Revista Educación

Hijos: ¿una carga de la cuna a la tumba?

Por Siempreenmedio @Siempreblog

Hijos: ¿una carga de la cuna a la tumba?

7 junio 2014 por Ana Prieto

  • El elefante vive unos 70 años y se independiza totalmente de los cuidados de sus progenitores entre los 2 y los 5.
  • El aguilucho a los tres meses de vida abandona el nido y olvida el vínculo paterno y materno para siempre.
  • Al león lo echan de la manada cuando tiene entre 2 y 4 años y debe buscarse la vida solo o morir en el intento.
  • En cambio, el hijo o hija de ser humano “se lleva puesto” hasta la tumba.

¿Por qué?

Hijos: ¿una carga de la cuna a la tumba?

 

Para mí, y sé que este planteamiento es muy controvertido, la evolución social de la humanidad ha creado obligaciones antinatura bajo el paraguas de la familia. Por un malentendido concepto de amor, estamos criando cada vez más casos de humanos incapaces de sobrevivir por sus propios medios: económicos y emocionales.

Soy de las que piensa que algo falla en este sentido en el modelo de educación familiar. ¿Tú qué crees?

Es un planteamiento polémico, la mayoría no verá las cosas como yo.

Para mí, un hijo o hija debe ser criado para afrontar una independencia real. La educación consiste en dotarles de capacidades para asumir solos, desde muy pequeños, las consecuencias de sus decisiones propias, con sus errores y sus aciertos. Si te pones en pie en una silla y te caes el único responsable eres tú, y no el adulto que te vigila, y asumiendo esto desde el primer golpe es como de verdad se aprende.

Para ser así, el ansia y la capacidad de independencia y autonomía de los niños y jóvenes, -que lo tienen instintivo pero lo matamos día a día-, debe ir acompañada por la existencia de padres y madres capaces de dejarles realmente “volar” solos, sin garantizarles eternamente un colchón en el que caer sin hacerse daño cuando se tropiecen.

Por desgracia, la propia vida demuestra que a veces es imposible para un individuo salir adelante solo pese a haber hecho todo lo posible con gran esfuerzo por ello. Sólo en estos casos extremos el mullido colchón de la familia debe ser el reposo perfecto. Casos que por desgracia, con la crisis que vivimos, se han multiplicado de forma exponencial.

Observo atónita lo que sucede a mi alrededor en estos tiempos convulsos en los que la carencia material está produciendo numerosas y graves crisis personales y, por extensión, familiares.

Entre los millones de casos que padecen dificultades, hay miles que están en esa situación porque hemos criado demasiados “comodones de por vida”: 

  1. Dícese de las personas incapaces de medir con cierta garantía de acierto el riesgo de sus acciones y, especialmente, el de sus dejaciones.
  2. Personas que, desde la inconsciencia de la existencia de la responsabilidad individual, arrastran a su desastre personal a padres, madres, abuelos, abuelas, hermanos y hermanas que, resignados o no, se dejan hacer.

Últimamente he oído demasiadas veces, y sin escrúpulo alguno, esta frase: “si me echan –de casa o del trabajo-, no importa, tengo colchón familiar”.

¿¡Disculpa!? Ellos están para vivir su vida, no para vivir la parte negativa de la que te dieron a ti.

Que una persona, lo diga o no, a la hora de valorar sus circunstancias, cuente de antemano con este salvavidas para situaciones difíciles es uno de los indicadores que, para mí, divide a las personas en dos grupos “comodones de por vida” o “responsables y autónomos”.

¿Por qué no asume cada individuo las consecuencias de lo que ha sembrado en su vida?

¿Por qué creemos que existe una obligación antinatural, -muchas veces autoimpuesta-, para los padres y madres de sacar siempre y pase lo que pase las castañas del fuego a la descendencia?

De la ayuda puntual al gorroneo perpetuo, va un largo trecho, ¿no crees?

 


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