Hércues Poirot, probablemente el detective más conocido después de Sherlock Holmes, nació a la ficción durante la Primera Guerra Mundial, en Torquay, entre los refugiados belgas que llegaban hasta allí huyendo de la contienda. Aunque, al parecer, Agatha Christie se basó en dos detectives de ficción, Hercule Popeau, de Marie Belloc Lowndes, y Monsiur Poiret, de Frank Howel Evans, para dar vida a su criatura, según Michael Clapp fue un gendarme belga, Jacques Hornais, el hombre en el que la gran dama del crimen se fijó para dar vida a su detective. Sea uno u otro el origen de Poirot, lo cierto es que la gran dama del crimen aprovechará a los ciudadanos belgas refugiados en Torquay para dar una nacionalidad a su personaje más famoso, Hércules Poirot, que nacerá como un refugiado más que llega a Inglaterra huyendo de la guerra y al que Agatha Christie otorgará un pasado policial en la gendarmería belga, donde ya habrá destacado por su lucidez y afinada inteligencia antes de verse obligado a abandonar su país.
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Un personaje odiado por su creadora
Es más que posible que en aquel momento, la escritora inglesa no llegara a imaginar la popularidad que adquiriría un personaje extraído de un grupo de refugiados, ni tampoco la gran cantidad de obras que escribiría con este detective belga como protagonista: 33 novelas y 54 relatos. Como probablemente tampoco adivinó la relación de amor-odio que mantendría con él, de quien llegaría a decir: Hay días en que me pregunto “¿Por qué, por qué, por qué tuve que dar vida a esta pequeña criatura detestable, grandilocuente y tediosa? Sin embargo, confieso que Hércules Poirot ha vencido. Ahora siento un cierto afecto que, aunque me cueste, no puedo negar”. (De la introducción, escrita por la propia Agatha Christie, a la dramatización en el Daily Mail de Cita con la muerte, 1938).

Hércules Poirot, el vanidoso
La primera aparición del detective se produce en El misterioso caso de Styles, una novela en la que el teniente Hastings requiere su ayuda y de la que la propia Christie diría más tarde: La manera en que introduje a Poirot en el mundo de la ficción no fue la que a él le habría gustado. “Primero Hercules Poirot”, habría dicho, “y luego una trama que saque a la luz sus talentos para mayor gloria suya”.
Y es que las ínfulas que se da el detective son famosas. En El misterio del tren azul, Poirot llega a afirmar de sí mismo: Me llamo Hércules Poirot y probablemente soy el mas grande detective del mundo. No tiene abuela, desde luego, pero sí razones sobradas para hablar así de sí mismo. Su andadura detectivesca es una carrera plagada de éxitos. Cada final de novela en la que participa presenta un desenlace en el que Poirot luce sus habilidades deductivas y la gran capacidad de sus células grises.
Su método de trabajo
Pero a esa gran capacidad intelectual, Hércules Poirot le suma una mente organizada. Jamás actúa de forma espontánea. Su manera de ver el mundo le lleva a basar su vida sobre un estricta planificación: “Aquél que no planifique su vida por adelantado, piensa, no merece el éxito”. Con frecuencia, el propio Poirot admite que le gustan el orden y el método. Por eso, todo tiene que ocupar un lugar lógico y encajar con el resto. Tanto es así que, cuando los hechos no responden a una explicación racional, Poirot se ve acosado por la inquietud e incluso por la angustia y la ansiedad.

Por otra parte, su capacidad de observación no tiene nada que envidiarle a su capacidad deductiva. En los primeros compases de cada una de las novelas en las que participa, Agatha Christie suele dejar a la vista del detective, y por supuesto del lector, pruebas visuales en las que sólo Poirot repara y a las que solo su brillante mente sabrá darle más adelante un sentido, bien inculpatorio bien exculpatorio.
Con el análisis de las pruebas y con los testimonios de los testigos bien almacenados en su prodigiosa cabeza, Poirot es capaz de dar un significado correcto a lo que ha observado en la escena del crimen y, por supuesto, es capaz de alcanzar una conclusión lógica que le lleva a la resolución del caso. También es habitual en su método el recorrer los pasos que el asesino o los propios testigos han dado y extraer de ese “paseo” las conclusiones necesarias para comprender el todo, para lograr que ese orden que Hércules Poirot siempre espera de los hechos se produzca y cada pieza encaje en su sitio.
Un actor egocéntrico
Y, por supuesto, nunca pierde la oportunidad de llevar a cabo su representación final, ésa a la que no puede resistirse el ego desproporcionado del detective. Una representación en la que todos, sospechosos, incocentes, culpable y lector asisten asombrados a la explicación del crimen: el gran Hércules Poirot vuelve a sorprender con la magia que chispea entre sus células grises.
