En Hermès, cada mujer es un misterio. Un misterio sobre el que se
puede aportar luz.
Un resplandor discreto. Un
conocimiento paciente. Un destello singular. Un calor protector y difuminado.
Que se puede, en definitiva, iluminar.
La luz despierta y desvela la belleza
del mundo, sublima el carácter de las cosas y de los seres.
Permite que cada cual muestre lo
mejor de sí mismo. Es inmaterial e impalpable y, sin embargo, da vida a cuerpos
y materias cuando los acaricia. La luz infunde vida, cimbrea en nuestros oídos,
se estremece en nuestra nariz, roza nuestros labios y cosquillea cada poro de
la piel. Nos encandila.
La luz es la vida. De esa luz que
realza todos los días la belleza de la mujer y sus expresiones infinitas, de
ese nacimiento, Hermès ha hecho una
esencia y ha creado el más esencial de los perfumes: Jour d’Hermès.
Mujeres de buena planta, pletóricas y
en plenitud, lozanas, como en los cuadros de Bonnard y Théodore Chassériau.
Mujeres delicadas y luminosas de
Botticelli. Mujeres elegantes y agraciadas, falsamente púdicas, de las estampas
japonesas. Mujeres fuertes por encima de las apariencias.
Mujeres presentes, sin ostentación.
Mujeres llenas de vida, acogedoras y hospitalarias.
Mujeres alegres y llenas de color.
Mujeres tan seguras de sí mismas que no tienen reparo en confesar su necesidad
de los demás, de los amores, de las amigas, de los niños, de los ancianos.
Mujeres sensuales que no abusan de artificios para existir o nutrir
ensoñaciones y fantasmas.
Mujeres liberadas, deliberadamente
mujeres.
¿Poner de relieve lo femenino y
guardar el misterio de cada mujer?
Sí. Para sorprendernos. Ahora y
siempre.
Jean-Claude Ellena ha sido el primer sorprendido.
Él, a quien tanto gusta distanciarse de los géneros para huir de los códigos, se
ha encariñado con lo femenino para darle alas.
En perfumería, ¿femenino equivale a
flor?
«¡Sea!», ha dicho Jean-Claude Ellena.
«Pero si así ha de ser, que sea con mis flores».
Ramos, ramilletes, manojos, brazadas, haces,
flores cortadas del jardín o flores en el salón, de mañana o de tarde, perfumes
traviesos, olores embriagadores, ¡olores en abundancia! Después, para tocarnos
también desde la distancia, bálsamos que transmiten la sensualidad y la dulzura
de las caricias.
Ahí está el resultado: del alba al
crepúsculo…un perfume floral que abraza, acaricia y se esparce…
“Quería dar a oler flores en abundancia.
Que cada cual ponga las flores que quiera,
que huela lo que le apetezca oler”.
Jean-Claude Ellena
Zapatos desde hace veinte años, en
efecto. Joyas desde hace diez años, en efecto.
Pero Pierre Hardy todavía no había
diseñado ningún frasco de perfume para Hermès.
Era algo tan sumamente novedoso para
él que tuvo que buscar la palabra adecuada:
¿frasco, frasquito, burbuja, urna,
botella?
En el fondo, ¿qué es un frasco?
Es la demostración palpable de la
presencia del perfume, ese objeto que no se ve. Es aquello que está ahí antes,
alrededor, y permanece después. Un frasco acoge, recoge, protege y libera.
Dispensa. Recuerda. Evoca.
Da forma a lo informal, hace que lo
imaginario se vuelva tangible, colorea lo fugaz, da densidad a lo imponderable,
juega entre lo lleno y lo vacío…
Un perfume llamado Jour d’Hermès y que envuelve en flores
resulta, por fuerza, inspirador.
Al igual que de una semilla antigua
brotan flores frescas, el cuadrado sobre el que se asienta el frasco de siempre
sirve de ancla para que, de cada ángulo de la base, se eleve una línea bien tensada;
cuatro líneas que ascienden, se alzan y se abren para reunirse después con un
movimiento fluido, una curva sensible, un hombro sensual.
En el centro, con recogimiento y contención,
una gota queda suspendida en el vacío.
Es la gracilidad que brota de la
solidez, a imagen de su contenido. Al igual que las flores más frágiles y
ligeras, evanescentes, que pueden balancearse en el aire porque a sus pies, bajo
tierra, están bien arraigadas.
Lo que esperamos del día es, en
esencia, que nazca, que sea denso, que sea pleno, que vuelva. Que sea la
plenitud desatada.