Volvemos a vivir en el filo de la navaja de otras épocas porque, aunque ahora ETA no esté matando, están calentándose muchas sangres alegando motivos laborales o políticos.
A veces medio en broma, pero con un mensaje que justifica la violencia, como en un programa de la televisión pública catalana en el que se le disparaban balas de tinta a personajes antipáticos para los nacionalistas, incluyendo al Rey.
A veces más en serio, como el diputado de Compromis-Equo Joan Sorribes que escribía en Facebook que: "O tiramos al PP votando, o lo tiramos con la escopeta".
En Madrid, mientras unos sindicalistas del Metro anunciaban que incendiarían la ciudad, se desarrollaban esta semana dos juicios que muestran la reaparición de jóvenes ultras, de derechas e izquierdas, dispuestos a asesinar.
Un caso es el de tres ultraderechistas y un ucraniano, Mikhaylo Tsyku, que dijo ser comunista, que apalearon hasta dejar con lesiones neurológicas irreversibles a un hombre que dormía en una calle, entre unos cartones.
El abogado de los agresores justificó el acto porque los indigentes “no son personas humanas”, sino “parásitos de lo decente” y “cánceres de la sociedad que deberían ser extirpados”.
Otro caso es el de cuatro ultraizquierdistas, uno de ellos de la exYugoslavia, a los que la Audiencia Provincial de Madrid acaba de condenar por intentar asesinar a un supuesto ultraderechista de 16 años.
“La discrepancia política” fue el móvil por el que, según el Tribunal, acuchillaron a su víctima varias veces con grandes navajas.
Entre los extremistas de un lado y otro, a los que se añade el extremismo nacionalista, ya no se sabe quiénes son nazis o ultraizquierdistas, como Mikhaylo Tsyku.
Están dispuestos a matar por “la discrepancia política”, aunque podría ser sólo deseo de derramar sangre siguiendo el ejemplo de la lejana guerra civil española y las cercanas del Este europeo, de donde, sorprendentemente, vienen algunos de estos nuevos extremistas.
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SALAS