En las Florecillas de San Francisco se cuenta que el predicador de Asís amansó al feroz lobo que se comía a los habitantes de Gubbio acercándosele en el campo y diciéndole: -- ¡Ven aquí, hermano lobo! Yo te mando, de parte de Cristo, que no hagas daño ni a mí ni a nadie.
El depredador, “mansamente, como un cordero, se le echó a sus pies”, tras lo que San Francisco le dedicó un sermón irresistible: el animal se volvió bueno, y desde entonces los piadosos habitantes de Gubbio le daban alimentos como limosna.
No debió inspirarse en su Fundador el franciscano vasco Paulo Aguirrebalzategi para, en lugar de llamarle al arrepentimiento, encabezar las manifestaciones por la libertad inmediata de Josu Uribechebarria Bolinaga, enfermo de cáncer pero con un año de expectativa de vida, sádico ejecutor de tres guardias civiles y enterrador en vida durante 532 días de Ortega Lara.
El lobo de Gubbio se dolió de sus crímenes, cuentan las Florecillas, pero Bolinaga no pidió perdón y le contestó con chulería al juez Castro cuando obsequiosamente lo visitó en la cárcel para facilitarle rápidamente su salida.
Aguirrebalzategi, junto con otros frailes y curas proetarras, alentados por el ejemplo del obispo Setién y las Comunidades Cristianas Populares “Herria 2000 Eliza” y la “Coordinadora de Sacerdotes de Euskal Herria”, proclama que "el camino violento es un mal menor integrable en el proceso cristiano de liberación".
Es decir, que el Hermano Lobo debería engullirnos, no arrepentirse, lo que logra que en el País Vasco y en toda España, que viene a ser el Gubbio acosado, la gente esté cada vez más lejos de San Francisco y de su Iglesia.
Parece que el Vaticano ignora que tiene ejercientes unos talibanes que son lobos de Gubbio antes de su conversión, apóstoles tan deleznables como los pederastas.
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SALAS