Revista En Femenino

Herencias

Publicado el 11 septiembre 2012 por Hogaradas @hogaradas

Por Hogaradas
De mi madre he heredado el gusto por la aguja, el hilo y el dedal, o al menos, la poca pereza que me da entrar en materia, porque una es consciente de sus posibilidades, y sé que jamás llegaré a tener su destreza ni sus manos para manejarlos.
Me lo recordó ella el otro día, cuando le comentaba un par de arreglillos que le había hecho a un vestido que me compré durante estas vacaciones, y tenía razón, porque hay herencias que llegan desde el mismo día de tu nacimiento, la genética sin duda, y otras, como ésta, las que afloran a lo largo de la vida, tras ańos de compartir el día a día, con todo lo que ello conlleva.
En nuestra casa de Turón, en el comedor, comenzó esta historia de amor que mantengo con el costurero y todo su contenido, mientras ayudaba a mi madre a recortar patrones. Como buena costurera, con el centímetro colgado como si de un hermosos collar se tratara y pertrechada con la tiza, comenzaba la faena. Luego, con todo el mimo y delicadeza del mundo, tocaba cortar las piezas, y ahí era cuando comenzaba mi tarea, la de pasar puntos flojos, bajo la atenta mirada de mi madre, que siempre me daba entre otros, el mismo consejo, que utilizara el dedal, a la vez que salía a relucir el famoso dicho de “costurera sin dedal…” ante mi poco interés por hacerlo.
Esta mańana ha sido una de esas que ha discurrido entre la tranquilidad de más de una hora entre hilos, dedales, telas y agujas, y la que me proporciona esta casa, como siempre, como cada momento que he vivido en ella desde que hace ya doce ańos cruzara su puerta para instalarme definitivamente en ella.
Solamente, de vez en cuando, esa tranquilidad la rompía el sonido de una pequeńa obra que tenemos enfrente, y las carcajadas de risitas, aunque hoy un poco más lejanas que de costumbre, de manera que fueron incapaces de perturbar esta paz matutina de la que tanto he disfrutado.
Mientras comenzaba mi costura, recordé a mi madre, y comenzó a surgir entre puntada y puntada esta pequeńa Hogarada, al igual que nada más comenzar al sucesión de las mismas pude incluso escuchar su voz diciéndome que las cosas hay que hacerlas bien, como ella, con su paciencia, con su delicadeza, con sus soluciones para todo, porque no hay ninguna prenda que necesite de arreglo para la que mi madre no consiga encontrar el perfecto. Inmediatamente deshice mis primeras puntadas, corregí mi postura y me dispuse a imitar e intentar igualar a quien durante tanto tiempo, todavía hoy, ha sido mi maestra, además de en el arte de la vida, en el saber hacer de las puntadas.
Armada de paciencia, la que ella tiene y de la que sí debería haber heredado quizás un poquito más, acabé mi tarea, orgullosa, contenta y agradecida por esta pequeńa gran herencia de la que ambas podemos disfrutar juntas.


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