Revista Sociedad

Hikikomori

Publicado el 26 julio 2016 por Salva Colecha @salcofa

Muchas veces a todos nos entran las ganas de alejarnos del mundanal ruido como San Juan de la Cruzmeteora (1) y nos internaríamos en un monasterio de esos de Meteora, a ser posible de los que sólo se puede subir atado a una cuerda tirada por un burro. Todo por buscar un poco de paz que, oye, tal y como está todo, se agradece. A mi me pasa cada vez más, no se si será cosa de la edad o de que estoy sufriendo los primeros síntomas. Puede

En la Edad Media (o incluso no tanto) se daba el fenómeno de los emparedados por “penitencia”, como la emparedada de Astorga. Unas personas un tanto “rarunas” que un buen día decidían que estaban hasta las

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narices y se encerraban a pan y agua en una habitación tapiada para el resto de sus días y así purgar sus pecados (un día podíamos hablar de ellos, daría para un post muy interesante). Una decisión un tanto drástica pero bueno, eran aclamadas por sus vecinos, consideradas poco más que “santos en vida” y se recurria a ellas para pedirles milagros o consejos a través de la ventanita por la que se les pasaba el pan y el agua. El caso es que simulaban su propio sepelio, se encerraban y “aquí paz y después gloria”. Pues bueno, parece que la moda esté volviendo (ya decía mi abuela que no tirase los pantalones acampanados, que los guardase porque volverían a ser de lo más “cool”). Los primeros casos de esta enfermedad se dieron en Japón, pero parece que ya empiezan a haber casos por aquí. Son los ‘hikikomori’ (en japonés, “recluido”).

Los ‘hikikomoris’ son personas de cualquier edad que llevan encerraditas en su habitación (o en casa los más aventureros) más de 6 meses y ya se les ve algo descoloridos. No se sabe nada de ellos, no trabajan, no van al colegio y no quieren saber nada de nadie, se han encerrado en su mundo y no se les puede sacar de allí.

En Japón existen ya cientos de miles de personas que padecen este problema pero no creamos

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que esto se queda allí porque los japoneses “llevan un estilo de vida muy peculiar” y tienden a ignorar los problemas familiares. En España ya hay decenas de casos. En algunas ocasiones los ‘hikikomoris’ europeos pasan hasta 30 años encerrados en sus casas sin que nadie se de cuenta. Necesitan que la sociedad que los ignora, por el rechazo y la falta de interés, les tienda la mano y les ayude a reincorporarse o su vida se va encerrando más y más en sí misma hasta el punto de volverse irrecuperables.

Son personas que saben que son una carga para sus familias pero no pueden evitarlo lo que les crea mayor inquietud, mayor aislamiento y un alto indice de suicidios, no tienen ya amigos

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excepto algún que otro en las redes sociales, se encuentran sumidos en un estado de tristeza permanente, duermen durante el día, descuidan su higiene (como el que levanta el brazo para agarrarse a la barra del metro justo a tu lado) y se suelen quedar viendo la tele o jugando a videojuegos aunque ni siquiera parecen enfermos encerrados únicamente en un mundo de videojuegos como los antiguos “Utakos”, que ahora andan y corren por la calle como Forrest Gump en busca de Pokemon. Mira. algo bueno tendrá el fenómeno, hace que salgamos a la calle y nos “de el aire un rato”. Puede que la solución para los Hikikomoris sea esa justamente, la de conseguir que poco a poco salgan a la calle, hagan actividades y así se vayan reinsertando. En japón ya se han creado centros en los que voluntarios y especialistas intentan devolverlos a la vida social.

Pero ¿cómo uno puede acabar siendo un Hikikomori?. Parece que en esto los especi

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alistas japoneses nos dicen que gran parte de los enfermos son personas tímidas que han sufrido el
temible bullying en el cole (por suerte ahora nuestros profes y psicopedagogos escolares se lo toman mucho más en serio que cuando en mis tiempos de EGB se decía que eran cosas “de críos” y siempre sacudían al mismo al que llamaban “empanao” y nádie le hacía caso). Pero también tienen mucho que ver los padres y sus elevadas espectativas que acaban creando una enorme presión psicológica (consciente o inconsciente) a su hijo que poco a poco pierde sus propios sueños y anula su personalidad. Se dedica a intentar complacerlos perdiendo la motivación por su propia vida.

Hikikomori: jóvenes encerrados permanentemente en su habitación

Advierten del aumento en España del ‘hikikomori’, el síndrome japonés de aislamiento social

Basta de bullying


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