Revista Cultura y Ocio
Mamá, esta tarde es nuestra. Papá estará en la labranza; tu labor es pequeña y celeste, o tienes un plato con dulces de higo. El higo parece un santo; mira sus vestidos color violeta y color de azúcar.
Dices: ¡Estos higos! ¡Cómo brotan! Están extraordinarios. Los llevaré a la iglesia.
– Sí. (Por ahí alguien te responde). Que los maten. Estos higos son el diablo.
Decimos que no y que no, con la cabeza. Pero, desde los higos saltan dos penes rojos, morados, diminutos. Uno para cada una.
Vienen a nosotras; nos pasan los cendales, haciendo una leve escritura en la superficie, se van a lo hondo y allí trazan fuertes letras, rodeadas de diabluras.
Nos cubrimos la cara con el manto, con las manos.
Locas de vergüenza y gusto.
Por unos segundos estamos encintas, luego nos ruedan gotas de néctar por las piernas y se van al suelo.
Y mañana nacen unos seres chiquititos, misteriosos, abrillantados.
Que se parecen a los higos, a mí y a mamá.
Nos vestimos de blanco para estas citas.