Queda una hora para que por fin se instalen unos días en el piso. Todo está preparado y comprado desde hace tiempo. La calefacción puesta; la nevera medio llena; las galletas y las meriendas que les gustan; ropa de cama y toallas nuevas; colchones para estrenar descansos y mágicos sueños; mesas de estudio independientes y amplias; un armario grande para ellos: una “Play” de segunda mano para que revoloteen por el salón fortnites, sonrisas, gritos, carcajadas y manotazos entre hermanos; mantitas suaves para acurrucarse en el sofá mientras fuera llueve agua y frío cortante; el trastero limpio y grande para sus bicis y sus trastos…
Queda una hora para que se rompa el silencio de esta casa y se caliente el ambiente con sus vitalidades alcalinas duracell. Una hora para aparcar la soledad impuesta por el destino, ese misterioso ente espacio/tiempo que sin pedir permiso te empapa, te enjabona, te da vuelta y vuelta, te centrifuga a toda máquina, te cuelga con pinzas y te deja planchado. Listo para la siguiente faena.
Benditos hijos. Feliz entrada en este vuestro hogar.
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