-Resulta profundamente infantil la permanente culpabilización de la autoridad que de una manera u otra nos gobierna. Así hacen los niños se esconden bajo su propia postura de enfado y tratan de obviar lo que ocurre en su entorno pensando que de ese modo no podrá a afectarlos. Llega a ser realmente pesado el tópico argumental que, ante semejantes actos de violencia, hace responsable a nuestro propio gobierno -el nacional, el europeo, o el comodín: Estados Unidos-. Viene a ser como si un energúmeno nos abordase por la calle, nos diese una bofetada y, dándonos la vuelta, le reprochásemos a nuestro padre el ir provocando con no sé qué movimientos.
-Es asimismo inquietante que, hallándose los cuerpos calientes y los heridos aún debatiéndose entre el lado de la vida y la muerte, el pensamiento inmediato para algunas personas sea el de "comparar" estos hechos con otros los que ocurren en otros lugares, con la finalidad presunta de calificarnos de hipócritas en este preciso momento. Esto es algo, lo reconozco, muy subjetivo: no soporto la mala educación. Y, cómo decirlo, hay ciertas cosas que, más allá de que podamos discutir si son ciertas o no, están de más en un entierro. -El lema "vuestras guerras, nuestros muertos" que comienza a hacerse popular en las redes sociales es el fiel reflejo de lo que vengo diciendo: la cobardía, el ataque de pánico que lleva a tratar de desentenderse de esto, como que no va con ellos. Por no hablar de la apropiación que hacen de las víctimas ("nuestros muertos"). Bastaría preguntarles a ellas si se sienten identificadas con esa postura, y a los tíos del Kalashnikov si en la próxima ocasión van a distinguir entre los opinadores de un lado y de otro.-Hay algo inequívocamente instintivo, animal, en el hecho de sentir afinidad por quienes comparten una serie de valores y modos de vida comunes, nuestros hermanos franceses, ingleses, alemanes, belgas, portugueses, italianos, etc., etc. Lo que no quiere decir que nos importe un carajo el resto del mundo. Negar ese sentimiento natural de protección de lo nuestro, de defender la guarida, es lo verdaderamente hipócrita. -Asimismo me parece repugnante aprovechar la matanza para reivindicar nuestra ascua, nuestra sardina y, si me apuran, nuestra desvengüenza. Lo estamos viendo en estas horas, donde parece que se estén divirtiendo los militaristas, los independentistas, los unionistas, los activistas de cualquier cosa -incluso razonable-... Otra manifestación de puerilidad, a fin de cuentas: cualquier cosa salvo mirar de frente lo que ha ocurrido, y aceptarlo. Es que da miedo, ¿verdad?-Lo decente y lo proritario en estos casos es ponerse en el lugar de las víctimas. Dejemos trabajar a los profesionales, respetemos el esfuerzo de los expertos, y guardemos un respetuoso y apenado silencio. Haya algo infinitamente más digno en quien se limita a colocar la bandera de Francia en su perfil social que en quien se empeña en convencernos de que el problema es que los masacrados no dialogamos. -La solución a problemas de esta magnitud es necesariamente complicada, exigirá medidas incómodas, por difíciles de aceptar y porque pueden implicar cesiones de nuestros propios derechos normalmente odiosas. La clave se encuentra precisamente en ponernos en el lugar de las víctimas, es decir, en entender que somos víctimas potenciales. Algo que parece difícil para mucha gente: prefieren la agradable equidistancia del opinador profesional, el que abomina de los comportamientos "de unos y otros". -Las sociedades occidentales son un proceso en permantente evolución, discutible y siempre mejorable, pero sin duda que podemos encontrar en ellas los mayores ámbitos de libertad, diversidad y tolerancia del mundo contemporáneo. Todo ello constituye un tesoro que debemos proteger y defender.Y ahora, un poco de silencio, comprensión y afecto por nuestros hermanos franceses.Revista Cultura y Ocio
Tras el primer horror, el verdadero, el importante e insoportable, los medios de comunicación y las redes sociales nos regalan un horror añadido: el de escuchar o leer la cantidad de sandeces, infamias y mixtificaciones con los que los comentaristas locales se empeñan en tomar postura, como si en verdad fuese necesario o, sencillamente, alguien se lo pidiese -les pagan por ello, pero eso es distinto-. Así que uno contiene como puede la indignación y evita, eso sí, enrolarse en la manada de discutidores que con el límite letal -para el raciocinio- de ciento cuarenta caracteres sientan doctrina en una red social que, cada vez estoy más convencido, ha sido creada por un villano de cómic que en algún lugar se está descojonando. Lo bueno, y lo malo, de estudiar y tener una profesión relacionada con una rama determinada del conocimiento, es que te vuelves necesariamente prudente en tus opiniones, comprendes y aceptas que no es posible saber todo sobre todo, y guardas el debido respeto a quienes, en lo suyo, han estudiado y se han labrado una profesión igualmente. No ocurre así en las tertulias televisivas, y menos aún en las redes sociales, donde la reflexión especializada es sustituida por el gruñido y el postureo; así que en este último ámbito sí que me atrevo, al menos, a señalar con el dedo unas cuantas actitudes insoportables, aunque sólo sea para quedarme a gusto. Vamos allá: