Revista Educación

Henry, me jodiste

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Henry Ford (Library of Congress - Wikipedia)

Henry Ford (Library of Congress – Wikipedia)

Hace un par de años me compré un reloj automático. Me hacía gracia eso de que fuera capaz de vivir sin pila y el detalle también apelaba un poco a mi corazoncito verde.

Entonces me acordé de mi primer jefe, que sufría de una perversión incurable. Se podía pasar horas hablando de los sofisticados mecanismos de los Patek Philippe, de la elegancia de sus formas y de sus proporcionadas incrustaciones de platino. Y sin embargo, a un mínimo de cinco cifras la unidad, sabía que nunca lograría comprarse uno.

Yo era bastante parecido a todo lo contrario. El reloj anterior murió cuando recién me comenzaba a afeitar y desde entonces me había negado a reponerlo. Durante un tiempo desarrollé incluso el hábito de descolgar el teléfono de las cabinas para poder mirar la hora. Por lo general llegaba siempre tarde.

Lo cierto es que mi reloj nuevo funciona muy mal. Es el más barato de su clase y eso se nota. Atrasa hasta cinco minutos diarios y tiene menos reserva energética que un mechero. Cambia la fecha cuando le parece, lo mismo por la mañana que por la noche, y bastan un par de tardes de sedentarismo para que se quede clavado.

Así que mis planes para no tener que mirar el móvil han acabado yéndose a la porra. Se supone que todo esto era una prevención para evitarme la tentación de consultar cada dos por tres el Facebook, el Whatsapp, el correo electrónico y todas esas milongas. Más muñeca y menos bolsillo, era la idea. Pero nada. Ahora me paso el día dándole cuerda al uno y desbloqueando la pantalla del otro. Doble trabajo, doble obsesión.

Del entuerto han venido a sacarme Yuval Noah Harari y Luis De Guindos. El primero es el autor de De animales a dioses, un ensayo bastante recomendable sobre el género humano. En uno de sus muchos capítulos, Harari explica que la obsesión por el tiempo es un producto de la Revolución Industrial y en concreto de la especialización del trabajo. Antes del siglo XIX, que un artesano gremial llegase tarde a su taller de zapatos no suponía gran problema, puesto que cada pieza la elaboraba una sola persona. Sin embargo, de Henry Ford en adelante, la puntualidad laboral se hizo indispensable, porque la ausencia de un puñado de obreros especializados podía parar la cadena completa de producción.

De nuestro inefable ministro, al que no leo con la frecuencia que sin duda merece, recuerdo sus sabios consejos durante la época del ladrillo: si no puedes actuar por el lado de la oferta, actúa por el de la demanda. Es decir: si no puedes dejar de consultar la hora, por lo menos aprende a fabricar zapatos.


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