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Hijos de la ira (1944), de dámaso alonso. del mundo y sus incógnitas radicales.

Publicado el 09 abril 2015 por Miguelmalaga
HIJOS DE LA IRA (1944), DE DÁMASO ALONSO. DEL MUNDO Y SUS INCÓGNITAS RADICALES.Finalizada la Guerra Civil, España quedó como un páramo cultural, en el que todo el pensamiento estaba regido por la ideología de los vencedores y de la iglesia católica. Nuestros más importantes poetas e intelectuales o habían muerto o se habían exiliado y los que aquí quedaron estaban demasiado conmocionados como para ser verdaderamente creativos. Las prioridades eran otras: disimular antiguas simpatías políticas y no morir de hambre. No obstante, a veces se producían milagrosas excepciones en este ambiente grisáceo: una novela como Nada, de Carmen Laforet y un conjunto de poemas tan prodigioso como los que conforman Hijos de la ira, obras que destilan libertad y valentía expresiva en un contexto de miedo y privaciones.
En cualquier caso, Dámaso Alonso siempre decía que su libro no era solo hijo de una situación histórica determinada, sino que podía abarcar cualquier momento de la existencia de la especie humana:
"He dicho varias veces que Hijos de la ira es un libro de protesta escrito cuando en España nadie protestaba. Es un libro de protesta y de indignación... Es una protesta universal, cósmica que incluye, claro está, esas otras iras parciales."
Como lector de estos poemas, mi principal sentimiento es el estremecimiento, por su profunda exploración de un alma humana absolutamente dominada por la angustia de la existencia, por el misterio de la vida y por la inevitabilidad de la muerte. Su única solución ante esta especie de extrañeza o incluso asco por la realidad es un autoexilio a su mundo exterior que, como acabo de decir, es eminentemente exploratorio, aunque sean muchas más las preguntas que las respuestas.
El poema La injusticia es un alegato pesimista, aunque con un atisbo de esperanza:
Podrás herir la carne.
No morderás mi corazón,
madre del odio.
Nunca en mi corazón
reina del mundo.
En Preparativos del viaje, intenta describir el terrible momento de la muerte, preguntándose que se siente y qué se ve al final:
No hay mirada más triste.
Sí, no hay mirada más profunda ni más triste.
Ah, muertos, muertos  , ¿qué habéis visto
en la esquina cruel , en el terrible momento del tránsito?
Ah, ¿qué habéis visto en ese instante del encontronazo con
el camión gris de la muerte?
En esa obra maestra plena de sensibilidad llamada Elegía a un moscardón azul, podemos encontrar esta aparente simpleza en la descripción del mundo, como un conglomerado de seres y objetos:
Eso que viste desde mi ventana,
eso es el mundo.
Siempre se agolpa igual: luces y formas,
árbol, arbusto, flor, colina, cielo
con nubes o sin nubes,
y, ya rojos, ya grises, los tejados
del hombre. Nada más: siempre es lo mismo.
Es una granazón, una abundancia,
es un tierno pulgar de jugos hondos, 
que levanta el amor y Dios ordena
en nódulos y en haces,
un dulce hervir no más.
Pero todo se desmorona cuando el poeta da muerte a un moscardón, con un poder divino sobre la muerte que no puede ser rectificado. Aún matar a un ser tan insignificante como un insecto es una acción terrible, una manifestación de esa lucha por la existencia que ha regido nuestro planeta desde hace millones de años: 
Estabas en mi casa,
mirabas mi jardín, eras muy bello.
Yo te maté.
¡Oh si pudiera ahora
darte otra vez la vida,
yo que te dí la muerte!
Hijos de la ira es un libro para disfrutar con una lectura sosegada y reflexiva, el grito de un alma que quisiera comprender el mundo y no puede, escrito en uno de los momentos más negros de nuestra historia, por lo que, inevitablemente, recoge en parte el espíritu de esa época. Como el propio Alonso dijo su intención principal era "condensar esa vaga ráfaga de terror que pasa por el hombre cada vez que por un instante abandona su conducta práctica y se detiene a considerar sus incógnitas radicales y las del mundo".

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