Mediaba septiembre del año dos mil once. Hacía calor y era de madrugada. El padre y la madre tigre se disponían a recibir a su cuarto vástago con toda la emoción que corresponde. La madre tigre en esta ocasión tenía un empeño especial en parir con cierta dignidad después del bochornoso espectáculo gore del alumbramiento de La Tercera. Se recostó en la cama decidida a dar a luz como mandan los cánones del buen gusto, con la manta hasta los sobaquillos. De pronto una contracción de escala nueve le taladró todo su ser, se le enganchó en una pierna abortando cualquier plan de cambiar de postura durante la duración de la misma y la sumió en un dolor de esos de una y no más. Santo Tomás.
En plena agonía agarró al padre tigre por las solapas y le ordenó ir a buscar al señor de la epidural. Ya. A lo que el padre tigre, que a veces es de una ingenuidad de preocupar, le dijo con tono de coach de equipo de fútbol americano: No mujer aguanta que tú puedes, lo vas a conseguir. De las solapas las manos de la madre tigre pasaron a la yugular mientras le decía escupiendo cada sílaba: I don’t want to be a German hero. I want to be a Spanish lady. Literal. Huelga decir que todo el ímpetu se me pasó cuando la comadrona me puso cara de perrito pachón con mucha pena por estropear un parto tan bonito. Por no quitarle la ilusión me remangué las faldas y me resigné a parir de rodillas y a pelo por segunda vez consecutiva.
Partos a parte estuve muy lúcida ese día. No hay nada que les guste más a los alemanes que las heroicidades. Y las madres no podían ser menos. Son más. Aquí hay una Juana de Arco por familia. Porqué hacer la compra cómodamente en un supermercado bien abastecido y ordenado, sola mientras la nanny se hace cargo de los niños, para que luego te manden todo a casa empaquetado en unas bolsas monísimas, pudiendo ir con toda la prole berreando a un supermercado cutre con unos pasillos estrechísimos en los que falta de todo y sobra mucha salchicha, llevándote las bolsas de casa para luego cargarlas una a una hasta el quinto sin ascensor con un niño colgando de cada pierna.
El deber de toda madre alemana que se precie es luchar contra los elementos haciendo uso de cuantas menos comodidades mejor. Aquí las cosas se hacen sin chica, sin ascensor, sin coche, sin tele y con un exceso de niños por metro cúbico de madre. Imagínense ustedes que el día amanece nevando copos como puños. Una madre española bajaría a su coche que estaría a distancia de ascensor sin pisar la calle y llevaría a sus niños forrados como momias hasta la puerta de colegio y, a ser posible, de la clase. Pues no. Aquí coges a todos tus niños aunque tengan día y medio, les pones el mono de esquiar que es como su segunda piel, te los montas en el trineo y te los llevas a pulso hasta el colegio mientras te ciegan los copos que se te van posando en las pestañas pero como no tienes manos libres no te los puedes quitar.
Las españolas en cambio llevamos una lady dentro deseosa de agarrarse cual clavo ardiendo a toda salus, interna, asistenta, abuela o mozo de carga que pase por delante. Una madre española debe ser una madre mujer. En su faceta superlativa. A la madre española no se le pueden pasar las mechas, ni los kilos, ni las temporadas de Zara. La madre española tiene que ser madre sin parecerlo salvo cuando saca a los retoños conjuntados hasta las gafas a pasear. Y aún entonces tiene que parecer que son tuyos pero que tampoco les tienes demasiado cariño. No se vayan a pensar que has dejado de trabajar para cuidar de tu prole y ya sólo sabes hablar de pañales.
Y yo me pregunto, si en Alemania se lleva la madre héroe y en España la madre mujer ¿A qué país tengo que mudarme para poder ser madre persona?
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