Revista Religión
El tema de las elecciones en las hermandades no pierde actualidad porque como cada Hermandad tiene su propio calendario, raro es el mes en el que no se celebran elecciones en alguna.
Cuando hay dos o más candidaturas una será la que salga la que salga adelante y la otra, u otras, se quedan sin opciones de gobernar. Hasta ahí todo normal. Los problemas aparecen cuando las candidaturas que no han salido o, aunque sólo haya habido una, el grupo de los disconformes que no se presentaron porque no tenían posibilidades, se constituyen en “oposición” y ejercen como tal en la barra de los bares o en tertulias más o menos formalizadas, a veces incluso disfrazadas de asociaciones culturales.
En estas situaciones la actitud del flamante Hermano Mayor ha de abarcar dos frentes:
Por una parte, con independencia de las diferencias que pudiera haber -normalmente por temas accesorios o por personalismos-, desde el momento en que presta juramento como Hermano Mayor su actitud ha de ser de acogida a todos y de ausencia de crítica a cualquier hermano, ni siquiera consentida, mucho menos formulada. Es como si un padre criticara o consintiera críticas a alguno de sus hijos. Debe respetar a todos, respetar la libertad que Cristo nos ganó, de lo contrario se provocan rencores que generan desilusión.
Viene a cuento recordar la figura de Thomas Becket, noble inglés del siglo XII. Amigo del rey Enrique II, que le nombró Canciller y más tarde Arzobispo de Canterbury, para que se plegara a sus deseos; pero desde el momento en que fue consagrado, una transformación radical se operó en el nuevo Primado ante el asombro de todo el reino, pasando a defender la causa de la Iglesia católica, lo que motivó que fuera asesinado. Seguro que no es necesario llegar a esos extremos; pero es un buen referente.
Por otra el Hermano Mayor ha de mantener una amable firmeza en el desarrollo del proyecto con el que se presentó, el que han aprobado los hermanos. El Hermano Mayor ha de ser consciente de que lo han elegido para que lleve a cabo el proyecto propuesto, que ha de ser algo más que una serie de actividades. Lo que exige la necesaria fortaleza para llevarlo a cabo. Gobernar buscando exclusivamente la aprobación ajena y el aplauso de los demás, puede llegar a deformar la propia conciencia. El criterio de actuación que nos guía no ha de ser el qué dirán, sino la lealtad.
En ocasiones, por no desentonar con el ambiente, por agradar a algunos, se comienza a no ser del todo coherente con los principios. Se cae en la tentación de inclinarse hacia el lado en que es más fácil recoger sonrisas y cumplidos, o lo que es lo mismo, del lado de la mediocridad. Tal estado de cosas da lugar, en el mejor de los casos, al nacimiento de una inestabilidad frívola.
En síntesis: tras la jura el Hermano Mayor ha de ensanchar su corazón para dar cabida en él, a todos los hermanos, sin excepciones, y a cumplir fielmente su plan de trabajo, sin más concesiones que las que aconsejen nuevas circunstancias sobrevenidas.
Publicado en Iglesia de Sevilla el 5 de Abril de 2016.