Aunque muchas de las escenas que aquí vamos recogiendo vienen de otros momentos de la historia, cada pueblo lo vivía de una forma. Lo digo porque hubo un tiempo en que yo recorría los pueblos todas las semanas y aprovechaba para extraer las historias que me han traído hasta este momento, lleno de nostalgia y sentimiento hacia aquellos lugares a los que regreso cuando puedo y donde imagino una vejez sin sobresaltos, entre naturaleza y libros. Repasando las fuentes, es admirable lo que cuenta mi amigo José Luis de Mier, que sigue vivo en mi memoria y en mi vida, en un libro donde también aporta su arte Damián Simal, el pintor de Quintanaluengos con el que ahora me "wasapeo" a diario. Hace dos años el pueblo de San Salvador rindió homenaje a la familia Cajigal, que heredaron el fuelle y el humor de su padre. Y cuando íbamos a Valladolid nos decía Pepe: "Guajes, a que no sabéis un pueblo que no es pueblo: La Puebla".
Pues resulta que, en un pequeño libro, edición no venal, es decir, un libro para obsequiar a los amigos, José Luis se refiere a los utensilios de errar como una parte de los bienes comunitarios del pueblo. Igual que el tronzador o la romana. Cuando alguien necesitaba pesar un cordero o cortar un roble en el monte, pedía estos instrumentos que devolvía al acabar el trabajo. Las economías no permitían que hubiera uno en cada casa. Los utensilios de herrar también eran las cinchas o correas con las que se colgaba al animal para que este no pudiera moverse. Con unos palos de unos cincuenta centímetros de largo, girando un travesaño que se hallaba en la mano derecha del potro, se elevaba el animal. El del lado contrario era fijo. Todos estos enseres se guardaban en la Casa Concejo. El animal quedaba suspendido y la pata que se le iba a herrar se le ataba a los poyos o zapatas que estaban ubicados a cada lado del potro. En el Parque Natural de Valderejo, donde se localiza el municipio de Valdegovía, un viaje que les contaré en la próxima entrada, tuvimos ocasión de observar estos elementos que José Luis detallaba en su libro.
Imágenes de José Luis Estalayo