Revista Libros
En el mundo del deporte se suele decir que todos los deportistas profesionales son, en cierto modo, unos perdedores. En sentido literal: son muchos los que participan en una competición a sabiendas de que solo ganará uno y los demás no tendrán opciones de conseguir el triunfo. No compiten para convertirse en los mejores, sino para ganarse el sustento con aquello que en teoría se les da bien; aunque incluso los cracks, los grandes ídolos, saben lo que significa perder. Asimilar la derrota y aprender a conformarse con las victorias relativas, como superar una marca personal, forman parte de la formación psicológica de cualquier deportista. Se trata, quizá, de la parte menos visible de la competición, porque los medios solo se ocupan de los ganadores, del éxito, mientras que ignoran el trabajo de esa clase media que, sin hacer ruido, también vive del deporte.Esta idea del «perdedor» se puede aplicar a muchos ámbitos: ¿quién consigue llegar a ser el mejor en su profesión? En el caso de la literatura, para empezar, resulta difícil concretar qué se entiende por «éxito», ya que no hay una línea de meta ni un marcador que sume los puntos. ¿Premios importantes, ventas astronómicas, elogios de la crítica? ¿O sencillamente vivir de la escritura, tener los suficientes lectores para mantenerse en el mercado y no ser flor de un día? Tal vez el éxito lo incluye todo al mismo tiempo, y aun así, si alguien encajara en este perfil, no faltarían las discrepancias entre los entendidos al juzgar su «calidad literaria». Sea lo que sea, parece claro que cualquier escritor tendrá que lidiar en algún momento de su carrera con alguna que otra pequeña derrota, desde vender poco a recibir una valoración negativa en Goodreads, pasando por la frustración de ver a un colega destacar más que él.Mario Vargas Llosa, a quienes muchos considerarían un ejemplo de escritor triunfador con toda justicia, fue preguntado por el tema en una charla con Javier Marías y Arturo Pérez-Reverte organizada por Alfaguara en 2014 a propósito del 50º aniversario de la editorial. En concreto, Pérez-Reverte le preguntó qué se siente al ser historia viva de la literatura, a lo que el autor peruano respondió recordando una anécdota: en una ocasión, un lector lo confundió con Gabriel García Márquez y le dio las gracias por Cien años de soledad, una obra que, según le dijo, le había cambiado la vida. Vargas Llosa lo vio tan conmovido que no quiso sacarlo de su error. Ese mismo año, la noticia del fallecimiento del célebre escritor colombiano tuvo una gran repercusión en la prensa, y su editor en España, Claudio López Lamadrid, afirmó que «Era el escritor más universal de todos los que escriben en lengua española, el más conocido, popular y querido». Ya lo ven: incluso todo un Vargas Llosa puede llegar a sentirse a la sombra de otro.Tal vez escribir, un oficio por lo demás frágil por lo difícil que resulta vivir solo de ello, también conlleva aprender a aceptar que las cosas no siempre saldrán como uno quiere, que quizá lo que se ha escrito no es tan bueno como el autor creía en un principio, o que sí lo es, pero solo interesa a cuatro gatos. Con cada libro se vuelve a empezar, y no son pocos los escritores que expresan el vértigo que les da que su próxima obra no cumpla las expectativas. Esta inseguridad (material y psicológica) contrasta con la reacción del lector, que defiende a sus autores de cabecera como si fueran auténticos genios a los que venerar. Dudo que un escritor serio se conciba a sí mismo de este modo; las dudas sobre el proceso de creación y el temor ante lo que ocurrirá cuando publique siempre están ahí. Los héroes irrompibles solo existen en la ficción; en la realidad, quien más quien menos tiene sus pequeños o grandes triunfos y sus pequeñas o grandes derrotas. Y tampoco está tan mal que sea así.Nota: desconozco el autor de la imagen. Si alguien lo identifica, agradecería que me lo dijera para añadir el dato.