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Hechos reales: conversaciones absurdas.

Publicado el 23 julio 2013 por Mj Sol
A veces, sin pretenderlo, escuchas conversaciones de extraños que, por un motivo u otro, se quedan dando vueltas en tu cabeza. Pero, debo confesar, que las que más me llaman la atención son las absurdas.No hace mucho tiempo asistí a uno de los ensayos de la ópera “La Bohème”. La mayoría del público era adolescente y mostraba su impaciencia porque los primeros quince minutos asistimos a la colocación del atrezo en el escenario. Después, el director de escena nos dio una pequeña charla sobre la ópera, en la que empezaba explicando que era toda cantada… aunque se le “olvidó” contar que no era en castellano (seguramente porque le pareció cosa ya sabida) y cuando se entonaron los primeros acordes, la “juventud” se mostró desagradablemente sorprendida. No sé, supongo que la mayoría de las canciones de sus ídolos no son en castellano y eso no les asombra… Pero no fue esto lo que me llamó la atención, sino la aclaración que le hacía un amigo a otro después de la charla.-Como es un ensayo- decía el director a modo de conclusión –les ruego, contengan sus ansias de aplaudir.-¿Qué ha dicho?- preguntó un adolescente a otro.-… que está prohibido aplaudir y vomitar- aclaró el amigo.Y es que, ya se sabe, ansia es sinónimo de vomitar…
Hechos reales: conversaciones absurdas.

Cierta tarde en el autobús, se sentaron junto a mí dos muchachas que mantenían una conversación muy animada sobre un joven al que una de ellas conocía y quería presentar a la amiga. -Sí, sí- decía la casamentera – Sí, el muchacho es guapillo, seguro que te gusta.-No pareces muy convencida.-Sí, te digo que sí que es guapo pero… es que… es muy filosófico… te pones a hablar con él y es muy… filosófico… pero es buena persona, guapo y buena persona, de verdad.Hechos reales: conversaciones absurdas.
El otro día, también en el autobús, me llamaron la atención un grupo de señoras de avanzada edad que iban muy arregladas y sonrientes con una rosa en la mano. Todas llevaban una rosa roja y se mostraban de lo más elocuentes sobre sus temas diarios de conversación, hasta que una de ellas le advirtió a la otra:-¡Cuidado, no te vayas a clavar una espina!-¿Una espina?- preguntó sorprendida la interpelada -¿cómo me voy a clavar una espina si las rosas no tienen espinas?La sorpresa de todas las amigas fue mayúscula, interrumpieron su conversación y se quedaron mirándola fijamente… yo también la miraba con descaro.-Cuando estuve en una iglesia italiana el guía nos explicó que las rosas no tienen espinas- se justificó –. Fue porque el santo que vivía allí estuvo tentado por el diablo, y para no caer en las tentaciones se arrojó a un zarzal que allí había y las espinas desaparecieron. Desde entonces, las rosas no tienen espinas.-¡Qué leyenda más bonita!- dijo una de las amigas.-Creo que fue san Antonio de Padua- añadió la contadora de historias y todas se mostraron muy conformes.-… Pero las rosas siguen teniendo espinas- añadió por lo “bajini” la que le hizo la advertencia.Aquella pobre señora, a la que todas las amigas ignoraron, me recordó a Galileo ante la Inquisición añadiendo: “… y sin embargo, se mueve”.Sí, la leyenda es muy bonita. En realidad, se refiere a San Francisco de Asís, y a la variedad de Rosa Assisienses que crece en el jardín de la Basílica de Santa María de los Ángeles, en un pueblecito cercano a Asís. Pero las rosas que llevaban estas señoras sí que tenían espinas y, solo con haberlas mirado bien, se habrían dado cuenta. 
Hechos reales: conversaciones absurdas.

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