Hace unos meses me preguntaron por qué me dedico a los Rendu-Osler. Para mí es cuestión de lógica: si el enfermo no puede escoger sus enfermedades, el médico tampoco debería poder elegir, al menos dentro de su campo (y siempre y cuando el paciente se deje). Sin embargo, a nadie en su sano juicio le gusta meterse en líos, y supongo que el motivo de la pregunta era confirmar mi cordura.
Bajo el riesgo de poner en tela de juicio mi salud mental, confieso que mi no-consulta de Rendu-Osler de los jueves es una de las cosas con las que más disfruto, y eso a pesar de la sobrecarga de trabajo que supone. No me importa, es una tarea de lo más agradecida y, a fin de cuentas, estoy en el hospital para trabajar.
¿Por qué me refiero a ello como a una "no-consulta"? La respuesta es que es algo que no existe oficialmente, pese a que casi todo el mundo sepa que lo hago. Mi función asignada de ese día es ocuparme de las urgencias, y lo cierto es que pocas cosas hay más urgentes que un paciente que sangra.
¿Cómo llegan los pacientes a una consulta que no existe? La vía oficial de derivación es la menos transitada, y la que peor funciona. La descentralización de la Sanidad es una de las ideas más deplorables que se me ocurren. No sé quién dijo, me suena Larra pero no he encontrado la cita, que cuanta más burocracia requiere un país, menor es su desarrollo. Sin embargo, y a pesar del gobierno, España tiene una Sanidad envidiable, cuyo mayor defecto es estar coartada por la división territorial. Dentro de la ética médica, el lugar de residencia no tendría que afectar a la atención (pero así es cómo han organizado las cosas en las instancias superiores). Si la vía oficial no funciona, los enfermos se buscan otras rutas. A veces es la Asociación la que se pone en contacto conmigo, en otras ocasiones la Dra. Luisa Botella hace de intermediaria, por supuesto hay casos que llegan a través de otros pacientes, ya sean familiares o conocidos e incluso algunos médicos de otras Comunidades me han escrito para preguntarme cuándo podría ver a alguno de sus enfermos, de esos con los que ya no saben qué hacer. No uso teléfono móvil, salvo el busca los días de guardia, sin embargo sí que utilizo el email con regularidad y esa es la vía preferida de la mayoría para contactarme. Algunos días mi bandeja de entradas parece una aplicación de citaciones. Los que me conocen ya saben que el jueves (que pasará al martes en 2017) es jornada de puertas abiertas en mi consulta, aunque agradezco estar sobreaviso y saber a quién espero al asomarme a la sala.
Con frecuencia la sala de espera se convierte en el escenario de una pequeña reunión improvisada de la Asociación. Aunque procuro darme toda la prisa posible, muchas veces toca esperar, y nada mejor para matar el rato que compartir experiencias. Nada de lo que yo pueda contar a los pacientes nuevos les resulta tan tranquilizador como los comentarios de los antiguos. A mí también me gusta oírlos, a veces no sabes qué cosas influyen en la calidad de vida de alguien, muchos son pequeños detalles, como volver a usar zapatos con cordones que antes no podían atarse porque agacharse suponía sangrar. La mayoría agradecen dormir de nuevo una noche entera, sin despertarse de madrugada con la cama encharcada. Me cuentan que ya se atreven a salir solos a la calle, un paseo para comprar el pan para muchos era un reto. Se van de vacaciones, viajan, visitan a amigos o se incorporan a su trabajo. Sienten que recuperan fuerzas, suben las escaleras sin agotarse, no es lo mismo tener 8 gramos de hemoglobina que 11, o 12, o 14... Para un médico, conseguir semejante grado de satisfacción en sus pacientes, es motivo de orgullo. El cariño que me demuestran es otro.
Siempre afirmo que el tratamiento de escleroterapia nasal no requiere habilidades especiales, solo es preciso saber inyectar y taponar. Muchos enfermos llegan con miedo, me avisan que en cuanto les tocan, sangran. Piensan que su caso es único, peor que otros, peor que cualquiera que haya visto hasta entonces; lo cierto es que ya he visto muchos y todos son distintos, y aunque los hay mejores y peores, nunca hay que fiarse, todas las manipulaciones deben hacerse con un cuidado extremo, como si se tratase de una bomba de relojería. Me he encontrado con pacientes remitidos directamente en una ambulancia desde la Urgencia de su hospital a los que he tenido que infiltrar taponados, como he podido en ese momento; a veces he tenido que taponar al poco de empezar porque la hemorragia no me permitía seguir. Con algunas hemorragias se suda, se pasa mal, pero siempre es mejor sangrar en un hospital que en la calle. Más de uno ha terminado en la urgencia para una analítica. Siempre les digo que en la siguiente visita, en una o dos semanas, todo será más fácil, lo poco que haya podido infiltrar hará algo de efecto, lo suficiente para que todo vaya bien. Soy positiva, sin optimismo cuesta más enfrentarse a las dificultades. No hay que dejar pasar mucho tiempo. No hay que esperar a sangrar a chorros de nuevo, con pocas lesiones es mucho más sencillo, y más rápido. ¿Dolerá? Ese es otro de los miedos. Por desgracia sí, es una técnica molesta, la nariz es muy sensible y la anestesia es tópica y no hace milagros, aunque creo que hay taponamientos mucho peores que un par de pinchazos.
¿Ha sido un éxito con todos los pacientes? Me he encontrado con tres casos en los que la escleroterapia no era posible, y aún así lo intenté, la razón es que apenas quedaban estructuras dentro de la nariz, estaban destruidas. La solución que les propuse fue la cirugía de cierre nasal definitivo, puede parecer una decisión algo drástica pero cuando un enfermo está taponado durante meses, con hospitalizaciones largas, con múltiples transfusiones, no hay muchas alternativas. Es más cómoda una nariz cosida que una taponada, ninguna de las dos sirve para respirar, pero al menos la primera no sangra.