El personaje está de moda, porque entre 1519 y 1521 (hace 500 años), por lo menos, cambió la vida de lo que hoy llamamos México. Coincide con que hace unas semanas empecé a leer la biografía que de él escribe Juan Miralles. Lo primero que puedo sacar a partir de la lectura de la primera mitad del texto es que ya no puedo ver al conquistador como español, sino como cubano. Llegó a esa isla al arrancar sus veintes y vino al continente al empezar sus cuarentas. Para mí es un cubano en toda regla; vivió sus años de formación adulta en la isla, ahí se hizo exitoso comerciante e interiorizó muchas mañas que amalgaman política y gobierno y que vino a poner en práctica en esta parte del continente. Salió de la isla (muy a pesar de lo que Diego Velázquez hubiera querido) como respetable y temido empresario (don dinero, poderoso caballero), no como un soldado recién desembarcado y fiel a la corona (la cual había dejado atrás, físicamente, como veinte años atrás -considerando que tenía cuarenta, media vida.).
El minucioso trabajo de Miralles ayuda a entender que tanto la obcecada religiosidad de Moctezuma, junto con las viruelas y la persistente diplomacia torcida del ambicioso empresario (llevada a cabo durante por lo menos seis meses), lograron la derrota de la poderosa Tenochtitlan. Hay, por supuesto, muchos factores y actores clave que intervinieron, pero uno de los que destacan es el profundo encono que le tenían al imperio los numerosos pueblos sometidos a lo largo de casi doscientos años. Según la documentación, se le unían por decenas de miles al contingente español contra los mexicas en el avance del Golfo al altiplano.
Haberse formado en Cuba, claro, no lo hacían un caribeño, como hoy lo entenderíamos, por supuesto, pues su visión del mundo no dejaba de ser peninsular, es obvio, pero me llama la atención que con esta lectura estamos más ante un empresario que ante un soldado. De las seis o siete naves con las que salió de la isla, por sus propios medios e intereses, cinco eran de su peculio y los que en ellas venían recibían paga y manutención de su abundante bolsillo.
En la escuela nos han dicho siempre que la Noche Triste no debería serlo porque fue una batalla en la que los españoles (y uno se imagina unas decenas de enlatados barbones apaleados) salieron corriendo de las cercanías del actual Zócalo hacia la México-Tacuba debido al contra ataque de los mexicas, pero según el autor y sus abundantes fuentes, fueron miles de opositores al imperio los que iban ahí en tropel, junto con los invasores, poniendo tierra (lodo) de por medio (en época de tremendas lluvias, en agosto) , y murieron enormes contingentes de nativos y nativas aliados (porque mujeres hubo muchísimas, desde el principio, encargadas, por ejemplo, de hacer tortillas todos los días para el sustento de sitiados y sitiadores por igual, pues aunque fueran enemigos, los mexicas no dejaban de “darles un taco” a los invasores).
La lectura, a casi justos quinientos años, según los datos y fuentes que ofrece Miralles, enriquecen mucho la visión de lo que se está conmemorando y que, nuevamente, con visión empresarial, han llevado al mercado de las series de televisión recientemente diferentes empresas. Por amor a la camiseta, por víscera y principios, se diría que debemos estar incondicionalmente del lado de los vencidos pero, como en una novela de aventuras, mientras leemos esta biografía de Cortés, nos llevamos las manos a la cabeza pasmados al enterarnos de que Motecuzoma y Cortés, durante la larga convivencia que tuvieron, como humanos que eran, se echaban partidas del juego Totoloque para matar el tiempo entre custodio y custodiado, bromeaban entre sí con intérpretes de por medio (Malinche, claro); o de que los captores del emperador lo llevaban de caza para distraerlo en mini embarcaciones a vela recién armadas y este se maravillaba y preguntaba cómo no se les había ocurrido antes a los de Anáhuac amarrar una manta para acelerar divertidamente unan balsita como lo estaban haciendo los hispanos en los lagos circundantes.