Revista América Latina

Hermano chavista, date cuenta:

Publicado el 21 mayo 2024 por Jmartoranoster
Hermano chavista, date cuenta:

La nueva campaña de la oposición es de una obviedad aterradora, apelando a una fraternidad nunca practicada, a una demagogia artificiosa, a mentiras descaradas, a una impostada solidaridad y a un espíritu de hermandad que llevó a la oposición a quemar personas vivas en 2017

Un fantasma recorre por miles las redes sociales. Es el espectro de los “hermanos opositores, que ruegan amablemente a los chavistas, o sea a nosotros, votar por la oposición.

No te rías, es así. Por una suerte de inusitado big bang digital, por generación espontanea, o gracias a una repentina explosión de nacimientos virtuales, las redes se han llenado de un montón de “hermanos” de oposición de oposición que no conocíamos y que quieren contactar con sus familiares, osea nosotros, para un lindo encuentro filial el 28 de julio.

Uno se levanta, digamos, a las 6:30 de la mañana y antes de que pruebe el primer sorbo de café le cae este mensaje en el teléfono:

 “Hermano chavista, te pido que votes por Edmundo González. Yo sé que no lo conoces. Pero eso no importa, porque yo tampoco lo conozco. De hecho, nadie lo conoce. ¿Nunca te has arriesgado en una primera cita? Yo sí. Piénsalo. Firma: Tu hermano @NoséQuéVainaMueranLosComunistas.

Antes del mediodía, cada chavista identificado como tal en las redes sociales ha recibido no menos de veinticinco mensajes de un hermano opositor. Se nos ofrece un mundo feliz, una versión idílica y digital de la isla Utopía, en la que encontraremos la felicidad, no ya por la gracia del Estado –como pretendía Tomás Moro–, sino por la mano invisible de la Polar. Se nos anuncia un mundo ideal, como el de la Cuarta República, en la que el salario será de 1.000 dólares, las pensiones de 400, nuestros hijos nacerán con ojos azules y los migrantes regresarán y podrán bañarse en Los Roques todos los fines de semana.

Y en eso se nos va el día, leyendo a estos inoportunos e incómodos parientes. Ya no más aquello de horda, “chabestia”, resentido o “come gorgojos”, si no “hermano”. Ya no más adjetivos –la genial ironía es de Gino González– de chusma, turba, lumpen, monos, malandros, zarrapastrosos, borrachos, vagos y flojos; ya no somos los sarnosos, las cachifas, los macacos ni el perraje. Ahora somos los “hermanos chavistas”.

La campaña es de una obviedad aterradora –provoca decir imbécil–, pero hay alguien en la opo-sición digital que cree que funciona. Alguien que piensa que, apelando a una fraternidad nunca practicada, a una demagogia artificiosa, a mentiras descaradas, a una impostada solidaridad y a un espíritu de hermandad que llevó a la oposición a quemar personas vivas en 2017, podrán influir en el voto chavista. Cosas veredes, Sancho. A veces parecen molinos, pero son monstruos.

CARNALIDAD O FRATERNIDAD

Hermano no es sólo aquel que nace de los mismos padre y madre. La palabra “hermano” viene del latín “germanus”, y remite a germen, o sea gen. De allí viene “engendrar”, aquellos que son engendrados de la misma carne son, por tanto, “carnales”. Pero hermano se relaciona también con “frater” (fratello, que es hermano en italiano) y de allí surge fraternidad, ese afecto que reúne a los que están vinculados por la sangre, o por algo más allá de la sangre.

Hermano es un término que en algunas zonas de la antigua Arabia usaban ciertos reyes para refe-rirse a otros monarcas, cuando los asumían como iguales. Cuando un rey era reconocido por otro, recibía en las cartas el trato de hermano. Y eso lo sabían los diplomáticos y mensajeros.

En el Génesis bíblico –según ciertas interpretaciones– aparece la palabra hermano como fórmula para tratar a los extranjeros, quizá para lisonjearlos o para evitar problemas con estos; pero quizá es más justo decir que, en definitiva, según las Santas Escrituras, todos somos hijos de Dios, o de los hijos de este, y por tanto debemos asumirnos como hermanos.

Hermandad, sin embargo, lo dice la Biblia, no significa necesariamente fraternidad. No olvidemos que a Abel lo mató su hermano, Caín, por no se sabe bien qué rollo respecto al favoritismo de Dios. Las mitologías griega y latina están llenas de ejemplos de fratricidio. Como la historia de Medea, que mató a su hermano Apsirto, o Rómulo que mató a su hermano Remo, después de que juntos hubiesen fundado Roma.

En nuestra habla cotidiana, hermano no es sólo sangre. “Carnal” se le dice a un alto pana, al amigo fiel, inseparable. No es infrecuente que a veces queramos más a hermanos de la vida que a los de sangre.

El término “brother” –viejo, pero que persiste entre nosotros– es un sucedáneo anglosajón que quiere transmitir esa misma cercanía. Las feministas se suelen llaman hermanas para reforzar un vínculo que no es de sangre, sino de sexo y de luchas. El chavismo, por su parte, ha hecho de la hermandad un signo de su identidad política. Sí, los venezolanos nos tratamos como hermanos. Nos gusta sentirnos hermanos y hermanas. Es una palabra hermosa, que nos acerca, nos hace sentir parte de algo común que nos trasciende, nos identifica, nos une.

La clave de la hermandad venezolana es la autenticidad, la fidelidad a ese algo común que es nuestra tierra. Un verdadero hermano no te traiciona ni traiciona a su patria. No la quiere entregar a poderes extranjeros. Un hermano de verdad no te clava una puñalada pidiendo que sancionen a tu país o que lo invadan, sólo porque él no puede ganar elecciones. Esta hermandad impostada no puede ser la de Caín, la de Medea o la de Rómulo. La del gesto de asco tras el beso de campaña, como se ha visto practica la señora Machado. Tampoco puede ser la farsa de un afiche.

Por eso, harían bien las granjas virtuales que envían este tipo de mensajes en entender que no funcionan, que están destinados al fracaso, a la burla, o deberían, al menos, enviar mensajes más sinceros. Les propongo este:

Hermano chavista: Quiero tu voto para engañarte nuevamente, como en 2015, cuando te prometí la última cola y lo que vino fueron las sanciones. Quiero tu voto para entregar el país a los gringos. Piénsalo. Y así nos vamos entendiendo los de la misma sangre.

(Correo del Orinoco / William Castillo)


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