Revista Libros
Homero.Héctor.Traducción de Luis Segalá. Los secretos de Diotima.Guillermo Escolar Editor. Madrid, 2020.
Homero.Patroclo.Traducción de Luis Segalá. Los secretos de Diotima.Guillermo Escolar Editor. Madrid, 2020.
El esclarecido Héctor y su hermano Paris traspusieron las puertas, con el ánimo impaciente por combatir y pelear. Como cuando un dios envía próspero viento a navegantes que lo anhelan porque están cansados de romper las olas, batiendo los pulidos remos, y tienen relajados los miembros a causa de la fatiga, así, tan deseados, aparecieron estos a los troyanos.
Así comienza el Desafío de Héctor, el episodio de la Ilíada que publica Guillermo Escolar en la colección Los secretos de Diotima, con traducción de Luis Segalá.
Prudente, heroico y valiente, Héctor, el príncipe troyano de broncíneo casco es una víctima del destino cruzado con las peleas de los dioses. Zeus, Apolo, Poseidón y Atenea andan siempre involucrados con los aqueos o los troyanos.
Héctor, el domador de caballos, tiene un papel decisivo en el poema homérico: furioso y protegido por Zeus y por Apolo, que le quitan la armadura y el casco al impulsivo Patroclo, (el que “tres veces mató nueve hombres”), matará al joven amigo de Aquiles, que había usado su armadura y caerá en el combate, indómito y perplejo. Sus honras fúnebres, los juegos y sacrificios en su memoria contienen algunos de los mejores momentos de la Iliada:
Primero apagaron con negro vino la parte de la pira a que alcanzó la llama, y la ceniza cayó en abundancia; después recogieron, llorando, los blancos huesos del dulce amigo y los encerraron en una urna de oro, cubiertos por doble capa de grasa; dejaron la urna en la tienda, tendiendo sobre la misma un sutil velo; trazaron el ámbito del túmulo en torno de la pira, echaron los cimientos, e inmediatamente amontonaron la tierra que antes habían excavado. Y, erigido el túmulo, volvieron a su sitio. Aquiles detuvo al pueblo y le hizo sentar, formando un gran circo; y al momento sacó de las naves, para premio de los que vencieren en los juegos en honor de Patroclo, calderas, trípodes, caballos, mulos, bueyes de robusta cabeza, mujeres de hermosa cintura y luciente hierro.
Héctor, que despojó su cadáver, desatará así la segunda y definitiva cólera de Aquiles, el de los pies ligeros, que había perdido con Patroclo a alguien más que un amigo. Aquiles retrasa los funerales de Patroclo hasta volver con el cadáver de Héctor, que caerá derrotado, en huida y suplicante, junto a las murallas de Troya para que Aquiles muestre su lado más despiadado cuando arrastre con una crueldad gratuita el cadáver de Héctor atado a su carro, aunque el lector se reconciliará con él al descubrir su vertiente más compasiva cuando se conmueva ante el rey Príamo, que se humilla ante él para recuperar el cadáver de su hijo y enterrarlo con el acompañamiento del llanto de Hécuba y Andrómaca.
Con el anuncio de once días de tregua para los funerales de Héctor, los mismos que se dedican a las honras fúnebres de Patroclo, termina la Ilíada, de la que se publica en esta misma colección un volumen complementario centrado en la figura de Patroclo con la versión ya citada de Luis Segalá.
Tanto Héctor como Patroclo, impulsivos y cegados por sus victorias provisionales, no alcanzan a entender que sólo son piezas que forman parte de un plan de Zeus que incluye su camino hacia la muerte.
Santos Domínguez