Revista Cultura y Ocio
He visto la exposición del Círculo de Bellas Artes de Madrid (16,40 €) esta tarde y me he traído el catálogo editado (18 €). Me sitúo en la última de las tres clases de potenciales visitantes que enumera en su prólogo —«El misterio Hergé»— Julián Hernández: tintinófagos fundamentalistas, tintinófilos moderados y público en general. Por eso me ha sorprendido tanto saber de dónde viene el nombre con el que firmaba sus creaciones Georges Remi (1907-1983), que son las iniciales invertidas —er y ge—; pero ¿de dónde sale la hache?, se pregunta el prologuista, que dice que el «misterio Hergé va más allá de la hache en su nombre». También me ha sorprendido mucho conocer el proceso de composición de sus dibujos —que he compartido con mi hija Julia—, y que puede verse en varios de los acogedores y envolventes espacios de la exposición, espigada con declaraciones de Hergé al escritor y periodista Numa Sadoul en 1971. A este —sí tintinófilo— le habló de su dimensión como pintor abstracto, como una especie de evasión del universo figurativo de Tintín, que abandona en 1964: «El cómic es mi único medio de expresión. ¿Qué más tengo a mi disposición? ¿La pintura? Hay que dedicarle la vida entera. Y dado que solo tengo una vida (y ya tengo unos cuantos años), debo elegir entre la pintura o Tintín, ¡no puedo con ambos! No puedo ser un pintor de domingo a sábados por la tarde, ¡es imposible!» (pág. 15). Hay una buena representación en la muestra madrileña de aquellos cuadros y de su colección de arte (Warhol, Lichtenstein…). Nunca había leído tanto sobre la historia del personaje principal de Hergé, de su origen scout, y del de algunos de sus compañeros de viñetas como el Capitán Haddock, que aparece por primera vez en El cangrejo de las pinzas de oro (1941). En una tarde como la de hoy, uno ha podido demorarse sin ninguna apretura en cada uno de los sectores de esta exposición dividida en dos grandes salas —primera planta y planta baja—, en un itinerario o relato inverso como el de las iniciales del dibujante belga, pues concluye en el nacimiento de un mito y en los primeros años —con catorce ya publicó en Jamais Assez— de lo que sería una trayectoria universal. Es un paseo bien pensado que parte del expresivo rótulo «La grandeza del arte menor» y que en el catálogo se apoya en una introducción muy útil y documentada de Joan Manuel Soldevilla Albertí: «Las aventuras de Tintín y Hergé en España». Hasta finales de la década de los cincuenta no llegó con regularidad el Tintín que nació en las páginas de Le Petit Vingtième en 1929, y fue en los ochenta cuando aquí se vivió un boom en la difusión de las aventuras del personaje. Esta exposición corrobora su vigencia. Y su futuro, que he visto y he dejado de ver en la escena vivida en la inevitable tienda en la que he comprado el catálogo: un niño con uno de los álbumes de Tintín en la mano tiraba del borde de la camiseta de su padre suplicándole que se lo comprara; y el padre, de expresión adusta, solo quería llevarse una libreta de anillas. No sé en qué habrá quedado la cosa.