Revista Opinión
El invierno estaba ausente este año, no aparecía ni por las cumbres de las montañas ni por los caminos umbríos que se internan entre las arboledas del campo. La escarcha no petrificaba los charcos y la nieve era un recuerdo de tejados blancos que admirábamos en postales de tiempos y lugares extraños. Los almendros comenzaron a florecer creyendo disfrutar de un sol primaveral anticipado, mientras las dalias y los pensamientos mantenían vivos sus colores otoñales. Los más viejos del pueblo recomendaban no desprenderse del gabán y advertían de las heladas de febrero que cogen desprevenidos a los parroquianos. Cuando más confiados estábamos de que el invierno nos había olvidado, llegan los temporales de nieve y los fríos que hacen colgar de los techos los carámbanos. Todos quedan sorprendidos de este invierno retrasado y que entrega sus rigores en un febrero helado. Ya lo decían los ancianos: cuidarse de las heladas de febrero. Aparecen tarde o temprano. Quédense abrigados con la música de Diana Krall para no soñar que todo se acaba.