(Enlace al capítulo anterior)
Estamos en Kaskarilleira al filo de la madrugada y yo soy esa mancha móvil que ensucia el cielo nocturno y se mueve hacia su afamada ensenada.
No os precipitéis en admirarme, no se os ocurra soltarme una tabarra lisonjera o una mirada envidiosa. Es una mierda salir de la cama a las tres de la mañana, ponerse unas alas y planear sobre tu ciudad con una humedad del demonio y un frío que te hace rechinar los dientes. Es una mierda que cuatro borrachos a la puerta de un pub te señalen con el dedo o que algún imbécil piense que eres un volante hombre anuncio haciendo horas extras. Es una mierda ir detrás de una mierda de estatua con pretensiones historicistas y con nulo valor artístico. Sí, es una mierda, pero ahora ya estoy a la altura de la Dirección del Puerto donde tuve mi primera aventura aérea (ver entrada) y debo seguir adelante.
En el muelle de enfrente sale un pequeño carguero. Una extraña intuición se abre paso en mi cerebro. Me dirijo hacia el barco. Ya puedo verle algún detalle: hay un toldo oscuro que cubre la cubierta. Mis sospechas crecen, como crece la velocidad del barco cuando se dispone a enfilar el dique. Ya falta poco para que lo haga y estoy exhausto. Caigo como un peso muerto sobre el buque y me arrastro por el toldo hasta esconderme debajo.
Se encienden unas luces en el puente y en la penumbra resultante puedo ver mi entorno inmediato. Tengo compañía. María Rita está tumbada a mi lado, inmóvil como le corresponde, pero quizás embriagada por tanta autenticidad.
Estoy cansado. Quiero dormir. Me duermo.
Despierto en el frío amanecer. Levanto la lona. Bajo dos luces observo un brumoso horizonte. Tres islas, tres. Las conozco. No tengo cobertura para confirmarlo, pero son Las Sisargas. La Grande, la Chica y la Malante. Como las tres carabelas. Vamos directos hacia el archipiélago como un rompehielos implacable y sin compasión. Y de repente, en la luz trémula del alba, algo surge de las profundidades del mar como una cuarta isla blanda y ominosa. En poco tiempo alcanza una altura y anchura sorprendente y no sé lo que es.
¿Un agujero? ¿Una boca? ¿Que es aquello que empieza a abrirse en su superficie mórbida, rugosa y cuarteada? El barco ya tiene destino y no puedo ser el mío. Tengo que salir pitando. Rápido, muy rápido debo salir volando para no ser absorbido por la portentosa atracción generada por la cosa emergente.
Levanto el toldo, me recoloco la alas y me dirijo sigilosamente a la toldilla de popa para tomar impulso. Avanzo un poco pero no es suficiente, dos figuras enormes me tapan el camino antes de llegar. Al momento, otras dos me cubren por detrás. Marineros rudos, poderosos, sin ganas de coña y con sorprendentes instrumentos de convicción: llevan fusiles de asalto con la forma diabólica de los AK 47.
No tengo argumentos con que rebatirles, me someto a los suyos.
(CONTINUARA)
La ilustración de arriba es de Juan Carlos Arbex.
(Capítulo 43 de Kaskarilleira Existencial. Aquí están sus otras historias)